Del “bromance” al rompimiento: Trump y Musk llegan al fin de su relación

El conflicto entre el presidente estadounidense Donald Trump y el empresario Elon Musk ha revelado no sólo una ruptura política, sino también una fractura en la forma en que el poder económico y el poder político se entrelazan en Estados Unidos. Esta nota se sumerge en los antecedentes de la relación, los motivos de su quiebre, las consecuencias inmediatas y las posibles ramificaciones globales.

¿Por qué es importante prestar atención a esta ruptura? Porque marca un antes y un después en la forma en que las grandes empresas tecnológicas se vinculan con el poder público, influye directamente en la estabilidad del gobierno estadounidense y afecta mercados como el aeroespacial, automotriz y digital. Además, plantea serias preguntas sobre la ética, el poder económico y la manipulación del discurso en redes sociales.

Contexto político; Una amistad con fines estratégicos

La relación entre Donald Trump y Elon Musk comenzó durante la primera presidencia del republicano. Entre diciembre de 2016 y junio de 2017, Musk fungió como consejero económico del mandatario, pero abandonó su rol tras la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. Sin embargo, durante el segundo intento presidencial de Trump, la relación se reactivó. En 2022 y 2023, ambos comenzaron a intercambiar elogios públicos. Trump llamó a Musk “uno de los grandes genios del mundo” e incluso lo comparó con Thomas Alva Edison.

En julio de 2024, luego de un intento fallido de asesinato contra Trump durante un mitin en Butler, Pensilvania, la figura del candidato se viralizó con una imagen que lo mostraba levantando la mano mientras usaba su característica gorra “Make America Great Again”. Este episodio consolidó el respaldo público de Musk, quien donó 250 millones de dólares a la campaña de Trump. En agosto de ese mismo año, Musk propuso crear una comisión de eficiencia gubernamental que Trump aceptó. En octubre, Musk apareció por primera vez con Trump usando la misma gorra, y tras la victoria del republicano el 6 de noviembre, fue nombrado jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).

La función del DOGE era clara: reducir el gasto público, modernizar sistemas burocráticos y combatir el fraude. Aunque no tenía un contrato formal, Musk actuó como asesor voluntario. A través de su red social X, Musk presumió de haber ahorrado más de mil millones de dólares al erario público, aunque cifras como los 175 millones confirmados por Reuters no pudieron verificarse. Durante su gestión, promovió la inserción de jóvenes y buscó vincularse simbólicamente con Dogecoin, criptomoneda en la que presuntamente tenía inversiones. Su labor debía concluir en julio de 2026.

Entre los beneficios empresariales que obtuvo Musk se incluyen contratos gubernamentales para Tesla y SpaceX, concesiones para The Boring Company, y un fortalecimiento de sus negocios en sectores como transporte, tecnología y exploración espacial. La Casa Blanca incluso se convirtió en concesionario de Tesla. Al final del mandato de Biden, SpaceX ya recibía 3.800 millones de dólares, principalmente del Pentágono y la NASA.

Una ruptura en medio de la crisis

El quiebre se produjo el 28 de mayo del presente año, cuando Musk anunció su salida de la administración alegando desacuerdos con el gasto gubernamental. A esto siguieron declaraciones cruzadas: Trump amenazó con retirar contratos federales a las empresas de Musk, mientras que el empresario replicó con una acusación sobre supuestos vínculos del presidente con el caso Epstein, sin pruebas concluyentes.

Trump minimizó inicialmente la ruptura, pero luego endureció su postura, calificando a Musk de inestable y señalando que su molestia se debía a la eliminación de subsidios para vehículos eléctricos dentro del nuevo plan fiscal. Las amenazas de cancelar concesiones y subsidios, así como los ataques personales, marcaron una escalada sin precedentes entre dos de las figuras más influyentes de la política y la tecnología estadounidenses. La secretaria de Prensa, Karoline Leavitt, tachó el episodio como una rabieta de Musk y defendió la legislación impulsada por Trump.

Además, Trump aseguró que Musk estaba agotando su paciencia y lo responsabilizó del fracaso del Mandato de Vehículos Eléctricos, retirado por la actual administración. En sus palabras: “Se volvió loco”. 

La salida de Musk debilita al Partido Republicano al privarlo de un donante clave. Además, desata una crisis de imagen en medio de la discusión legislativa del llamado “gran y hermoso” proyecto de ley fiscal, que podría estancarse ante la división interna del partido. Aunque Trump ganó las elecciones de 2024, la estabilidad de su mandato queda en entredicho. La retirada de Musk también representa una pérdida significativa en infraestructura política, redes sociales y financiamiento.

