Si usted invierte una gran cantidad de tiempo en escribir un mensaje o discurso para que sea comprendido de la mejor manera posible; pero se olvida de prepararse para ejecutarlo de manera adecuada, lamento informarle que sólo ha cumplido una mínima parte de lo que se requiere para tener éxito al momento de comunicarse.
Lo que mueve al mundo no es el dinero, ni el poder político; lo que mueve al mundo, son las ideas. Y si usted no sabe transmitir esas ideas, sus logros perderán impacto en el tiempo y el eco de sus mensajes se va a diluir muy pronto. En un mundo donde las palabras parecen dominar la comunicación, muy pocos entienden que para comunicar exitosamente se requiere tomar en serio el lenguaje corporal, porque esta es una herramienta primordial para persuadir o inspirar a los demás.
En la comunicación humana todo cuenta: desde un apretón de manos firme hasta la calidez de una mirada, las señales no verbales transmiten emociones, intenciones y actitudes de una manera que las palabras a menudo no pueden igualar. Por eso se ha dicho que el lenguaje corporal es más importante que el mensaje verbal.
El psicólogo Albert Mehrabian, en su influyente estudio de 1971, estableció una regla que sigue resonando: en la comunicación el 55% del mensaje proviene del lenguaje corporal, el 38% del tono de voz y solo el 7% de las palabras mismas. Aunque esta proporción ha sido debatida y no aplica universalmente, destaca un hecho clave: las señales no verbales dominan cuando se trata de proyectar emociones. Por ejemplo, una persona puede decir “estoy bien” con palabras, pero si su postura está encorvada y evita el contacto visual, el mensaje real es otro.
“El lenguaje corporal es más difícil de falsificar que las palabras”, explica la Dra. Amy Cuddy, psicóloga social y autora de Presence (2015). Y es que los gestos y expresiones son respuestas espontáneas, instintivas que reflejan nuestro estado emocional, incluso cuando intentamos ocultarlo. Esto se debe a que el lenguaje corporal está profundamente arraigado en nuestra biología, ha evolucionado mucho antes que el lenguaje verbal como una forma de comunicación entre humanos.
En el mundo de la política me ha tocado ver como personas brillantes y bien educadas, no conocen el tamaño de su ego, y justo cuando se presentan ante sus públicos, son varios micro músculos los que los delatan ante los demás, sobre todo cuando empiezan a actuar con el objetivo de lucir bien, y pierden de vista el objetivo central. El objetivo central es el mensaje que queremos transmitir, y no nuestro lucimiento personal. El público que nos escucha puede intuir, sin analizar demasiado, que estamos actuando y nos percibe falsos. Esto suele ocurrir con bastante frecuencia entre los protagonistas políticos.
Además, a diferencia del lenguaje verbal, que varía según la cultura y el idioma, muchas señales no verbales son universales. Charles Darwin, en su libro The Expression of the Emotions in Man and Animals (1872), argumentó que expresiones como la sonrisa o el ceño fruncido son innatas y compartidas entre culturas. Estudios modernos, como los realizados por el psicólogo Paul Ekman, han identificado seis emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, ira, sorpresa y asco) que se expresan de manera similar en todo el mundo a través de gestos y expresiones faciales.
Esta universalidad hace que el lenguaje corporal sea una herramienta poderosa en contextos interculturales. Por ejemplo, un orador que proyecta confianza con una postura erguida y gestos abiertos puede conectar con una audiencia global, incluso si las palabras no son completamente comprendidas.
Sin embargo, no debemos perder de vista que hay “contextos donde la precisión de la información es clave, las palabras tienen prioridad”, señala Joe Navarro, exagente del FBI y autor de What Every Body is Saying (2008). Pero, incluso en estos casos, el lenguaje corporal puede influir en cómo se percibe la credibilidad del hablante. Un orador que titubea o muestra nerviosismo puede socavar un mensaje bien estructurado.
Otro elemento que debemos considerar es la seguridad con lo que decimos las cosas, eso también se nota y consigue seguidores. Los merolicos o los charlatanes han desarrollado este factor de hablar con toda seguridad, aunque no tengan ni idea de lo que están diciendo, han aprendido que eso penetra en personas inseguras y con miedo, a las que les venden “terrenos en la luna”. En una atmosfera de inseguridad, incertidumbre o miedo, los líderes de convicciones profundas pueden ganar terreno, pero también los populistas que sólo dicen lo que la gente quiere oír.
El tema es apasionante y hay mucho que decir aún. Por ahora, permítanme cerrar con una frase que alguna vez escuché y que resume muy bien lo que hasta aquí hemos comentado: “Las palabras pueden mentir, pero el cuerpo rara vez lo hace”.
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