18 de febrero, por el futuro de la democracia

Hace casi seis años comenzó un gobierno que llegó al poder gracias a las bondades de la democracia, y ese mismo periodo ha tenido el efecto benéfico de mostrar a los ciudadanos lo importante que es esta. Esta lección no ha sido fruto del maravilloso y perfecto ejercicio de representación y el buen gobierno del partido que está hoy al frente de la administración pública y de las Cámaras, sino todo lo contrario. Los ciudadanos se han ido dando cuenta de que la democracia, las libertades y el ejercicio de nuestros derechos pueden estar comprometidos con mucha facilidad.

Estas lecciones se derivan del triunfo democrático que tuvo el hoy titular del Ejecutivo que llegó a la presidencia con un porcentaje de ventaja muy amplio, el mayor en la (corta) historia de la democracia. Se logró gracias a la construcción de una imagen benigna de un personaje que había fracasado dos veces en su intento y que hizo de esos mismos fracasos un elemento de conmiseración que hizo a muchos cerrar los ojos con un “démosle chance”. Todo, por supuesto, no hubiera fructificado si el gobierno de Peña Nieto hubiera sido menos proclive a la corrupción y no hubiera hecho un pacto. 

Nadie puede regatear el número de votos con los que se ganó la presidencia, sin embargo, sí se puede subrayar que ese triunfo se dio a base de ciertos diagnósticos muy acertados con pocas soluciones prácticas; una buena dosis de medidas verdades; un número significativo de mentiras como hemos podido constatar, pues el ejercicio del poder en estos casi seis años ha sido igual: sin soluciones prácticas, creando nuevos problemas (que se venden como soluciones) y las mentiras se traducen en las miles de acciones que han hecho una realidad la militarización de cientos de actividades civiles y los pasos para lograr un ejercicio del poder hegemónico. 

Por otra parte, ese triunfo democrático también se dio en las Cámaras en 2018. Siempre hay que recordar que se recurrió al uso tramposo de los números para sobrerrepresentarse en la primera legislatura y que los votantes del partido Verde de ese mismo año fueron traicionados por sus legisladores. ¿Por qué? Porque ese partido no formaba parte de la órbita de Morena, no jugaba con las propuestas que llevaron al triunfo a Morena, llevaban como candidato a presidencia a Meade, y los que los pusieron en sus curules y escaños no votaban por lo propuesto por Morena en 2018. También se puede considerar que los diputados de Morena en ambas legislaturas traicionaron a sus votantes pues nunca asumieron su tarea de representantes de ellos ni asumieron las responsabilidades del puesto por el que cobran, sino que se asumieron con un tentáculo del poder Ejecutivo sin el menor escrúpulo.

En otras palabras, los ciudadanos hemos aprendido que sí podemos ser engañados, traicionados por aquellos por los que votamos. Pero también hemos aprendido que sí reaccionan cuando nos manifestamos con fuerza y decisión. Aunque a veces sea reproduciendo marchas pagadas poco después.

¿Y por qué debemos hacerlo el domingo 18? Porque hoy ya hay iniciativas presidenciales que buscan acabar con la división de poderes y someter al poder judicial. Porque hoy ya hay iniciativas de reformas a leyes secundarias que los aliados de Morena pretenden pasar en fast track para alterar el funcionamiento del poder judicial e intentar que las acciones de inconstitucionalidad queden sin efecto. Porque el Instituto Nacional Electoral hoy está mostrando debilidades que pueden crecer si la voz ciudadana no se levanta fuerte y clara para exigir una elección los mismos parámetros, calidad y alcance que las anteriores. Porque ni siquiera la mayoría de los votantes de Morena y aliados estos años (fuera de los verdaderamente enceguecidos) están de acuerdo con que desaparezca la república y sus derechos y libertades se vean amenazados. 

La marcha no es un evento de apoyo a alguien, la marcha es un evento de apoyo al sistema electoral, democrático y republicano que los dejó llegar al poder, porque queremos que siga vigente por lo menos hasta que en junio de 2024, donde sin engaños los ciudadanos elegiremos sobre dos perspectivas de futuro: una que aniquile la república o una que busque fortalecerla, cualquier vulneración previa es traición porque la absoluta claridad de lo que nos jugamos no se tuvo antes.

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