La influencia de X y el discurso digital

X, la red social propiedad de Musk, fue una herramienta clave para la campaña de Trump. A través de algoritmos y narrativas digitales, Musk promovió discursos nacionalistas, anti inmigrantes y anti progresistas (woke) que beneficiaron al republicano. Utilizó estrategias similares a las de Facebook en 2016, impulsando contenidos que moldeaban la percepción política del electorado.

Sin embargo, tras su distanciamiento, Musk ha utilizado la misma plataforma para favorecer a la oposición, interactuar con usuarios críticos del presidente y moldear el algoritmo a su conveniencia. Los “likes” a críticas contra Trump, publicaciones ambiguas y memes virales demuestran cómo la plataforma se ha convertido en un espacio de confrontación política, donde el dueño impone la narrativa dominante.

El poder económico y de “burla” en el escenario público


El meme del perro Shiba Inu que dio origen a Dogecoin, adoptado por Musk como símbolo del DOGE, ha reforzado su presencia digital. En 2019, los seguidores votaron a Musk como CEO simbólico de Dogecoin, lo que impulsó su valor. Durante la campaña de Trump, DOGE se popularizó aún más, y la respuesta “Sí, DOGE” de Musk en un mitin en Pensilvania se volvió viral. Esta cultura digital ha permitido que Musk no solo influya en mercados financieros, sino también en la política desde una estética de internet que apela a las generaciones más jóvenes.

El conflicto ha puesto sobre la mesa la discusión sobre el papel de los magnates en la política estadounidense. Desde la creación del DOGE, el objetivo de atacar la burocracia y fiscalizar los recursos públicos ha chocado con los intereses de los propios empresarios que colaboran con el Estado. La disputa refleja también la ambición de Musk por dominar sectores como la inteligencia artificial, la industria espacial y la movilidad eléctrica, campos donde compite con potencias como China o la Unión Europea.

A esto se suma la caída de Tesla en la bolsa, con una pérdida del 30 % en lo que va del año, de los cuales un 14 % se atribuye directamente al conflicto con Trump. La credibilidad de Musk como figura pública también se ha visto mermada, agravando el impacto económico.

El conflicto también ha comenzado a desviar la atención pública de otras problemáticas internas importantes en Estados Unidos, como la crisis migratoria y las manifestaciones anti ICE en Los Ángeles, los recortes en salud pública, como el despido de 17 expertos sobre el panel de vacunas, o las tensiones internacionales como la guerra en Ucrania y los aranceles con China. La lucha de egos entre ambos personajes se ha convertido en un espectáculo político de alto impacto mediático que refleja una nueva forma de hacer política: más centrada en confrontaciones personalizadas que en debates estructurales. La ciudadanía, ante este escenario, parece atrapada entre guerras de élites que libran sus batallas tanto en instituciones como en plataformas digitales.

Las 2 caras de la moneda

La cobertura mediática ha reflejado la polarización ideológica de Estados Unidos. Fox News, fiel a su línea editorial conservadora, ha defendido a Trump y cuestionado la lealtad de Musk. Figuras como Greg Gutfeld o Kayleigh McEnany han mostrado decepción y molestia por la ruptura. En contraste, medios como The Washington Post, The Guardian y Time han señalado las implicaciones institucionales del conflicto.

Han puesto énfasis en el riesgo que representa para el funcionamiento de programas clave, como Tesla, SpaceX o la Estación Espacial Internacional, así como en la teatralización del poder. Las acusaciones sobre Epstein también han sido retomadas como un elemento controversial, aunque sin pruebas oficiales contra Trump.

En contraste con la prensa tradicional, las redes sociales han generado un entorno más violento, emocional y menos regulado. En X, los usuarios se posicionan agresivamente a favor o en contra de cada personaje, muchas veces sin evidencia o con base en información manipulada. Esta diferencia muestra el reto informativo que enfrenta la sociedad: un ecosistema donde la influencia digital puede competir, e incluso superar, a los medios formales.

¿El adiós del bromance más viral de la última década?

La ruptura entre Donald Trump y Elon Musk no solo representa el final de una relación personal y política, sino también un síntoma de los riesgos que entraña la fusión entre intereses empresariales y estructuras de poder público. Las consecuencias afectan la economía, la narrativa digital, la institucionalidad y el futuro de la política estadounidense. Lo que alguna vez fue considerado un “bromance presidencial”, ha devenido en una guerra de narrativas, intereses y poder. Una que, como tantas en la historia de Estados Unidos, se libra tanto en los pasillos del Capitolio como en la selva digital de las redes sociales. Su impacto, sin embargo, podría no limitarse a EE.UU., sino extenderse a los mercados, alianzas y equilibrios geopolíticos del resto del mundo.

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