A inicios del siglo XV, el mapa político del Valle de México cambió de manos bajo una mezcla implacable de bloqueo, espionaje y diplomacia coercitiva. Acolhuacan—“venturosa y fuerte” bajo Xólotl, Nopaltzin, Tlotzin, Quinatzin y Techotlalla—entró en espiral cuando su sexto monarca, Ixtlilxóchitl, quedó acorralado por la ambición de señores dispuestos a desligarse de su obediencia, mientras Tezozómoc de Azcapotzalco reactivaba una rebelión “instantáneamente” tras pactar una paz fugaz. La crisis no fue solo militar: fue una guerra de hambre, cercos y lealtades quebradas que culminó con el asesinato del rey y la imposición de un nuevo orden tepaneca.
Este reportaje reconstruye, con base estricta en el texto de referencia proporcionado, la secuencia de hechos: la recomposición de poderes, el retiro de Ixtlilxóchitl a la sierra, el bloqueo de víveres, el martirio del príncipe Cihuacuecuenotzin y la captura—mediante ardid—del propio monarca. Contrastamos esa narrativa con fuentes académicas sobre la hegemonía tepaneca y con testimonios históricos de cronistas, para extraer claves válidas hoy: legalidad, bien común y gobernanza que privilegie la dignidad humana.
“La política nunca tiene las respuestas correctas, las tiene la historia”, recuerda Enrique Krauze. Esa historia, cuando se mira de frente, muestra que el poder sin contrapesos devora a la comunidad.
Acolhuacan antes de la tormenta: una potencia con reglas de sucesión
El periodo previo a la caída no fue de debilidad, sino de ordenamiento. Durante veinte años de buen gobierno se promulgó legislación acorde a las costumbres, creció el comercio y se consolidó una regla sucesoria (hermano, sobrino o primo del rey fenecido) que la nobleza aplicó sin alteración. En 1409, los electores designaron por unanimidad a Chimalpopoca en México-Tenochtitlan, simbolizando—con arco, flechas y macuahuitl—la aspiración de independencia respecto a los tributos de Azcapotzalco. (Texto base proporcionado por la usuaria).
Fuera del trono mexica, en el oriente del lago, Acolhuacan seguía siendo un pilar de civilización. La historiografía moderna subraya que su desarrollo se tejió en redes regionales complejas, donde Azcapotzalco era el principal de varios centros aliados; no un monolito, sino una hegemonía que sumaba a Coatlinchan y Acolman, entre otros.
La rebelión de Tezozómoc y el efecto dominó de las élites locales
La paz entre Tezozómoc e Ixtlilxóchitl fue, según la fuente base, apenas “instantánea”. En cuanto el acolhua retiró tropas, Azcapotzalco volvió a trabajar “con más ahínco”, atrayendo otra vez a los señores ambiciosos. El rey de Acolhuacan vio formarse la tormenta, intentó conjurarla y no tuvo tiempo: las principales ciudades ya estaban “ganadas”. (Texto base).
La investigación reciente ayuda a entender el mecanismo: la llamada hegemonía tepaneca funcionó por alianzas, repartos de tributo y cooptación de elites subregionales, más que por ocupación directa. En 1418, tras derrotar a Texcoco, Tezozómoc habría reconfigurado la recaudación de tributos a favor de Azcapotzalco y Tlatelolco, relegando a Tenochtitlan a una fracción menor—una arquitectura política que explica por qué tantos señores “se dispusieron a repetir la rebelión”.
El cuadro comparado con otras regiones de Mesoamérica ha llevado a Ross Hassig a definir estos sistemas como “imperios hegemónicos”: más que absorber territorios, los ordenan por influencia, rutas de tributo y coerción selectiva.
El retiro de Ixtlilxóchitl: salvar al pueblo de la guerra civil
Cuando la lealtad se aflojó y “poco a poco le iban abandonando sus adictos”, Ixtlilxóchitl decidió retirarse a las montañas para “salvar a los pueblos de la guerra civil”. No huyó solo: una pequeña fuerza de valientes—incluidos los señores de Huexotla y Coatlichan—juró defenderlo. (Texto base).
