¿La desigualdad es un problema?

Al responder cualquier pregunta conviene pensar cuál es el punto de vista de quien pregunta, cómo va a aplicar la respuesta y algunas otras dudas escondidas tras ese cuestionamiento, o cómo se relacionará con otros temas. Y quien responde ha de examinar sus conocimientos y aconsejar a quiénes más han de acudir para ampliar los datos.

Tal vez huimos de la desigualdad o la combatimos, debido al modo de entenderla desde la política. Incluso, un político puede atraer si promete erradicarla. Sin embargo, hay muchas preguntas que responder antes de apoyar la desaparición de la desigualdad. Además, no todas las desigualdades son malas, ni todas pueden desaparecer. Basta observar y pensar.

El problema no está en la desigualdad misma, sino en el origen y en el tratamiento dado a ella.

Respecto al origen podemos hablar de desigualdad natural y desigualdad inducida, ésta última depende totalmente de la finalidad buscada.

La desigualdad natural es evidente, basta ver la variedad de especies en la naturaleza, y las diferencias entre los sujetos de la misma especie. Es imposible combatirla. En los seres humanos la desigualdad es palpable. Es motivo de orgullo el sabernos únicos e irrepetibles. El molde de cada persona se destruye cuando estamos terminados. Hay parecido, pero no igualdad. Si se complementan las desigualdades hay enriquecimiento, basta ver la ayuda entre distintos profesionistas.

En la educación este aspecto es muy importante. Se aprovecha para saber estimular y solidificar lo bueno, para combatir las malas inclinaciones, para adquirir lo factible, para minimizar lo que resulta difícil de quitar. Este es el modo de respetar a cada persona, ayudarla a conocerse, impulsarla a desarrollarse, enseñarle a convivir.

La desigualdad inducida en cuanto al trato a cada persona puede considerarse buena si respeta el modo de ser de cada quien y sus específicas necesidades. La desigualdad inducida puede ser mala si se privilegia a unos y se desconoce a otros. En el desconocimiento o rechazo, notoriamente aparece una falta de respeto a la dignidad de las personas.

Además de detectar la desigualdad en lo personal, es necesario verla en la familia y en la sociedad.

En la familia el trato de desigualdad ha de apoyarse en el conocimiento más profundo que se tiene por motivo natural, por la cercanía, por la espontaneidad, por la intimidad. En esa cercanía e intimidad se dan diferencias de edad -padres e hijos, también abuelos- y de ocupaciones, etcétera. Esa desigualdad logra enriquecimiento si hay apertura e inclusión. Sería negativa si fomenta la exclusión, las preferencias o descartes.

En la sociedad las desigualdades son más notorias por los distintos estratos, cultura, educación, ocupaciones. Se proliferan las diferencias y si se aprende a buscar a los demás con apertura y comprensión, incluso pasando por alto las irresolubles que pueden ser muy profundas y molestas. 

El modo natural de afrontarlas es el adecuado. Es aceptarlas tal como son y buscar el modo de compatibilizarlas. El buen modo inducido de aprovechar la desigualdad en las sociedades consistirá en apoyar las características de cada persona y hacer sinergias de complementariedad.

El mal modo inducido de ver la desigualdad en las sociedades consiste en aplicar estrategias de uniformidad de modo que se ejerzan presiones sobre las personas para forzarlas a ser y actuar de otra manera. Incluso con la aplicación de tácticas psicológicas que les violentan desde lo más íntimo. La finalidad es conseguir la uniformidad prometida en los discursos políticos, cargados de emotividad pero alejados del realismo.

Estar atentos, pues esos modos provienen de la ideologización de la desigualdad que buscan erradicar a como dé lugar. Son promesas basadas en utopías. Esos son los planteamientos de las teorías marxistas.

La desigualdad en el marxismo depende de la economía y no de la naturaleza humana. Como toda ideología hay un punto de vista a partir de una teoría y no de la realidad. El punto de partida entonces será la distribución del capital y solamente se considera la oposición entre trabajadores y capitalistas. El motor será la pugna entre esos dos sectores.

Un convencido marxista lógicamente se dedicará a promover la pugna, todo es lucha y no hay reconciliación. La meta es la aniquilación de los malos y el triunfo de los buenos. En este caso los buenos son los trabajadores, los malos los capitalistas. La meta emotivista es lograr la permanencia de sólo los buenos. En este caso sólo los trabajadores.

Automáticamente desaparecerán las desigualdades, habrá igualdad en la pertenencia a un solo estrato. Ese estrato bueno será el del ideólogo.

La realidad es otra, la experiencia nos enseña que la división de buenos y malos es falsa. Todos tenemos capacidad para el bien y para el mal. El esfuerzo es personal y la meta es acrecentar el bien y esforzarse por minimizar el mal. El proceso adecuado será una educación que capacite para practicar las virtudes.

Sin embargo, no es nada fácil cambiar a un ideólogo porque está enamorado de su idea y le importa muy poco la realidad. Como ideólogo es el líder, el creativo, el autor de su mundo, el que dicta lo que debe ser. Su palabra es la ley.

Te puede interesar: Amor a la sociedad y a la autoridad

* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

@yoinfluyo

Facebook: Yo Influyo

comentarios@yoinfluyo.com

Compartir

Lo más visto

También te puede interesar

No hemos podido validar su suscripción.
Se ha realizado su suscripción.

Newsletter

Suscríbase a nuestra newsletter para recibir nuestras novedades.