Información o confusión

Hace algún tiempo que estamos supuestamente en la era de la información. Tenemos medios para obtener datos de una manera tan extensa como nunca antes en la historia de la humanidad. Sin embargo, para muchos lo que verdaderamente nos está ocurriendo es que estamos en la era de la confusión. Se ha acuñado el término de infoxicación, qué quiere decir la intoxicación por exceso de información. Tenemos muchísima información, pero pocos medios para diferenciar aquella que es válida de la que no lo es. 

Para algunos es un tema puramente académico.  Sin embargo, en la vida diaria, está ocurriendo un acceso a la información que antes ni siquiera la academia tenía disponible.  La información es abundante, está disponible en tiempo real, tiene un costo mínimo y la pregunta es ¿por qué no podemos aprovecharla plenamente sin intoxicarnos?

El gran tema es la validación del información. Es difícil poder distinguir la buena información de la distorsionada. Algunos hablan del tema de la posverdad. Un asunto del que ahora se habla poco, pero que hace unos pocos años estaba muy presente en la comunicación. Se trata, dicen algunos, de que ya no se considera posible la existencia de la verdad. Es la metástasis del relativismo, invadiendo todas las comunicaciones humanas.  Sin embargo, estrictamente no estamos teniendo ese concepto.

Se entendía que la posverdad significaba que había tantas verdades como individuos, todas ellas de igual valor. Todas esas versiones de la verdad -se decía- son igualmente válidas. Con lo cual se vuelve imposible un diálogo auténtico, porque todo el mundo se aferra a su propia versión de la verdad.  Hasta aquí, uno podría decir que esto es lo que está ocurriendo.  Hay muy pocas verdades realmente válidas, nos dicen los que proponen que ya estamos en una época así.

Sin embargo, la realidad es diferente. Se encuentra uno con que la mayor parte de la gente acepta que hay muchas verdades, pero también están plenamente convencidos de que su propia versión personal de la verdad, es la correcta. Todos los demás están equivocados. Cuando alguno nos dice: “yo tengo otros datos”, generalmente está queriendo decir que los suyos son los correctos y no los de los demás. No acepta que todas las verdades son igualmente válidas o valiosas. “Sólo la mía, sólo mis datos son los correctos”, piensan.

Las consecuencias de esta visión de la verdad, es que en la práctica es casi imposible llegar a tomar decisiones en conjunto. No se pueden tener acuerdos cuando partimos de la base de que todos los demás están equivocados y solo mi versión de la realidad, o la de aquellos a los que he logrado convencer, es la correcta. 

En esas condiciones ¿a quién creer? Para algunos la respuesta es, en la práctica, creer a quien se oye con mayor frecuencia. Lo cual nos lleva  a un convencimiento que se logra según el dinero que se puede invertir en propaganda,  dónde lo que importa es que se escuche más intensamente un mensaje,  independientemente de su contenido. Y este es el quehacer de la mercadotecnia política, qué empezamos a padecer de cara a las próximas elecciones federales. 

Ya no importa para muchos la solidez de los argumentos de los contendientes. Lo importante es lograr la penetración de un mensaje, a través de una repetición incansable y que excluya la posibilidad de dedicar tiempo a los mensajes de los demás. A eso muchos mercadólogos le llaman convencimiento, aunque en la realidad no es más que tener una memorización del mensaje y recordación de quién lo difunde.

Claramente necesitamos educarnos como ciudadanos conscientes para poder hacernos una idea sobre la confiabilidad de los precandidatos y candidatos que se nos están proponiendo por las distintas fuerzas políticas.  Será un trabajo pesado. Dedicarle tiempo y esfuerzo a oír opiniones, tener criterios para validarlas, llegar a entender quiénes son los candidatos qué más le convienen al País.  

Tenemos ante nosotros una época de arduo trabajo ciudadano. Captar la mayor información posible, tener razones para validar las distintas propuestas, además de tener motivos para juzgar la credibilidad de quiénes nos están ofreciendo esos planteamientos. Teniendo muy claro que nos dirán aquello que saben que queremos escuchar.  Están pagando a especialistas en política qué están revisando, hasta el último detalle, el modo como nos podrían convencer:  su imagen, las reacciones que generan su voz y la cadencia con la que nos entregan su mensaje, y mucho más.

Ante ese derroche de conocimientos y capacidades políticas, lo único que puede hacer el “ciudadano de a pie”, el “sin poder” como usted y yo, es estar lo más enterado posible,  discutir a fondo con otros “ciudadanos de a pie” la credibilidad de las propuestas y la confiabilidad de los candidatos para formar nuestra propia opinión.  Mediante lo cual podríamos estar votando en conciencia, contrastando nuestras opiniones con las de otros que no han recibido un pago por convencer a los demás,  los que no tienen nada que ganar en lo personal al convencernos.

Se va a poner interesante. El resultado de los próximos comicios dependerá en mucho de que la ciudadanía tenga una sana desconfianza de lo que se nos proponga, nos comuniquemos los unos con los otros y votemos  pensando en el bien mayor de la sociedad.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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