No nos cabe la menor duda de que la personalidad de Rodrigo Borgia, quien se convirtió en Papa con el nombre de Alejandro VI, se presta a las mil maravillas para desahogar el más profundo anticlericalismo.
A raíz de la Conquista Espiritual que trajeron los primeros misioneros en 1524, México adoptó para siempre y como símbolo de identidad nacional la Fe de Cristo.
La tensión diplomática subió varios peldaños cuando el gobierno mexicano decidió no invitar a Felipe VI a la toma de posesión hasta que el monarca no se disculpase.
Tarde o temprano la verdad acabará imponiéndose y, al igual que ocurre con un diamante cubierto por una capa de lodo, será necesario ir quitando la suciedad que impide que la piedra preciosa brille en todo su esplendor.
Veinte años después, el 26 de enero de 1979 los mexicanos salimos jubilosos a las calles para recibir con entusiasmo y lágrimas en los ojos al primer Papa que visitó México: San Juan Pablo II.
Don Salvador Abascal, mi gran amigo, maestro y consejero, fue el editor que creyó en mí al publicar en 1976 mi primer libro: La Cruzada que forjó una Patria.
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