“Dilexi Te”: el hilo invisible que une a Francisco y León XIV

Una Iglesia que no olvida a los pobres, sino que los pone en el centro de la historia

El 4 de octubre de 2025, en la memoria de san Francisco de Asís, el recién elegido papa León XIV firmó su primera exhortación apostólica: Dilexi Te (“Te he amado”). Con ese gesto, el nuevo pontífice selló una continuidad histórica y espiritual con su predecesor, el papa Francisco, quien dejó inconcluso este texto antes de morir.

Pero más allá de la emoción, Dilexi Te marca un punto de inflexión eclesial: no es un nuevo comienzo, sino la prolongación viva de un camino. Desde León XIII y su Rerum Novarum (1891), la Iglesia ha venido trazando un hilo que atraviesa más de un siglo de historia: el compromiso con la dignidad humana y la justicia social. Hoy, León XIV recoge esa herencia y la reinterpreta para un tiempo de fracturas globales, desigualdad digital y soledad espiritual.

De Rerum Novarum a Dilexi Te: una línea ininterrumpida de compasión y justicia

El siglo XX dio a la Iglesia una profunda conciencia social. Rerum Novarum de León XIII denunció la explotación obrera y propuso la justicia como vía hacia el bien común. Quadragesimo Anno (Pío XI) insistió en la función social de la propiedad; Populorum Progressio (Pablo VI) proclamó que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz; y Centesimus Annus (Juan Pablo II) renovó esa visión frente a la globalización.

León XIV se sitúa claramente en esa tradición. Su Dilexi Te cita explícitamente el magisterio social de los últimos pontífices, recordando que “cada renovación eclesial ha tenido siempre como prioridad la atención preferencial por los pobres” (Dilexi Te, n. 103*).

Lo que antes fueron respuestas a la cuestión obrera o a las injusticias del capitalismo industrial, hoy se transforma en un llamado a humanizar la economía global, a cuidar la casa común y a sanar la fractura moral de las sociedades.

“Los pobres —escribe León XIV— no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo” (Dilexi Te, n. 110*). Esa frase condensa más de un siglo de pensamiento social católico.

La herencia viva de Francisco

Francisco había dejado preparado el borrador de Dilexi Te antes de morir. Su visión, expresada en Evangelii Gaudium, Fratelli Tutti y Laudato Si’, había puesto en el centro el amor concreto a los pobres y el cuidado de la creación.

León XIV no rompe con ese legado: lo amplía. Él mismo lo reconoce con humildad: “He recibido como herencia este proyecto y me alegra hacerlo mío” (Dilexi Te, n. 3*).

Si Francisco fue el Papa del “sueño de una Iglesia en salida”, León XIV es el Papa del “amor que se inclina”: una espiritualidad que ve en los pobres no solo a los destinatarios de la misión, sino a sus protagonistas.

Mientras Francisco denunció “una economía que mata”, León XIV denuncia una “alienación social” que normaliza la exclusión y convierte el egoísmo en virtud (Dilexi Te, n. 93*). Su tono no es político, sino profético: una llamada a redescubrir el Evangelio como proyecto de fraternidad.

Una Iglesia de los pobres: la profecía de Juan XXIII y el Concilio Vaticano II

En Dilexi Te, León XIV recuerda que ya san Juan XXIII había afirmado: “La Iglesia se presenta como es y como quiere ser: Iglesia de todos, y en particular, de los pobres” (Dilexi Te, n. 84*).
Esa fue la semilla del Concilio Vaticano II (1962–1965), que consolidó la visión de una Iglesia que se abre al mundo, no desde la superioridad, sino desde el servicio.

Los documentos conciliares —especialmente Gaudium et Spes— marcaron un antes y un después al proclamar que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son también gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.”

León XIV cita este legado con reverencia. “El Concilio —escribe— fue el gran redescubrimiento del rostro pobre de Cristo en los pobres del mundo” (Dilexi Te, n. 84–85*).
Al hacerlo, enlaza su pontificado con el impulso conciliar y recuerda que la Iglesia no puede ser neutral ante el dolor humano.

