Cuando el placer enferma

En un mundo donde la gratificación inmediata está a un clic de distancia, pocas cosas son tan accesibles, pero también tan peligrosas, como la pornografía. A pesar de la aparente normalización cultural, su consumo compulsivo está teniendo consecuencias devastadoras en la salud mental de adolescentes y jóvenes adultos. No se trata solo de un “pasatiempo inofensivo”, sino de un hábito que, como demuestran diversos estudios internacionales, va dejando un reguero de ansiedad, depresión, irritabilidad y deterioro emocional.

Un refugio que encierra

“La pornografía funciona como una vía de escape para muchos jóvenes que están atravesando dificultades psicológicas”, señala el terapeuta Jorge Gutiérrez, especializado en adicciones sexuales. Pero ese supuesto refugio, lejos de sanar, envenena. En muchos casos, el consumo no sólo coexiste con trastornos del estado de ánimo, sino que los intensifica.

Estudios recientes en Egipto —uno con 614 estudiantes de Medicina y otro con 828 estudiantes de Enfermería— mostraron una correlación directa entre el uso problemático de pornografía y altos niveles de depresión, ansiedad y estrés. En particular, quienes consumían de forma compulsiva reportaban niveles significativamente mayores de afectación emocional y rendimientos académicos más bajos.

El mapa neurobiológico del daño

Los datos clínicos van de la mano con descubrimientos neurobiológicos. El consumo reiterado de pornografía activa la dopamina, la oxitocina y otros neurotransmisores del circuito de recompensa, generando sensaciones placenteras a corto plazo… y una trampa a largo plazo. Con el tiempo, el cerebro se acostumbra a ese nivel de estimulación artificial, desarrolla tolerancia y exige contenidos más extremos o frecuentes para obtener el mismo nivel de excitación.

Este fenómeno, conocido como “anhedonia”, implica una reducción de la capacidad de sentir placer por las experiencias cotidianas: jugar con amigos, estudiar con propósito, conversar en familia o incluso orar. Es un circuito que esclaviza. Y cada día más jóvenes están cayendo en él.

Compañera de otras sombras

A la adicción a la pornografía se suman muchas veces otros padecimientos. Especialistas han documentado una alta coexistencia con el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), donde la impulsividad y la búsqueda de estimulación constante hacen que los adolescentes con este diagnóstico sean particularmente vulnerables.

En paralelo, situaciones como el acoso escolar, el burnout laboral o familiar, y la soledad afectiva, también pueden empujar a niños y jóvenes hacia el consumo compulsivo de pornografía como forma de evadir el dolor. Como advierte un estudio citado en Addiction Center, “el malestar psicológico se convierte en combustible para las adicciones sexuales, en especial en entornos donde falta contención emocional o espiritual”.

Testimonios desde la lucha

Georges Ines B., autor de Cómo romper la adicción a la pornografía y la masturbación, narra en su libro una experiencia profundamente humana: “Cada vez que el diablo volvía a abrir la boca para decirme que yo no era digno, con audacia le pegaba en la boca con las Escrituras. Citaba 1 Juan 1:9: ‘Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos’. Y seguía”.

Su relato —doloroso, sincero y esperanzador— muestra que esta adicción no es invencible. Pero también que no se supera solo: se requiere apoyo espiritual, redes de acompañamiento, disciplina y mucha fe.

En otro testimonio incluido en Libérese de la pornografía de Steve Wood, se advierte: “No he conocido a ningún hombre que haya superado una adicción sexual solo”. Por eso, en Mirada Limpia, insistimos en la necesidad de comunidades, mentores y espacios de sanación integral.

El silencio también enferma

Uno de los grandes problemas es que esta adicción, al estar marcada por la vergüenza y la doble vida, rara vez se comparte. Muchos jóvenes enfrentan este dolor en secreto, sin apoyo familiar ni orientación espiritual. Esta soledad favorece el deterioro emocional, la desesperanza y en algunos casos, incluso pensamientos suicidas.

Por eso, más que moralizar, se trata de humanizar. De abrir canales de diálogo donde los padres, educadores y líderes religiosos puedan escuchar sin juzgar, acompañar sin minimizar y guiar con amor y firmeza. “La pornografía —explica el psicólogo español Pablo Fuente— no es sólo un pecado; es también una herida que requiere sanación psicológica, espiritual y relacional”.

¿Qué podemos hacer?

Desde una perspectiva de dignidad humana y promoción de la centralidad y respeto a la persona, se requieren acciones concretas:

  • Prevención desde la infancia, fortaleciendo la autoestima, la afectividad y el sentido de propósito.
  • Educación digital responsable, que enseñe a niños y jóvenes a gestionar sus emociones y sus pantallas con libertad interior.
  • Comunidades de apoyo espiritual, donde se pueda hablar de estas luchas sin miedo, y recibir acompañamiento integral.
  • Modelos masculinos y femeninos sanos, que inspiren a amar bien, con ternura, respeto y alegría.
  • Acción institucional, incluyendo escuelas, parroquias, empresas y gobiernos, para limitar el acceso a contenidos explícitos y proteger a la niñez.

Conclusión: cuidar la mirada, cuidar el alma

La pornografía no es solo una cuestión moral ni un hábito privado. Es una epidemia emocional que enferma el alma, la mente y el cuerpo de millones de jóvenes. Su consumo compulsivo está conectado con una cadena de sufrimiento silencioso: ansiedad, depresión, frustración, falta de sentido.

Pero también hay esperanza. La libertad existe, la sanación es posible y hay caminos para volver a empezar. Desde Mirada Limpia, creemos que cada joven merece vivir con una mirada limpia, una mente clara y un corazón libre. Porque sólo cuando se restaura la mirada, se puede volver a amar.

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