Es claro que lo que se ha dejado en la situación del México actual no refleja un Estado fuerte, sino uno peleado y con ganas de que las cosas cambien, pero sin saber realmente cómo hacerlo.
El legado del papa que nos deja es la unidad, la humildad y el trabajo, proteger a los más marginados y el espíritu de ayuda, elementos que todo Franciscano debería tener.
Aún recordamos el momento en que el humo blanco iluminó una noche lluviosa en Roma. De ese cónclave nació un pastor diferente: cercano, humano, congruente. Hoy despedimos al papa Francisco con el corazón lleno de gratitud.
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