Una experiencia: en el Zócalo

El domingo 26 de febrero participé en la convocatoria para estar a las 11 de la mañana en el Zócalo de la Ciudad de México. Por supuesto comparto la intención de defender al INE. Instituto Nacional ahora, al principio IFE: Instituto Federal. Tan importante esta institución que pasó de lo federal -entonces Ciudad de México era el Distrito Federal- a todos los estados de México.

Fui testigo del inicio de esta Institución. Las personas más enteradas, de la importancia del trabajo que realizarían quienes trabajaran en ella y el modo de concretar la democracia en nuestra patria, buscaban argumentos para convencerme de tales beneficios. Yo no lo creía, aseguraba que era otro modo más de disfrazar el dedazo para el sucesor.

En las primeras elecciones para la presidencia de la República, el recién nacido IFE convocó a los ciudadanos a ser observadores de casilla. Tomé el curso de capacitación y allí estuve hasta entregar las cajas selladas con los votos recogidos. Llegué muy tarde a mi casa con una especial emoción al vislumbrar los beneficios de los que aún era escéptica, aunque menos. Ahora soy defensora convencida.

Además, otras tareas sumamente importantes las realiza el INE, es una simplificación malévola decir que cuestan mucho al país las elecciones. Los beneficios que gozamos todos los mexicanos con nuestra credencial son invaluables. Al menos eso lo tendríamos que considerar todos. Es evidente y no requerimos más explicaciones. No aceptarlo es mala fe.

Salí de mi casa con una amiga. Generalmente para ocasiones similares prefiero el transporte público. Así es posible captar quiénes asisten, cómo es esa mayoría, de qué hablan. En nuestro país es muy fácil entablar conversación. Las personas son abiertas y tratan de ayudar. Comparten sus experiencias.

El Metro es más rápido y conozco mejor las líneas. En Google estudié los recorridos del Metrobús. Ese sería nuestro transporte, aunque menos veloz llegaríamos a tiempo porque tomamos precauciones. Dispuestas a sortear lo que fuera necesario. Sí iba lleno el Metrobús, para ser domingo, pero pronto se desocuparon dos lugares.

Evidentemente íbamos muchos al Zócalo, lo delataban nuestros atuendos: camisetas y colorido. Le expliqué a mi amiga que transbordaríamos. Una señora que me escuchó nos dijo que no hacía falta que ella también iba y la podíamos seguir. Felices de tal suerte, nos pusimos a platicar hasta que nos dimos cuenta de que nuestra guía ya no estaba.

Otra persona nos indicó que regresáramos a la parada anterior y allí podríamos tomar el Metro y nos bajáramos en Balderas. Con todos los recientes acontecimientos en ese sistema de transporte nos dimos valor y lo tomamos, el tiempo apremiaba.

Conversamos con dos personas que iban a lo mismo. Nos bajamos, una siguió por la misma calle y la otra caminó con nosotras por la transversal. Había adelantado su trabajo para poder estar en el zócalo. Ninguno de los miembros de su familia pudo ir por cuidar a hijos pequeños o por su trabajo que los requería también en el fin de semana.

Nos dijo que en 2012 ella había votado por nuestro actual presidente, pero su desempeño y todos los acontecimientos le habían desilusionado. También a los miembros de su familia. Buscaba otra opción. Al acercarnos a la plaza nos separamos. Poco a poco pudimos estar dentro. Sorteamos personas en sillas de ruedas. Familias con niños pequeños montados sobre los hombros. Mayores y jóvenes.

La plancha llena y las calles circundantes también. Drones en un hermoso cielo azul. Reporteros con sus cámaras y las voces de los dos ponentes. Al final entonamos nuestro hermosísimo Himno Nacional. Que el dedo de Dios nos conduzca y que no nos convirtamos en extraños enemigos asumiendo conductas reprobables, profanadoras.

Gocé nuevamente las proporciones grandiosas de nuestra plaza y los maravillosos edificios que la rodean con sus estupendos decorados. Agradezco a quienes nos enseñaron a hacerlos. El ambiente pacífico, respetuoso, seguro. Gran contraste con las noticias diarias sobre la inseguridad y la violencia.

Allí no alcancé a ver las dobles mamparas que pusieron para proteger Palacio Nacional, me enteré en mi casa cuando busqué los reportajes. Me dio mucha pena el desconocimiento que el gobierno tiene de su pueblo. Cuánto podría aprovechar de sus cualidades. La visión polarizada es destructora, los buenos y los malos. Los malos son los otros, los de la oposición. Qué tontería.

Ni un rasguño en las mamparas, ni ninguna arma en los bolsillos de los manifestantes, ni cerros de basura en el piso. Eso sí muchas flores frente a la Suprema Corte.  

Por cierto, a las 12 empezaron a llegar los barrenderos, una fila considerable, la plaza estaba a reventar. Era una misión más que imposible, era poner a prueba la paciencia de los trabajadores de la limpieza. Le pregunté a una mujer que iniciaba la fila, me dijo que cumplían órdenes. Le deseé buena suerte.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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