“En toda guerra, la primera baja es la verdad”.- Esquilo, 525-456 AC.
Las contiendas electorales no son muy diferentes en ese aspecto. Todos, de un modo u otro, engañan. ¿Hasta qué punto los ciudadanos tenemos la culpa? ¿Podríamos hacer algo al respecto?
Se atribuye a Churchill la frase: “La verdad es tan valiosa, que hay que protegerla con guardaespaldas de mentiras”. En el fondo, lo que dice es que la verdad da poder y, por tanto, hay que evitar que los demás la conozcan.
Esto es cierto en la vida diaria como en las cosas públicas. Por supuesto, en lo político y en los medios, tradicionales o nuevos. Por otro lado, ¿sería posible gobernar, comunicar, transmitir, incluso liderar si no pudiéramos tener acceso a la verdad? Obviamente no. Por eso, tener la verdad y esconderla a los contrincantes políticos y a la ciudadanía, es necesario para muchos políticos, si no es que para todos.
También es importante para muchos poder mentir sin que parezca que se miente. Para que, si le descubren su mentira, el mentiroso pueda argumentar que fue malinterpretado. Porque, posiblemente, una de las verdades que con más ahínco se quiere ocultar es el hecho de que uno es un mentiroso. Ya que aún en esta época de la post verdad y la post racionalidad, sigue siendo muy apreciada la veracidad. Por eso, el mentiroso rara vez miente descaradamente. Se manipula la información, se presenta u oculta parcialmente. Es muy raro encontrar una mentira “químicamente pura”. A toda mentira se le agrega un poquito de verdad, para hacerla creíble.
Pero esto no se queda ahí. Hay que reconocerle a Vaclav Havel que todos vivimos, de algún modo, en una cultura de la mentira. Porque de alguna manera, muchos mentimos para mantener nuestra imagen, para ocultar nuestros errores y distracciones, por miedo o precaución, y también por supuesto para evitar poder ser cuestionados, vigilados o supervisados. O por corrupción. Y de alguna manera esto es algo que damos por hecho. Lo que nos hace vivir con un altísimo grado de desconfianza hacia todos los demás. Es algo que, en el fondo, va minando el tejido social de un modo muy importante.
Pero volviendo al tema de la ciudadanía, políticos y medios, al estar pidiéndoles verdad y sinceridad, es muy probable que usted me pueda calificar de ingenuo. Le concedo razón. Seguramente muchos, al tratar este tema, dirían: “Es que nadie estará dispuesto a decir siempre la verdad. Si fueran así, no serían políticos, rápidamente serían desplazados por sus contrincantes. Todo mundo lo hace, y es muy difícil hacerlo de otra manera”.
Muy en el fondo, tenemos la convicción de que hablar de ética política es como una contradicción en términos. Si eres ético, no puedes ser político. Si eres político, no puedes ser ético. Como decía un cínico: “Es muy fácil saber cuándo un político miente. Abren la boca y emiten sonidos”. En otras palabras, todo lo que sale de su boca serán mentiras. Seguramente esto es muy exagerado, pero es una imagen muy extendida.
Si nosotros los ciudadanos no nos educamos para la verdad, no amamos la verdad, si no asumimos sus consecuencias, es muy difícil que la política cambie por sí sola. Podríamos cuestionarnos con qué derecho exigimos de medios y políticos que nos digan siempre la verdad, cuando nosotros mismos estamos mintiendo frecuentemente.
Este cuestionamiento genera preguntas muy difíciles de responder. ¿Hemos apoyado a los políticos que dicen la verdad, aunque se hayan vuelto impopulares? ¿Hemos exigido a nuestros gobernantes con firmeza que nos digan la verdad y hemos hecho que sufran consecuencias cuando faltan a la verdad? Y nosotros, ¿hemos aceptado las consecuencias de decir la verdad?
Todos queremos que nos digan la verdad. Pero no es tan cierto que todos queremos decir siempre la verdad. Tenemos una buena cantidad de “Mentiras blancas”. “Mentiras piadosas”. “Mentiras para evitar un mal mayor o para lograr un bien mayor”. La verdad muchas veces duele. Mucho. Y sus consecuencias también. Reconocer nuestras mentiras o las falsedades que dijimos por desconocimiento o por error, también duele. En lo que algunos llaman a nuestra sociedad, una “sociedad líquida”, evitar el dolor, la pena y la vergüenza es una prioridad.
Sí tenemos la convicción de que todos mienten, ¿a quién le creemos? Parafraseando a Chesterton, podemos decir que la ética política no ha fallado. Se ha encontrado que es difícil y ni siquiera se ha intentado. Y ya va siendo hora de que lo intentemos.
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