A menos de un año de haber asumido como jefa de gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada ha vivido una administración corta, pero significativa. En un contexto de sucesiones aceleradas, Brugada llegó al cargo tras la salida de Martí Batres — quien ocupó interinamente la posición tras la renuncia de Claudia Sheinbaum — y con una agenda marcada por el ritmo electoral del país.
Su perfil, forjado en los movimientos sociales y su amplia trayectoria política en Iztapalapa, le otorgaron una base sólida. Egresada en economía por la UAM Iztapalapa, ha sido diputada, procuradora social y gobernante de Iztapalapa en tres ocasiones. En 2009, su ascenso se volvió parte de una de las polémicas más mediáticas de la política capitalina: el caso “Juanito”, un episodio que marcó tanto su carrera como la historia reciente de la izquierda en la CDMX.
Hoy, a poco más de ocho meses de haber tomado protesta como jefa de gobierno, su gestión transitoria revela un enfoque social, cultural y feminista. Pero también deja preguntas abiertas sobre su verdadera proyección administrativa.
Acciones clave en un periodo breve
Desde su llegada al cargo el 5 de octubre de 2024, Brugada ha encabezado una serie de acciones que, si bien no han transformado estructuralmente la ciudad, han reforzado la imagen de cercanía con la ciudadanía. Su estilo discreto, comparado con la sobreexposición mediática de figuras de su mismo partido, ha sido interpretado por algunos como una estrategia inteligente: mantener un bajo perfil mientras se acumulan logros puntuales.
En materia de desarrollo social, Brugada impulsó el Sistema Público de Cuidados, una política que busca brindar servicios y apoyos a cuidadores de enfermos y/o discapacitados y en parte liberar a las mujeres de la carga histórica del trabajo no remunerado. Ha inaugurado ferias de empleo orientadas específicamente a capitalinas, enfatizando la autonomía económica como eje de igualdad.
También ha mantenido viva la apuesta por la cultura con eventos como “La Noche de Primavera”, un festival musical en el corazón de la capital, y ha promovido obras de regeneración urbana en zonas que recibirán la Copa Mundial FIFA 2026, con inversiones en movilidad, agua potable y drenaje pluvial.
En temas de movilidad, ha presentado proyectos como el nuevo recorrido del trolebús Silvestre de los Pedregales, y un plan ciclista 2025–2030 que busca posicionar la bicicleta como un medio de transporte ecológico. También anunció el regreso de la licencia de manejo permanente, una medida que fue bien recibida por sectores amplios de la ciudadanía.
Percepción pública: discreción, estabilidad y contrastes
A lo largo de estos meses, la figura de Clara Brugada ha mantenido una aprobación constante que oscila entre el 53% y el 56%, según datos de FotoMétrica e Índigo Data. Su administración no ha estado exenta de retos, pero tampoco ha sido blanco de críticas estridentes. Esa relativa estabilidad en el ánimo ciudadano puede explicarse por dos razones: la baja exposición mediática de la mandataria, y el contexto nacional que ha desviado la atención hacia temas de mayor polarización.
Mientras el país enfrenta conflictos como la reforma al Poder Judicial, tensiones internacionales y procesos electorales federales, el gobierno de la ciudad ha operado sin sobresaltos notables. Este ambiente ha permitido a Brugada avanzar con cierta libertad, aunque sin dejar una huella clara en áreas estructurales como seguridad o el combate a la pobreza urbana.
Analistas políticos señalan que uno de los puntos favorables de su paso por el cargo ha sido su aparente voluntad de diálogo con las alcaldías y su enfoque en el bienestar inmediato de los habitantes. La comparación con su antecesora Claudia Sheinbaum ha sido inevitable: mientras Sheinbaum era percibida como rígida y distante, Brugada ha optado por la cercanía simbólica. Sus discursos han sido más comunitarios, menos técnicos, y más enfocados en “el bien común”.
No obstante, voces críticas aseguran que, más allá del lenguaje amable, su administración no ha ofrecido respuestas contundentes a problemas estructurales de la capital. Otros cuestionan si el tiempo en el cargo — inferior al año — es suficiente para emitir juicios de fondo.
¿Una gestión útil rumbo a las urnas?
El contexto electoral actual coloca a Clara Brugada en una situación singular. Tras gobernar Iztapalapa durante tres periodos y consolidarse como una figura sólida dentro de Morena, su ascenso a la jefatura de gobierno ha sido interpretado por algunos como un trampolín político de cara a futuras candidaturas, más que como una gestión con vocación transformadora.
La pregunta clave es inevitable: ¿Usó la visibilidad del cargo para posicionarse como candidata o reforzar su agenda?
La respuesta, aunque matizada, parece inclinarse hacia el sí. Su breve paso por el gobierno de la ciudad ha servido para ampliar su presencia más allá de Iztapalapa. Ha articulado una narrativa basada en el feminismo, la justicia social y la movilidad urbana, que son banderas electorales contemporáneas. No ha entrado en confrontaciones públicas, ha evitado escándalos, y ha sostenido su imagen sin recurrir a la confrontación, lo cual le ha permitido reforzar su credibilidad frente a una base electoral ya consolidada.
Al mismo tiempo, su bajo perfil le ha permitido navegar entre los reflectores sin exponerse a los riesgos de desgaste prematuro que han afectado a otras figuras del oficialismo.
Entonces, ¿cómo impacta su breve gestión en su imagen electoral?
Más que un cambio radical en la percepción pública, lo que Brugada ha logrado es confirmar su viabilidad como figura política de largo aliento. No ha transformado la ciudad, pero ha evitado tropezar en el camino. En tiempos donde el error cuesta más que el acierto, eso también puede ser considerado un éxito.
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