América Latina, el corazón de la opción por los pobres

La opción preferencial por los pobres, hoy tan integrada al discurso eclesial, nació con fuerza en América Latina. Las conferencias episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979) reinterpretaron el Evangelio desde la realidad de la injusticia y la desigualdad.

Francisco, hijo de ese continente, consolidó esa corriente en Evangelii Gaudium y en su experiencia pastoral argentina. León XIV, quien fue misionero en Perú antes de llegar al episcopado romano, reconoce en esas raíces la inspiración de su ministerio.

“Debemos dejarnos evangelizar por los pobres —escribe—, reconocer la sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (Dilexi Te, n. 102*).
No se trata solo de ayudarlos, sino de escucharlos: ver el mundo desde sus ojos.

Esa afirmación es revolucionaria. Por siglos, los pobres fueron vistos como objetos de caridad; ahora, son sujetos de transformación.

Continuidad sin ruptura: la fidelidad al Evangelio

Una de las características más notables del pontificado de León XIV es la continuidad doctrinal. A diferencia de quienes buscan contrastar a los papas, Dilexi Te demuestra una profunda unidad: cada uno, desde su tiempo, ilumina un aspecto del mismo misterio del amor de Dios.

León XIV no se presenta como innovador, sino como heredero. Relee la historia de la Iglesia como una “historia de compasión”, donde cada época redescubre a Cristo en nuevas periferias: el obrero del siglo XIX, el migrante del siglo XXI, la mujer descartada, el joven sin futuro.

“Dios —dice— se hace carne en cada pobreza humana” (Dilexi Te, n. 16*).

Así, Dilexi Te no es una ruptura, sino una actualización: un llamado a vivir el Evangelio en una era global marcada por la indiferencia.

En la diócesis de San Salvador, los fieles recuerdan cada año al arzobispo Óscar Romero, asesinado en 1980 mientras celebraba misa. León XIV lo cita explícitamente como testigo de una fe que “siente como propio el drama de los pobres” (Dilexi Te, n. 89*).

Romero no fue un político, sino un pastor que encarnó la visión que hoy el Papa reafirma: una Iglesia que no teme mancharse las manos para defender la vida de los humildes.

Esa misma espiritualidad inspira a sacerdotes y laicos que trabajan en las periferias del mundo. En Ciudad Juárez, la religiosa mexicana sor Graciela Rojas coordina un comedor comunitario para migrantes. “Aquí no preguntamos de dónde vienen, sino qué necesitan”, dice. “Cada día cocinamos para 300 personas. Es el Evangelio hecho tortilla.”

De Francisco a León XIV: el mismo fuego, distinta llama

La relación entre ambos pontífices recuerda la continuidad entre Juan XXIII y Pablo VI, o entre Benedicto XVI y Francisco: distintos temperamentos, una misma fidelidad.
Francisco abrió las puertas de la Iglesia a las periferias; León XIV está consolidando esa apertura con una doctrina de amor activo, que une la contemplación con la transformación social.

Si Francisco enseñó a mirar, León XIV invita a amar; si el primero señaló las heridas, el segundo enseña a curarlas.
En ambos vibra el espíritu de san Francisco de Asís: la ternura como forma de verdad.

Conclusión: una Iglesia PRÓXIMA

La historia de la Iglesia ha pasado por luces y sombras, pero Dilexi Te demuestra que su corazón late al ritmo del Evangelio.
Desde León XIII hasta León XIV, hay un hilo invisible que atraviesa los siglos: la certeza de que Dios está del lado de los pobres y que la fe solo es auténtica cuando se arrodilla junto a ellos.

Hoy, en un mundo que exalta la apariencia y desprecia la debilidad, el mensaje del nuevo Papa es profundamente contracultural: “No olviden que el amor cristiano no conoce enemigos a los que combatir, sino solo hombres y mujeres a los que amar” (Dilexi Te, n. 120*).

La historia continúa.
Y mientras haya una mano extendida hacia quien sufre, habrá una Iglesia fiel a Cristo.

 

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