La decisión tiene un sentido contemporáneo: preservar la vida civil por encima del orgullo dinástico. Aun así, los datos duros de la guerra no perdonan. Sin líneas de comunicación, cualquier refugio en sierra queda a merced del abastecimiento. Y ahí Azcapotzalco desplegó su táctica.
La táctica tepaneca: hambre, bloqueo y castigo ejemplar
Tezozómoc ordenó cortar comunicaciones, prohibir “bajo severas penas” cualquier auxilio y colocar fuerzas interceptando víveres. El hambre cundió entre los leales. Acolhuacan, que se había sostenido por siglos en la agricultura, el comercio y las artes, fue doblegado por la logística. (Texto base).
El proceder calza con lo que la historiografía llama “coerción en red”: lograr que pueblos aliados del enemigo—Otompan, Chalco y otros—sirvan de anillo de bloqueo. Estudios del periodo posclásico documentan que el dominio tepaneca se impuso a menudo mediante redistribución de tributos y nombramientos de gobernantes leales en plazas claves, con campañas punitivas contra focos de resistencia.
Cihuacuecuenotzin, el emisario mártir
Acuciado por la escasez, el rey envió a su sobrino Cihuacuecuenotzin a solicitar víveres… a una ciudad rebelde. El joven aceptó “posponer su vida” por el deber. Entró a Otompan cuando los tepanecas proclamaban un bando. Subió a hablar en la plaza. Fue recibido con “burlas y silbidos” que escalaron a pedradas hasta matarlo. Su nombre mereció, dice la crónica, “imperecedera memoria”: lealtad y patriotismo llevados al extremo. (Texto base).
Ese linchamiento público enseñó una pedagogía de terror: disuadir a cualquiera de socorrer al rey destronado. A la vez, comunicó a Azcapotzalco que el cerco funcionaba; de inmediato, el señor de Acolman—hijo de Tezozómoc—llevó la noticia al ambicioso padre, que se apresuró a concluir la obra.
La trampa mortal: el asesinato de Ixtlilxóchitl
El plan fue frío y eficaz. Aliados de Azcapotzalco desplegaron tropas de noche, fingieron parlamentar, atrajeron al rey lejos de sus hombres y lo asesinaron “a la vista de sus tropas”, pero fuera de su alcance. Las fuerzas leales, alentadas por el príncipe Nezahualcóyotl, resistieron lo que pudieron, recuperaron el cadáver y lo enterraron en sitio seguro. El año: 1410. (Texto base).
El resto es política: con Texcoco, Huexotla, Coatlichan, Iztapallocan y Coatepec avasallados, Tezozómoc entró a Texcoco y se hizo proclamar rey de Acolhuacan. Repartió dignidades: a Chimalpopoca le dio en feudo Texcoco; Huexotla a Tlacateotl de Tlatelolco, y otras plazas a magnates afines. Azcapotzalco fue declarada capital del reino. (Texto base).
Fuentes académicas sostienen que no se trató solo de conquista militar, sino de reingeniería del tributo y los gobiernos locales: un capítulo del “Acolhuacan bajo dominio tepaneca”.
Voces y testimonios: la ciudad, el orden y el asombro
Aunque Bernal Díaz del Castillo escribe un siglo después y sobre otra coyuntura (la Conquista), su testimonio ilustra la densidad urbana y logística que hacía posibles tanto los cercos como la defensa: “la gran fortaleza de su ciudad… la manera que es la laguna… las calzadas… y las puentes de madera…” (ed. Patria, 1983 [1632], pp. 202–203).
Ese paisaje lacustre con calzadas y puentes elevadizas explica por qué el control de pasos, mercados y canales fue arma estratégica mucho antes de 1519. Así como el asombro europeo acreditó la magnitud urbana mexica, la política tepaneca había probado décadas antes que el hambre y la interdicción podían vencer donde la espada sola no bastaba.
