Sólo he conocido a un auténtico y completo traidor: ¡Fouché!”, escribió Napoleón Bonaparte en sus lacónicas memorias redactadas en su destierro definitivo en la isla de Santa Helena, declaración que contrasta con lo expresado por su biógrafo, el escritor Stefan Zweig, quien dijo: “Joseph Fouché fue el más excepcional de los hombres políticos”.
Así de polémica resulta la personalidad de Joseph Fouché, duque de Otranto, inventor del espionaje moderno al que denominó ‘Alta policía’ y autor de unas memorias sobre los acontecimientos que llevaron a Napoleón a su derrota, para justificar sus acciones y quedar al margen de toda sospecha de haber conspirado contra el general más poderoso de Europa.
‘Memorias de Fouché’ (Edición de Pedro Gómez Carrizo con derechos reservados para Biblok Book Export, España, 2015) resulta para el lector un interesante tratado sobre los abismos de la condición humana y acerca de la manera en que las miserias humanas pueden ser llevadas como virtud en medio de la lucha por poder.
A través de 415 páginas, quien fue ministro de la Policía General de Napoleón relata todas las intrigas palaciegas contra Napoleón, a quien muestra como un dictador irascible, empeñado en hacer de su palabra la ley, que eliminaba sin miramientos a quienes lo contradecían, que no aceptaba críticas ni opiniones opuestas a la suya; un auténtico todopoderoso.
Aunque la edición fue poco cuidada, pues aparecen unas letras por otras, hay párrafos a los que les faltan líneas y tiene palabras mal escritas, este libro contiene las memorias de Fouché sobre los acontecimientos que llevaron a Napoleón a su derrota.
Joseph Fouché es un personaje más que interesante, ya que ocupó los cargos más destacados en Francia en los momentos críticos de ese país y desempeñó su papel fundamentalmente en la sombra, pero sin renunciar a la acumulación de un inmenso poder que le permitió mover los hilos tras el escenario.
Su competencia dentro de la política francesa -cerca de 20 años mantuvo su posición en cinco formas de gobierno distintas- le valió ser reconocido como el inventor del espionaje moderno; poseía una mente ingeniosa excepcionalmente dotada para la intriga y la estrategia de adaptación al cambio.
El novelista francés Honorato de Balzac lo calificó como “un genio singular, la cabeza más brillante que he conocido”, mientras que para algunos investigadores la figura de Fouché es de gran interés observada desde múltiples perspectivas: tanto para aquellos que quieran conocer la historia de Europa en su tránsito hacia la edad contemporánea, como para los estudiosos de la sociología, los analistas del pensamiento y de la acción política, pero también para todos los interesados en la psicología y los abismos del alma humana.
Y es que durante dos décadas de una de las etapas más agitadas y cruciales de la historia, Fouché se mantuvo en lo más alto, imperturbable y absoluto, manejando los hilos entre bambalinas, de manera que este libro es un interesante recorrido por la vida del astuto, intrigante e irremplazable ministro de Policía de Napoleón.
La capacidad de supervivencia emerge como la principal seña de identidad del duque de Otranto, quien logró ser funcionario del Directorio de la Revolución, luego del Consulado y del imperio de Napoleón, a cuya caída siguió siéndolo en la monarquía restaurada de Luis XVIII, y luego en la corta restauración de Napoleón (que duró 100 días). Sobrevivió al segundo Directorio y al caer la monarquía continuó con la República.
Expertos en este singular personaje sostienen que su “éxito” se debió, además de a su talento natural, a que como Director de Policía tejió por toda Francia una red de agentes que trabajaban para él, con lo cual tenía todo bien controlado. Incluso, algunos especialistas han considerado que para él y su red trabajaba como informante la propia Josefina -primera esposa de Napoleón- y que no había conversación de interés entre tres o más personas en el país que no llegara a sus oídos a través de sus espías a sueldo. Ese cúmulo de información bien manejada y su talento convirtieron al duque de Otranto en un personaje imprescindible para cualquier político.
Al final Fouché terminó sus días tranquilamente alejado de París, en Trieste, envejecido y solitario; se cree que ahí escribió sus memorias, cuya autenticidad fue puesta en duda de manera interesada al publicarse en 1824, cuatro años después de su muerte, cuando los herederos de Fouché denunciaron la falsedad del texto y llevaron a juicio al editor, mismo que ganaron con el apoyo y la protección de Jean-Baptiste Bernadotte, el antiguo mariscal de Napoleón (desde 1818 rey de Suecia).
Sin embargo, no lograron desautorizar los escritos, pues tanto los contemporáneos del duque de Otranto como los historiadores encontraron en ellos detalles e informaciones de los que sólo Fouché pudo haber tenido conocimiento.
El debate sobre la autenticidad de las memorias de quien fue ministro de Policía de Napoleón continuó hasta 1901, fecha en que se publicó la monumental tesis del historiador, investigador y divulgador de la edad moderna de Francia, Louis Madelin -principal estudioso del personaje- obra que corroboró de una manera definitiva la legitimidad de ese texto. Madelin sostuvo que las ‘Memorias’ fueron recopiladas y unificadas por Alphonse de Beauchamp, colaborador cercano de Fouché en el Ministerio, a partir de fragmentos auténticos escritos por el propio duque de Otranto.
Este estudio rehabilitó los escritos de Fouché y al propio personaje, tras cuya muerte se creó una historia negativa alrededor de su nombre de tal forma que el apellido Fouché quedó asociado a la traición, al revelar cómo su mala reputación no respondía tanto a datos objetivos como a las críticas subjetivas de los muchos y muy poderosos enemigos que se había creado en vida por ser astuto, ambicioso y poco proclive a ejercer de mártir en una época tan radicalmente convulsa como la que le tocó enfrentar.
Post Scriptum
Joseph Fouché (1759-1820) se educó en un seminario como religioso, luego fue profesor de física, lógica y matemáticas, y participó en actividades intelectuales que le permitieron integrarse más adelante al grupo de los Rosatis al que también pertenecían Maximiliano de Robespierre, Jean Paul Marat y Sadi Carnot. La efervescencia causada por la Revolución desvió el interés de los intelectuales hacia la política y decidió dejar la Orden de los Oratorianos a la que pertenecía, para presidir una asociación denominada ‘Amigos de la Constitución’. Posteriormente fue electo diputado a la Convención por una opción política burguesa y moderada en representación del departamento del Loira inferior.
A partir de ese momento Fouché comenzó a poner sus dotes de gran político al servicio de sus intereses personales y a través de sus continuos cambios de postura política (perteneció al partido de los Girondinos -derecha- y luego se pasó al de los Jacobinos -izquierda-) logró mantenerse a flote en el medio político durante dos décadas gracias a que recorrió todo el espectro político de la Francia de aquella época bajo los diferentes regímenes. Sobrevivió a la Revolución Francesa, al Terror, a Napoleón Bonaparte y acabó su vida política con Luis XVIII.
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