Hace 700 años, el 13 de marzo de 1325, los mexicas llegaron a la isla en el Lago de Texcoco y fundaron Tenochtitlán, una ciudad que se convertiría en el corazón de Mesoamérica. Hoy, recordamos no solo su trascendencia como un epicentro político y cultural, sino también el impacto transformador que tuvo el encuentro con España, una fusión que dio forma al México contemporáneo.
En busca de una señal divina, los mexicas, un pueblo migrante de origen náhuatl, encontraron el águila devorando una serpiente sobre un nopal. Fue en ese lugar, rodeado por las aguas del Lago de Texcoco, donde se asentaron y comenzaron a construir su hogar. Según el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, esta ubicación no solo era simbólica, sino también estratégica: “El lago proporcionaba recursos y protección natural, lo que permitió el crecimiento rápido de la ciudad y su consolidación como un gran centro de poder”.
A lo largo de dos siglos, Tenochtitlán se transformó en una metrópoli incomparable. Sus templos, canales y calzadas reflejaban no solo la destreza arquitectónica de los mexicas, sino también su profunda conexión espiritual con el cosmos. “La construcción del Templo Mayor es un testimonio del ingenio y la visión de los mexicas,” destaca Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor.“Este edificio simbolizaba el centro del universo para ellos, un lugar donde lo terrenal y lo divino se encontraban.”
El encuentro con España: una fusión cultural inédita
En 1519, los españoles, liderados por Hernán Cortés, llegaron a las puertas de Tenochtitlán. Sorprendidos por la magnitud y sofisticación de la ciudad, dejaron registros que destacan tanto su respeto como su asombro. Bernal Díaz del Castillo escribió en su crónica: “De los grandes caciques no habíamos visto hasta entonces cosa semejante a esta ciudad de México y a la grandeza de sus señoríos.”
A pesar del conflicto y la eventual caída de Tenochtitlán en 1521, la interacción entre ambas culturas dio lugar a un mestizaje que enriqueció profundamente el arte, la lengua y las tradiciones. “Es un ejemplo único en la historia universal, donde dos civilizaciones tan diferentes crearon algo nuevo y duradero,” comenta María Castañeda de la Paz, investigadora de la UNAM. “El México que conocemos hoy no sería posible sin este encuentro”.
Un legado vivo en la Ciudad de México
Hoy en día, el legado de Tenochtitlán se percibe en la estructura y la vida diaria de la Ciudad de México. Bajo las calles modernas, los restos de la antigua metrópoli continúan siendo objeto de estudio y admiración. “Es fascinante ver cómo los cimientos de Tenochtitlán aún sostienen la ciudad actual,” señala el arqueólogo Raúl Barrera Rodríguez. “Cada vez que hacemos excavaciones, descubrimos más sobre la sofisticación de esta sociedad.”
Cada año, la conmemoración de la fundación de Tenochtitlán incluye ceremonias tradicionales, exposiciones en museos y festivales culturales. Grupos indígenas se reúnen para realizar rituales que conectan con sus ancestros, mientras artistas y académicos presentan obras y conferencias que destacan la herencia mexica. “Estas actividades no son solo para recordar el pasado,” afirma Angélica Rivero, líder cultural de la comunidad nahua. “Son una forma de mantener viva nuestra identidad y de enseñar a las nuevas generaciones la riqueza de nuestras raíces.”
Celebrar la fundación de Tenochtitlán es más que honrar una fecha histórica; es reconocer el origen de una identidad compartida y reflexionar sobre el impacto de una de las civilizaciones más avanzadas del mundo prehispánico. A través de los siglos, su legado arquitectónico, cultural y social ha perdurado, recordándonos que la grandeza de México se encuentra en su capacidad de unir mundos distintos y transformarlos en algo único.
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