Independencia y democracia: dos juramentos que aún nos exigen

El 6 de noviembre separan cien años que se tocan: en 1813, el Congreso de Chilpancingo proclamó la Independencia de la América Septentrional; en 1911, Francisco I. Madero rindió protesta como presidente constitucional. Son dos escenas distintas de una misma lucha: libertad, legalidad y soberanía como cimientos del México moderno. En estas páginas entrelazamos ambos hitos para responder una pregunta guía: ¿cómo se encuentran la figura de Madero y el espíritu de Chilpancingo en la forja del México contemporáneo? 

Francisco I. Madero: presidente en tiempos revueltos

Nacido en Coahuila en 1873 y formado en comercio y agricultura, Madero irrumpió en la vida pública como opositor a la reelección prolongada de Porfirio Díaz. Su Plan de San Luis, fechado el 5 de octubre de 1910, llamó al país a levantarse el 20 de noviembre bajo el lema que marcaría época: “Sufragio efectivo, no reelección”. El documento denunció el fraude, reivindicó elecciones libres y prometió devolver tierras a pueblos despojados. Fue redactado en San Antonio, pero fechado en San Luis Potosí para evitar problemas con EE. UU. 

Tras la renuncia de Díaz y los Tratados de Ciudad Juárez, Madero ganó las elecciones de 1911 y el 6 de noviembre rindió protesta ante el Congreso. El acto, con jefes revolucionarios como testigos y una sociedad expectante, simbolizó el tránsito de la insurrección a la legalidad. Ese día “consumó uno de los objetivos de su lucha”: devolver la presidencia al voto. 

El lema “Sufragio efectivo, no reelección” condensó el principio de que la ley manda sobre los hombres. La promesa de Madero era doble: libertades políticas (prensa, asociación) y construcción de instituciones. El historiador Alan Knight recuerda que la Revolución “nació como un desafío al Porfiriato”, cuyo régimen desnaturalizó la Constitución de 1857 y la prohibición de reelegirse; de ahí el filo histórico del antirreeleccionismo. 

Pero Madero gobernó una coalición frágil: sectores conservadores lo consideraban peligroso; revolucionarios radicales, insuficiente. La Biblioteca del Congreso de EE. UU. sintetiza ese desgaste: cuando Madero llegó a la silla presidencial, “gran parte de su coalición ya se había desintegrado”. Su apuesta liberal —transitar de la rebelión al Estado de derecho— chocó con presiones simultáneas de la vieja guardia y de las bases campesinas que exigían reformas inmediatas. 

Para Enrique Krauze, Madero fue un “místico de la libertad”: inauguró la posibilidad de una presidencia legítima y limitada, y reactivó el valor cívico del voto. Su asesinato en 1913, tras la Decena Trágica, abrió otra etapa de la Revolución; pero el estándar republicano que dejó —no reelección, elecciones libres, control civil— sobrevivió a la tormenta.
En su discurso inaugural (6 de noviembre de 1911), Madero prometió gobernar “sin ningún género de compromisos” y con respeto estricto a la ley, una declaración que retrata su ética pública. 

El Congreso de Chilpancingo y el Acta de Independencia

Tras la primera etapa de la guerra, José María Morelos y Pavón convocó a instalar el Supremo Congreso Nacional Americano en Chilpancingo el 13 de septiembre de 1813. Ahí leyó los Sentimientos de la Nación, un programa político que rompía formalmente con España y ponía la soberanía en el pueblo. Fue el primer congreso independiente y un intento serio de pasar de la lucha armada a la organización constitucional

El 6 de noviembre de 1813, el Congreso promulgó el Acta Solemne de la Declaración de Independencia de la América Septentrional. El texto es nítido: la América recupera la soberanía y el Congreso enviará a los “gabinetes” extranjeros un manifiesto de sus quejas y justicia. Firmaron, entre otros, Andrés Quintana Roo e Ignacio López Rayón. El ideario recogía postulados de Morelos: abolición de la esclavitud, igualdad jurídica y soberanía popular

En los Sentimientos de la Nación, Morelos sentenció: “Que la América es libre e independiente de España…” y “que la buena ley es superior a todo hombre”, principios que pasaron del papel a un proyecto de país. 

