Unidad, divino tesoro

Estamos apenas en los inicios de las precampañas y ya empieza a haber señales de que la unidad en las diferentes fuerzas políticas va a ser una mercadería muy escasa. En la 4T el factor de unidad es el señor presidente. Él es quien pone orden, quien establece los criterios, quien logra que las ambiciones personales y de facción se mantengan más o menos alineadas. No es cosa fácil:  si en el PRD, uno de los antecesores de Morena, se hablaba de las nueve tribus, esto se ha complicado con la absorción de personas procedentes de otras fuerzas políticas, sobre todo los que proceden del PRI. Es claro que ya están más visibles los pleitos entre las “corcholatas” y que las patadas ya no son nada más “bajo la mesa”, sino que algunas ya empiezan a trascender a los medios tradicionales.

En la alianza opositora después de los primeros shows de unidad, los llamados Diálogos Ciudadanos, ya hay la amenaza de una interrupción de relaciones del  PRD y también el anuncio de que uno de los contendientes por la nominación,  ya ha renunciado.  Con lo cual baja la probabilidad de que la precandidata Xóchitl Gálvez sea la nominada por la oposición.

Es relativamente fácil achacar este fenómeno a las ambiciones personales.  Sin duda hay una buena parte de real en esto: en la historia política de nuestro país la mayoría de las disensiones han ocurrido por razones personales y muy raramente por razones que pudieran tener alguna lógica o que estén basadas en una filosofía política.

La gran pregunta, para los dos grupos contendientes, es cómo lograr la unidad. Incluso Morena, que no tiene aparentemente un problema en este sentido, gracias a la popularidad del señor presidente, tampoco puede confiarse a que siempre tendrá esa fuerza de unión. Es triste decirlo, pero lo que está ocurriendo no es nada nuevo. Somos un país sin unidad. Lo que pasa es que esto se notaba poco, porque las fuerzas políticas trataban de mantener lo más ocultos posible sus diferendos. Tal vez nos estamos dando cuenta con mayor claridad porque gracias a la gran capacidad de comunicación que tiene toda la población, es mucho más difícil ocultar las dificultades entre grupos. Por otro lado, la siembra sistemática de odio ha sido abierta y es muy notoria porque ocurre desde la presidencia, desde las conferencias cotidianas y en cadena nacional. 

Es bastante claro que hemos tenido divisiones entre las clases sociales, por razones de género, raciales y por muchas otras causas.  Solo que no eran tan claras. Los discriminados normalmente soportaban su situación e incluso tenían miedo de hacer notar su disconformidad, por temor a empeorar su situación. Ya no es así.

Ante esto no es ocioso hacernos la pregunta: ¿qué es lo que nos une a los mexicanos? Hay algunas respuestas, pero generalmente son en temas poco significativos a nivel social.  Nos une, y seguramente todos estaremos de acuerdo, cierto tipo de música, nuestra manera peculiar de divertirnos y de una manera muy amplia el gusto por los espectáculos deportivos. Nos une la gastronomía. Pero aun en esto tenemos nuestras diferencias: no siempre es así.

Nos gustaría pensar en qué nos unen de una manera más sólida, nuestra cultura, construida a través de una jerarquía de valores. Nos une nuestro aprecio por la familia, qué se intensifica de manera importante en nuestros emigrantes, qué se sacrifican diariamente para contribuir al sostenimiento de los que se quedaron atrás, así como nuestro deseo de que nuestros hijos avancen en lo económico y en lo social, para lo cual muchas familias se sacrifican de una manera importante. También nos unen una buena parte de nuestras creencias que en otro tiempo se concentraban en la peculiar espiritualidad comunitaria de los mexicanos. Mayormente, pero no exclusivamente, en torno a la Iglesia católica.

Todos esos son motivos más sólidos de unidad, pero desgraciadamente cada vez están siendo menos importantes. ¿Dónde están los obstáculos para poder construir una convivencia pacífica y productiva? Muchos hablarán de la ambición cada vez más desmedida que ha entrado a suplantar una buena parte de esos valores tradicionales. Y hay algo de razón en esto.

También nos estorban algunos mitos, que en muchos casos contribuyen a la separación entre los mexicanos. Como el mito de que somos un país rico. Sin tomar en cuenta hechos muy claros, por ejemplo: que tenemos muy poca tierra cultivable, de la cual menos de la mitad tiene riego; que tenemos un bono demográfico envidiable, comparado con los países europeos, pero tenemos una población con educación deficiente.  

No hemos logrado, en más de 200 años de independencia, construir un verdadero estado de derecho. La impunidad no se ha logrado abatir. Vivimos una situación de profunda desconfianza hacia las autoridades, desconfiamos prácticamente de casi todas las fuerzas sociales del país. Ninguna ideología política, ningún sistema de gobierno, puede darle unidad a este país. Tenemos que aceptar que nunca tendremos total unidad.  

No podemos aspirar a la unanimidad, a que toda la población acepte un cierto grupo de ideas. Para eso está la democracia: un sistema que permite administrar la falta de unidad mediante sistemas y acuerdos que permiten que podamos seguir colaborando a pesar de que no estamos realmente de acuerdo en todo.  Pero sí estamos de acuerdo en que necesitamos tener mecanismos para que, independientemente de que no alcancemos la unidad, se puedan seguir tomando decisiones qué respeten las necesidades de las minorías y den cumplimiento a los deseos de las mayorías. Un equilibrio difícil, pero necesario. Y tal vez podríamos empezar a construir una mejor situación, en la medida en que pensemos que esto tiene alguna probabilidad de cumplirse.

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