Del pequeño nazi que todo “chairo” lleva dentro

No es una ocurrencia comparar a AMLO con Joseph Goebbels o afirmar que su estrategia de comunicación es una calca de la empleada por los nazis. Frente a la evidencia palmaria, quien afirme lo contrario es, por supuesto, un imbécil o un “chairo”.


AMLO en las mañaneras


Derivado de la serie de dudas que generó mi opinión previa –y para quienes no me creen–, les dejo este comparativo entre la estrategia mediática de AMLO y la de Joseph Goebbels.

El ministro de propaganda nazi estableció una serie de “principios” conforme a los cuales debía discurrir la estrategia de comunicación; el primero de ellos es el de simplificación o del enemigo único; para ese fin, se adopta una idea fija, un único símbolo y se individualiza al adversario como un solo enemigo. ¿Cómo llama AMLO a sus detractores sea quién sea? “Conservadores”, “fifís”, “neoliberales”, “corruptos”, todos forman parte de eso que él resume como: “Mafia del Poder”. Estrechamente relacionado con ese principio, se halla el del Método de Contagio: por él, se reúnen diversos adversarios en una sola categoría o individuo.

Por el Principio de Transposición: se cargan sobre el adversario los propios errores, respondiendo al ataque con el ataque. ¿Huachicol, inseguridad rampante u homicidios masivos durante su gobierno? “Esto es culpa de las administraciones anteriores”… faltaba más.

Principios de exageración y silenciación: su empleo se recomienda, entre otros usos, para convertir cualquier intento del adversario en una afrenta desmesurada; o para acallar cuestiones en las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al otro. ¿Recuerda los casos de Jorge Ramos y “Brozo” y cómo les fue? Solo por atreverse a discutir las cifras proporcionadas por el propio AMLO tratándose del incremento desmesurado del número de asesinatos o su amañada estrategia mediático-cómica-político-mariachi musical-mañanera.

Respecto del Principio de Vulgarización, dice Goebbels: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos […] Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa”; en las peroratas del Presidente ha habido absolutamente de todo menos un análisis, uno solo, inteligente, pertinente o reflexivo; apenas sí, burlas, simplificaciones, anécdotas y ataques sistemáticos a sus adversarios (que el imbécil no debería tener pues, se supone, gobierna para todos).

El Principio de Orquestación: sirve para limitar el número de ideas y repetirlas de modo incansable; presentándolas una vez y otra desde diferentes ópticas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto: “Si una mentira se repite lo bastante, acaba por convertirse en verdad”. AMLO miente sobre hidrocarburos, adquisiciones, corrupción, consultas patito, amiguismo, crecimiento económico, índices delictivos, etc.; sin embargo, sigue afirmando que él sí tiene “calidad moral”.

Los Principios de Renovación y Transfusión: AMLO los aplica cada mañana; por el primero, se emite información nueva a un ritmo tal que, cuando el adversario responde, el público ya está interesado en otro asunto; el segundo, se basa en que, por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, como un complejo de odios o prejuicios tradicionales; ese hartazgo de los mexicanos sirvió, y sirve a diario, de insumo principal para alimentar el discurso que a diario nos endilga a los ciudadanos.

Finalmente, por el Principio de Unanimidad: se pretende convencer a mucha gente de qué se piensa “como todo el mundo”, creando una falsa impresión de unanimidad. ¿Qué si no está ocurriendo, un día sí y otro también, cuando quien osa oponer una visión contraria a la suya, en automático se le califica de “conservador”, “fifí”, “neoliberal”, etc.?

No fue, pues, gratuito ni una ocurrencia comparar a AMLO con Joseph Goebbels o afirmar que su estrategia de comunicación es una calca de la empleada por los nazis. Frente a la evidencia palmaria, quien afirme lo contrario es, por supuesto, un imbécil o un “chairo”.

 

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