Desde inicios del siglo XX hasta nuestros días, los Papas y la Iglesia católica han desempeñado un papel crucial como artífices de paz en medio de los conflictos más devastadores de la era moderna. A lo largo de las guerras mundiales, la Guerra Fría y numerosos conflictos regionales, la Santa Sede ha repudiado la guerra, abogando por soluciones pacíficas y defendiendo los derechos humanos fundamentales.
Este ensayo examina las etapas históricas clave –desde la Primera Guerra Mundial hasta el presente– para analizar cómo el papado ha resistido la lógica bélica, actuado como mediador en procesos de paz, protegido a víctimas (incluyendo testimonios de judíos durante la Segunda Guerra Mundial) y promovido la dignidad humana.
Esta investigación, apoyada en fuentes históricas y académicas, demuestra la continuidad del compromiso pacifista de la Iglesia, culminando con las recientes declaraciones del Papa León XIV el 22 de junio de 2025, donde reiteró con firmeza el clamor por la paz en el mundo actual.
El Papa Benedicto XV y la “inútil masacre” de la Primera Guerra Mundial
Una voz solitaria entre cañones
Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-1918), el recién elegido Papa Benedicto XV se erigió en voz solitaria de paz en un mundo sumido en la catástrofe. Desde el inicio condenó el conflicto con términos contundentes, calificándolo como “el suicidio de la Europa civilizada” y una “matanza inútil” que devastaba al continente.
A diferencia de muchos líderes de la época, que alentaban el fervor bélico nacionalista, Benedicto XV mantuvo estricta imparcialidad frente a los bandos enfrentados. No por indiferencia, sino por su papel de “padre común” de todos los pueblos. Esta neutralidad activa le permitió lanzar audaces iniciativas diplomáticas y humanitarias que marcaron un parteaguas en el papel de la Iglesia ante la guerra moderna.
Diplomacia sin armas: llamamientos a la tregua y propuestas de paz
Desde los primeros meses de su pontificado, Benedicto XV intentó detener la guerra con llamados firmes a la conciencia. En diciembre de 1914, apenas iniciada su gestión, imploró una tregua navideña:
“Para que las armas callen al menos la noche que cantaron los ángeles” —un ruego profundamente humano, pero ignorado por los gobiernos beligerantes.
Más adelante, en agosto de 1917, el Papa envió a los jefes de Estado beligerantes una detallada Nota de Paz con un plan de siete puntos, entre los que destacaban:
- El cese de hostilidades sin vencedores ni vencidos
- El desarme multilateral
- El establecimiento de un sistema de arbitraje internacional
- La restitución de territorios ocupados
Este fue un hecho inédito: la primera vez durante la guerra que una autoridad proponía un esquema concreto para negociar la paz. Aunque las potencias centrales mostraron cierta receptividad, los Aliados –especialmente Francia y el Reino Unido, y finalmente Estados Unidos– rechazaron la mediación pontificia, decididos a buscar una victoria militar total.
Compasión organizada: la ayuda a las víctimas del conflicto
Ante la negativa de los gobiernos a dialogar, Benedicto XV volcó los esfuerzos de la Iglesia en aliviar los estragos de la guerra. Desde el Vaticano se creó una oficina especial para ayudar a reunir prisioneros de guerra con sus familias, gestionando cientos de miles de solicitudes.
Con recursos escasos, la Santa Sede gastó decenas de millones de liras en obras de caridad. Además, persuadió a países neutrales como Suiza para acoger soldados enfermos, y organizó redes de asistencia para heridos, desplazados, viudas y huérfanos, sin importar a qué bando pertenecieran.
Este compromiso con la protección de la vida y la dignidad humana fue guiado por una lógica espiritual: la “paternidad universal” del pontífice que, más allá de banderas, defendía el valor absoluto de cada ser humano.
Rechazado por los poderosos, reivindicado por la historia
La voz profética de Benedicto XV fue ignorada por los políticos de su tiempo, pero la historia le dio la razón. Anticipó que una paz impuesta con afán vengativo traería “semillas de discordia” —como las del Tratado de Versalles— que provocarían nuevos conflictos.
De hecho, muchas de sus propuestas de 1917 se reflejarían más tarde en los Catorce Puntos del presidente Woodrow Wilson para la posguerra, aunque sin mencionar su origen pontificio.
Por todo ello, Benedicto XV ha sido llamado:
- “El Papa de la paz”
- “El único vencedor moral de la Guerra”
Fue él quien denunció desde el principio el mal de la guerra y afirmó la primacía del derecho sobre la fuerza.
Su legado preparó el terreno para que la diplomacia pontificia del siglo XX se consolidara como conciencia ética internacional, al servicio de la paz y los derechos humanos, incluso cuando sus gestiones eran descartadas por los actores militares.
En tiempos donde las naciones se atrincheraban tras sus cañones, la Iglesia alzó la voz por la paz, la vida y la dignidad humana. El ejemplo de Benedicto XV no fue una anécdota aislada, sino el inicio de un compromiso que los Papas del siglo XX y XXI han mantenido con coherencia moral y coraje profético.
La paz, para la Iglesia, no es una postura política, sino una obligación evangélica. Y mientras otros eligieron las armas, ella eligió la cruz como signo de reconciliación.
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