Desde 2018, México enfrenta una crisis persistente en el abasto de medicamentos en hospitales e instituciones públicas. Pacientes con enfermedades crónicas como cáncer, diabetes, hipertensión y enfermedades raras han visto interrumpidos sus tratamientos debido a la falta de insumos esenciales. El problema, lejos de resolverse, se ha agravado con los años, exponiendo no sólo fallas administrativas, sino también vacíos de responsabilidad en el gobierno y riesgos directos para la salud pública.
El desabasto se intensificó en 2024, cuando el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) reportó no haber podido surtir más de 11 millones de piezas de medicamentos esenciales, incluyendo fármacos oncológicos y para enfermedades crónicas. Los hogares mexicanos han tenido que cubrir parte del déficit en el mercado privado, lo que incrementó el gasto de bolsillo en medicamentos en 41 por ciento entre 2018 y 2024, pasando de 222 pesos trimestrales a 480 pesos. Esta situación evidencia un sistema que, pese a sus recursos, no logra garantizar el derecho fundamental a la salud.

Frente a esta crisis, recientemente el gobierno federal implementó diversas estrategias, entre ellas la compra consolidada de medicamentos, la llamada “Megafarmacia del Bienestar” y convenios para fomentar la producción nacional de medicamentos y vacunas. Estas medidas buscan centralizar la adquisición para reducir costos y depender menos de importaciones. Sin embargo, el problema no se ha resuelto toda vez que los desabastos continúan, las entregas son parciales y muchas claves de medicamentos permanecen ausentes en hospitales públicos.
El análisis crítico de la gestión gubernamental revela varias causas detrás de esta falla persistente. Por un lado, los procesos de compra y distribución han mostrado falta de pericia técnica, con licitaciones canceladas o demoradas, retrasos en la entrega de proveedores y una logística deficiente que impide una cobertura efectiva. Por otro, se ha documentado la existencia de corrupción y conflictos de interés en la cadena de adquisición, desde proveedores hasta funcionarios responsables de la distribución, que obstaculizan el acceso oportuno a medicamentos críticos.
Organizaciones civiles y asociaciones de pacientes denuncian que, a pesar de los anuncios oficiales, la estrategia gubernamental ha sido insuficiente y poco transparente. La falta de información clara sobre los inventarios reales y los cronogramas de entrega genera incertidumbre en hospitales y pacientes, quienes deben recurrir a alternativas privadas o, en casos extremos, interrumpir sus tratamientos.
Además, existe un desinterés institucional preocupante, que se refleja en la falta de planes contingentes, auditorías independientes y sanciones efectivas frente a proveedores o funcionarios que incumplen con sus responsabilidades. La ausencia de un seguimiento sistemático y la ineficacia de los programas de supervisión han perpetuado un ciclo donde el desabasto se convierte en norma y no en excepción.

El impacto de esta crisis es tanto sanitario como social. Millones de personas dependen de medicinas para mantener su vida y calidad de vida, y la incapacidad de garantizar su acceso refleja una falla estructural del Estado. La desigualdad se profundiza: los pacientes con recursos logran cubrir sus necesidades en el sector privado, mientras que quienes dependen exclusivamente del sistema público enfrentan graves riesgos de salud.
El desabasto de medicamentos en México es una crisis que evidencia la combinación de políticas mal ejecutadas, corrupción, desinterés institucional y falta de pericia técnica. A pesar de la implementación de compras consolidadas y planes de producción nacional, los resultados han sido limitados y, en algunos casos, superficiales.
La situación requiere medidas urgentes: auditorías independientes, transparencia absoluta en la distribución de medicamentos, sanciones a responsables y, sobre todo, un compromiso real para garantizar que cada ciudadano tenga acceso a los tratamientos que necesita. Hasta que no se actúe con eficacia y responsabilidad, millones de mexicanos seguirán enfrentando la angustia de depender de un sistema que no asegura su derecho más básico: la salud.
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