De Chilpancingo emanaron la ruta a la Constitución de Apatzingán (1814) y, con el tiempo, la Constitución de 1824 heredó su espíritu: división de poderes, ciudadanía sin castas, supremacía de la ley. El valor simbólico del Acta —una declaración pública de ruptura y autodeterminación— alimentó generaciones de luchas cívicas en México. 

Un perfil reciente subraya a Morelos como el líder que “dio otra dimensión” a la independencia: de las armas al diseño institucional (abolir esclavitud, dividir poderes, eliminar distinciones de castas).

 Conexiones y paralelismos

Chilpancingo y Madero comparten una brújula: libertad, legalidad y soberanía popular. En 1813, el Congreso proclamó la independencia y el imperio de la ley; en 1911, Madero encarnó el retorno a la norma constitucional y a la no reelección como garantía contra el personalismo. Ambos momentos colocaron a la persona y su dignidad por encima de caudillos o monarquías, resonando con los principios de bien común, participación y subsidiariedad. 

Tanto Morelos como Madero chocaron con la resistencia de élites conservadoras y con la inestabilidad propia de la transición. La historiografía de la Revolución es clara: Madero intentó liberalizar el régimen sin desmontar de golpe estructuras del porfiriato, lo que le granjeó enemigos a derecha e izquierda. La vía institucional —elecciones, Congreso, tribunales— es más lenta que la vía facciosa, pero más duradera. 

El Acta de 1813 y la protesta de 1911 fijan dos columnas del México moderno: autodeterminación y alternancia democrática. De Morelos heredamos la convicción de que la buena ley manda; de Madero, que la voluntad ciudadana es la fuente legítima del poder. Su vigencia práctica —elecciones libres, límites a la reelección, derechos fundamentales— sigue siendo el mejor antídoto contra la tentación del poder sin contrapesos. 

Palabra de Morelos. En los Sentimientos queda el pulso humanista que hoy asociamos al bien común: moderar la opulencia y la indigencia, suprimir castas y proteger la libertad religiosa y civil. Es, en clave contemporánea, una agenda de dignidad y justicia

Claves para lectores jóvenes: por qué importan hoy

  1. Democracia es método, no milagro. Madero mostró que votar cambia el rumbo, pero no sustituye el trabajo de reconstruir instituciones. Su caída alerta sobre los costos de la polarización y del atajo autoritario. 
  2. La ley por encima del caudillo. De Chilpancingo heredamos que la ley es el escudo de los vulnerables; sin ella, manda la fuerza. 
  3. Soberanía y apertura. El Acta dispuso explicar al mundo las razones de la independencia; soberanía no es aislamiento, es diálogo desde la dignidad

Chilpancingo y Madero nos recuerdan que México se construye con ciudadanía activa, leyes justas y autoridades limitadas. El primero proclamó la independencia y la supremacía de la ley; el segundo restituyó el valor del voto y la alternancia. En tiempos de nuevas tensiones, su enseñanza es vigente: la justicia social exige legalidad, la soberanía se cuida con instituciones y la dignidad de toda persona es el centro de la vida pública. Mantener vivo ese legado —con participación, vigilancia ciudadana y cultura de la legalidad— es nuestra forma de honrarlos hoy. 

Fuentes citadas y de contexto

  • Acta Solemne de la Independencia de la América Septentrional (Chilpancingo, 6/XI/1813), archivo constitucional mexicano. Constitución 1917
  • Sentimientos de la Nación, José María Morelos (14/IX/1813), ediciones UNAM/Orden Jurídico. Museo de las Constituciones+1
  • Plan de San Luis (5/X/1910), acervo constitucional; síntesis histórica. Constitución 1917+1
  • Toma de protesta de Madero (6/XI/1911), Secretaría de Cultura; Museo Legislativo; AGN. Cultura+2Museo Legislativo+2
  • Lecturas historiográficas: Alan Knight (Oxford), Enrique Krauze (FCE); recursos de síntesis histórica. Google Libros+1
  • Contexto y difusión (perfil de Morelos y la dimensión institucional del Congreso). El País

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