¿Y Nezahualcóyotl? Sobrevivir para rehacer el orden
En Texcoco, la ceremonia de proclamación de Tezozómoc tuvo un testigo disfrazado: el joven Nezahualcóyotl. Según el texto base, fue protegido por Itzcóatl—hermano de Chimalpopoca—que desde un templo exhortó a no tocar “al bondadoso Nezahualcóyotl”, bajo pena de severo castigo. Esa intervención, política y moral, lo salvó de una persecución segura.
La crítica moderna ha debatido el perfil del “poeta rey”, a veces idealizado. Pero la historicidad del príncipe—y su papel posterior en la reconfiguración de la región—están sólidamente documentados en estudios que revisan cómo fue transformado por cronistas como Alva Ixtlilxóchitl y por la tradición posterior
Legalidad, bien común y límites al poder: una lectura desde hoy
La autoridad se justifica por el servicio al bien común. Cuando el poder se sostiene en la traición, el hambre como arma y el linchamiento del adversario, corroe la comunidad política. En Acolhuacan, el intento del rey por evitar guerra civil dignifica su figura; la respuesta—bloqueo, asesinato por engaño y reparto de plazas—muestra un modelo de dominación que sacrifica la ley al interés.
Enrique Krauze, al advertir contra los mitos que encubren abusos del poder, propone una lección útil para jóvenes lectores: mirar la historia sin propaganda, para construir instituciones. Su recordatorio—“la política nunca tiene las respuestas correctas, las tiene la historia”—vale tanto para el siglo XV como para el XXI.
Conclusiones
- Acolhuacan no cayó por debilidad súbita, sino por una coalición hegemónica que combinó seducción de élites locales, redistribución de tributos y bloqueo de abastecimientos. Las fuentes señalan la centralidad de Azcapotzalco como cabeza de una red con nodos como Coatlinchan y Acolman.
- La “guerra de hambre” fue decisiva. La política tepaneca cortó comunicaciones y castigó a quien ayudara, hasta forzar al rey a pedir víveres a sus enemigos. El martirio de Cihuacuecuenotzin selló el destino del cerco y envió un mensaje de terror. (Texto base).
- El asesinato por engaño normalizó la traición como herramienta de Estado. El “arreglo” que apartó al rey de sus tropas cerró la pinza, abrió la vía a la proclamación de Tezozómoc y a la reingeniería institucional de la región.
- La memoria de la ciudad lacustre—calzadas, puentes y logística—explica por qué la interdicción de pasos y mercados era tan poderosa como las armas. El testimonio de Bernal Díaz, aunque posterior, ayuda a visualizar esa infraestructura.
- Nezahualcóyotl sobrevivió gracias a un acto político de contención (Itzcóatl), para luego ser figura clave del reordenamiento. La crítica académica moderna matiza su figura sin negar su centralidad.
En suma, la caída de Acolhuacan fue un caso de captura del poder por redes hegemónicas, no una simple batalla perdida. Hoy, cuando México exige gobiernos que sirvan al bien común y respeten la legalidad, esta vieja historia insiste en tres antídotos: ley que limite la arbitrariedad, lealtades públicas por encima de las clientelas y sociedad civil vigilante que impida que el hambre—o su versión moderna, la exclusión—se use como arma política.
Citas y fuentes consultadas (selección)
- Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, pasaje sobre la descripción de México-Tenochtitlan (ed. Patria, 1983 [1632], pp. 202–203).
- Enrique Krauze, entrevista en Letras Libres (2021): “La política nunca tiene las respuestas correctas, las tiene la historia”.
- José A. González Gómez, notas sobre repartos tributarios tras la derrota de Texcoco (1418).
- Ross Hassig, Aztec Warfare y artículos afines sobre imperio hegemónico.
- C. S. Novillo, estudios sobre hegemonía tepaneca y Códice Telleriano-Remensis.
- Estudios UNAM/tesinas sobre alianzas y jerarquías tepanecas (Carrasco y otros).
- Investigación académica sobre Alva Ixtlilxóchitl y la construcción de la figura de Nezahualcóyotl.
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