Del dominio a la resistencia: los orígenes tensos (1910–1940)
Las relaciones económicas entre México y Estados Unidos en el siglo XX comenzaron con desequilibrio. Durante el Porfiriato, más del 50% de la inversión extranjera provenía de capitalistas estadounidenses, quienes controlaban minas, ferrocarriles y petróleo. En palabras del historiador Lorenzo Meyer: “el capital estadounidense no solo penetró, sino que ocupó sectores enteros”.
La Revolución Mexicana cambió el rumbo. El artículo 27 constitucional sentó las bases para la soberanía sobre el subsuelo. El conflicto llegó al clímax en 1938, cuando el presidente Lázaro Cárdenas nacionalizó el petróleo y fundó PEMEX. Aunque EE. UU. protestó, la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial suavizó tensiones.
Protección, industrialización y los primeros puentes (1940–1982)
En las décadas siguientes, México adoptó un modelo de desarrollo cerrado. Protegió su industria naciente, limitó la inversión extranjera y promovió empresas estatales. El comercio con EE. UU. creció, pero de manera limitada: materias primas salían, maquinaria entraba.
Sin embargo, hubo avances. En 1944 se firmó el acuerdo de distribución de aguas de los ríos Bravo y Colorado, y surgieron conexiones eléctricas fronterizas. El “milagro mexicano” permitió tasas de crecimiento cercanas al 6% anual, con apoyo financiero internacional en ocasiones promovido por Washington.
En 1965 nació el programa de maquiladoras. Lo que comenzó como un experimento regional, se convirtió en la semilla de la integración manufacturera: las fábricas del norte de México ofrecían costos competitivos para empresas estadounidenses. Para 1992, el 40% de las exportaciones mexicanas provenía de maquilas.
De crisis a oportunidad: apertura y libre comercio (1982–1994)
La crisis de deuda en los 80 forzó a México a abrir su economía. Se privatizaron empresas, bajaron aranceles y en 1986 se ingresó al GATT. Con el presidente Carlos Salinas de Gortari, México negoció un Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE. UU. y Canadá, una idea antes impensable para el nacionalismo mexicano.
El TLCAN, vigente desde 1994, eliminó aranceles graduales, reguló inversiones y armonizó estándares. Como señala la analista Shannon O’Neil, “el TLCAN convirtió a América del Norte en una fábrica interconectada”.
El comercio se triplicó, y la inversión extranjera directa se disparó. Pero no todo fue positivo: agricultores mexicanos fueron desplazados por granos subsidiados estadounidenses, y obreros de EE. UU. vieron sus empleos migrar al sur. El tratado funcionó, pero dejó heridas.
Auge de la interdependencia (1994–2019)
A comienzos del siglo XXI, México se consolidó como el principal socio comercial de EE. UU. En 2022, el comercio total alcanzó $779,000 millones de dólares. Cada día cruzan la frontera más de $1,500 millones en bienes.
Las industrias automotriz, electrónica y de dispositivos médicos operan como redes regionales. Un testimonio ilustrativo es el de Rubén Vázquez, ingeniero de una planta en Guanajuato: “El coche que ensamblamos aquí tiene piezas que ya cruzaron la frontera cinco veces”.
La inversión es bilateral: CEMEX en Texas, Bimbo en Estados Unidos; Ford y Walmart en México. Y a todo esto se suma un actor clave: las remesas.
Remesas: la economía del corazón
En 2023, los migrantes mexicanos enviaron $63,300 millones en remesas. Son la principal fuente de divisas para México, superando al petróleo y al turismo. Como expresó el presidente López Obrador: “nuestros paisanos son héroes”.
El 95–99% de las remesas provienen de EE. UU. Familias enteras sobreviven gracias a estos envíos. Ejemplo: Rosa María, madre soltera en Michoacán, recibe $300 mensuales de su hijo en Illinois: “Con eso pago la escuela y algo de comida; sin eso no sé qué haría”.
T-MEC: actualización y nuevos retos
El T-MEC, firmado en 2020, introdujo reglas laborales, comercio digital, y revisiones periódicas. México reformó su legislación laboral. Hubo fricciones: EE. UU. se inconformó con la política energética de México; México y Canadá llevaron a EE. UU. a paneles por interpretación de reglas automotrices.
Pero el tratado sigue funcionando. Como dijo el economista Luis de la Calle, “el T-MEC da certidumbre en tiempos de incertidumbre geopolítica”.
El nearshoring (traer producción de Asia a América del Norte) es la nueva apuesta. México está bien posicionado, pero debe mejorar su infraestructura y certeza jurídica.
Energía, soberanía y transición
México pasó de exportar petróleo a importar gasolina y gas natural. Más del 70% del gas que consume viene de Texas. Hay proyectos de energías renovables transfronterizos, pero persisten tensiones por el control estatal que México mantiene sobre su energía.
“EE. UU. entiende la sensibilidad mexicana sobre PEMEX”, afirma Lourdes Melgar, exsubsecretaria de Energía, “pero exige reglas claras y trato justo para sus empresas”.
Retos y oportunidades: desigualdad y resiliencia
Pese al comercio récord, la desigualdad persiste. El PIB per cápita de EE. UU. es cinco veces mayor al de México. La informalidad en México supera el 50%. Estas asimetrías alimentan la migración, la inseguridad y la falta de competitividad.
La pandemia de COVID-19 mostró la fragilidad de las cadenas de suministro: cuando las fábricas mexicanas cerraron, plantas en EE. UU. se detuvieron por falta de insumos. Hoy ambos países trabajan en mecanismos de coordinación sanitaria y de contingencias.
También hay roces agrícolas. El veto mexicano al maíz transgénico ha causado tensiones. La exportación de aguacate fue suspendida brevemente en 2022. Estos temas se resuelven en mesas técnicas, pero muestran la complejidad de la integración.
Un futuro compartido
La relación económica México–EE. UU. ya no es unidireccional. Es una red profunda que combina comercio, inversión, remesas, cadenas de valor, y políticas compartidas. Como dijo Alfredo Coutiño: “A México le va bien cuando EE. UU. crece, pero también le va mal cuando Estados Unidos se cae”.
Norteamérica funciona, cada vez más, como un bloque económico. Aunque persisten disputas, el comercio mutuo ha ayudado a resolver crisis, superar tensiones diplomáticas y fomentar prosperidad compartida.
El desafío ahora no es separarse, sino integrarse con justicia.
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