México en el corazón de León XIV

Robert Francis Prevost Martínez, hoy León XIV, no es un extraño para México. Su elección como Papa no solo representa la continuidad del legado latinoamericano iniciado por Francisco, sino que renueva y fortalece los vínculos entre la Iglesia universal y el pueblo mexicano. Nacido en Chicago en 1955, pero nacionalizado peruano, su trayectoria pastoral está impregnada de cercanía con América Latina y, en particular, con México, país al que ha visitado en múltiples ocasiones y donde ha dejado una huella indeleble.

El lazo agustiniano: espiritualidad y comunidad en México

Prevost ingresó a la Orden de San Agustín en 1977, y en 2001 fue elegido Prior General de dicha orden, cargo que ocupó por 12 años. En ese rol, visitó con frecuencia la Iglesia del Socorro en la Ciudad de México, el templo agustino más emblemático del país, así como comunidades en Guanajuato (Yuriria, Salamanca) y Jalisco (Tequila, Zapopan, Guadalajara). Estas visitas no fueron meramente protocolares: respondían a su compromiso con la vida religiosa, la fraternidad comunitaria y la misión evangelizadora.

Los agustinos, orden mendicante fundada formalmente en 1244, han desempeñado un papel crucial en la historia espiritual y educativa de México. Su lema, “Una sola alma y un solo corazón hacia Dios”, se ha concretado aquí en parroquias, centros de retiro, escuelas y misiones en comunidades vulnerables. Con una fuerte presencia desde la época virreinal, los agustinos siguen trabajando en la formación de líderes eclesiales, la educación y la atención pastoral de los más necesitados.

El liderazgo de un reformador silencioso

Como prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, Prevost fue una figura clave en la elección de obispos en México. Impulsó una Iglesia con rostro humano, alejada de las lógicas burocráticas y más cercana a las periferias geográficas y existenciales. Su sensibilidad hacia los desafíos de violencia, migración y pobreza marcó su interacción con la Iglesia mexicana, buscando pastores capaces de acompañar y no solo de administrar.

Esta misma visión fue reafirmada al inicio de su pontificado. En su primer mensaje al mundo, León XIV expresó: “Soy un hijo de San Agustín… ‘Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo’”. Esta frase no solo rinde homenaje a su herencia agustiniana, sino que anuncia el tono pastoral de su pontificado: humildad, cercanía y servicio.

México celebra: reconocimiento oficial y alegría popular

La elección de León XIV fue recibida con entusiasmo por el pueblo mexicano. La presidenta Claudia Sheinbaum envió una carta oficial al Vaticano para felicitarlo y extenderle una invitación formal para visitar México, resaltando su compromiso con la justicia y la paz. Durante su primer Ángelus, un grupo de fieles de Guadalajara fue especialmente saludado y bendecido por el Papa, gesto que muchos interpretaron como una señal de afecto a México.

Además, su elección fue celebrada por líderes eclesiásticos y sociales que ven en él la continuidad de una Iglesia “en salida”, como la soñada por el Papa Francisco. “Queremos una Iglesia sinodal, que camine, que busque siempre la paz, que esté cerca de quienes sufren”, declaró León XIV en su primera homilía con los cardenales.

Perspectivas de futuro: una visita esperada

Aunque no hay aún fecha confirmada, todo indica que México será uno de los primeros destinos pastorales de León XIV. Su conexión con la espiritualidad del continente, su fluidez en español, y su conocimiento profundo de la realidad latinoamericana lo hacen especialmente cercano al corazón del pueblo mexicano. Su pontificado promete fortalecer los lazos diplomáticos y espirituales entre México y el Vaticano, y dar un renovado impulso a los desafíos pastorales del país.

La relación entre el Papa León XIV y México no es reciente ni superficial. Está anclada en décadas de trabajo misionero, de servicio pastoral, de vínculos culturales y espirituales profundos. Como agustino, pastor, obispo y ahora Pontífice, ha caminado junto al pueblo mexicano en sus alegrías y heridas. Hoy, México ve en él no solo al sucesor de Pedro, sino a un hermano cercano, un puente entre Roma y América Latina, un testigo de paz que, como él mismo proclamó, “camina con nosotros, sin miedo, hacia el encuentro”.

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