El 27 de septiembre de 1821, las campanas de la Catedral de la Ciudad de México repicaron para anunciar un hecho que cambiaría para siempre el rumbo del país: la entrada del Ejército Trigarante encabezado por Agustín de Iturbide. A diferencia del inicio sangriento de la guerra en 1810, aquella jornada marcó la consumación de la independencia sin que se disparara un solo tiro. Fue un triunfo político, estratégico y simbólico.
Sin embargo, dos siglos después, la figura de Iturbide sigue siendo objeto de debates, olvidos y hasta de silencios incómodos. Mientras que Miguel Hidalgo y José María Morelos son recordados en plazas, escuelas y billetes, el hombre que logró materializar la independencia y firmar el Acta de Independencia de México, rara vez es reconocido con la misma magnitud.
¿Quién fue realmente Agustín de Iturbide? ¿Por qué su papel ha sido minimizado en la narrativa oficial? ¿Y qué significa hoy, para un México joven y crítico, recordar que la libertad nacional fue consumada sin un baño de sangre gracias a su estrategia?
Contexto histórico: once años de lucha inconclusa
La guerra de independencia iniciada en 1810 se prolongó por más de una década. El movimiento de Hidalgo, aunque valiente, derivó en actos violentos como la matanza de la Alhóndiga de Granaditas, lo que provocó miedo en sectores criollos y españoles. Morelos, con mayor visión política, redactó los Sentimientos de la Nación (1813) y convocó al Congreso de Chilpancingo, pero fue derrotado y ejecutado en 1815.
Entre 1816 y 1820, la insurgencia estaba fragmentada, limitada a pequeños grupos como el de Vicente Guerrero en el sur. La independencia parecía lejana, hasta que el escenario internacional cambió. La revolución liberal en España obligó al rey Fernando VII a restaurar la Constitución de Cádiz, reduciendo el poder de la monarquía y de la Iglesia. Ante ese giro, muchos criollos comenzaron a temer por sus privilegios y vieron en la independencia la mejor forma de preservar sus intereses.
Fue entonces cuando apareció la figura de Agustín de Iturbide, un militar criollo que había combatido a los insurgentes, pero que comprendió que el momento histórico exigía una salida pactada.
El genio político de Iturbide
El 24 de febrero de 1821, en Iguala, Guerrero e Iturbide proclamaron el Plan de las Tres Garantías:
- Religión: la defensa de la fe católica como única.
- Independencia: México se separaba de España.
- Unión: españoles, criollos, mestizos e indígenas serían considerados iguales.
El historiador Niceto de Zamacois subrayó en su monumental Historia de México: “El plan de Iguala fue el documento político más hábil de su tiempo: supo conciliar lo que parecía irreconciliable, atrayendo a realistas e insurgentes, y preparando la entrada pacífica del Ejército Trigarante a la capital.”
El propio Enrique Krauze, aunque crítico de la figura imperial de Iturbide, reconoce en Siglo de Caudillos: “Iturbide, en un golpe maestro, comprendió que la independencia no podía alcanzarse con las armas de unos cuantos, sino con un pacto social que diera cabida a los diversos intereses en pugna.”
Este pacto permitió que la independencia dejara de ser una causa de pequeños grupos insurgentes para convertirse en un movimiento nacional incluyente.
El 27 de septiembre de 1821: consumación sin sangre
Aquel día, el Ejército Trigarante entró triunfante a la Ciudad de México con más de 16 mil hombres. Las crónicas narran calles adornadas con flores, balcones engalanados y un pueblo expectante que recibía la libertad.
El historiador Lucas Alamán describió: “Nunca hubo en México un día más venturoso… no se derramó una gota de sangre, y todos, insurgentes y realistas, se confundieron en una sola nación.”
El acta firmada al día siguiente declaró formalmente la independencia. Iturbide fue ovacionado como el libertador, un título que el pueblo le otorgó mucho antes de que asumiera la corona como emperador.
El eclipse de su figura
¿Por qué entonces Iturbide ha sido relegado en la historia oficial? Primero, porque en 1822 aceptó ser coronado emperador, en un modelo político que fracasó rápidamente. Su caída en 1823 y posterior fusilamiento en 1824 marcaron su condena ante las élites republicanas que escribieron la historia.
Krauze lo sintetiza así: “El libertador se volvió emperador y con ello perdió la legitimidad que había ganado. Pero sería injusto negar que fue él quien consumó la independencia.”
Además, los gobiernos posteriores privilegiaron la narrativa insurgente, pues resultaba más heroica y popular para construir identidad nacional. Recordar a un emperador era incómodo para las corrientes liberales del siglo XIX y de la Revolución.
En San Miguel de Allende, una joven historiadora llamada Paola Ramírez (28 años) contó a este medio:
“Cuando explico a mis alumnos que la independencia terminó con un pacto y no con una batalla, se sorprenden. Están acostumbrados a pensar en Hidalgo y Morelos como los únicos héroes. Pero es importante reconocer que Iturbide supo leer la coyuntura y evitar más muertes.” Su testimonio refleja el reto educativo: hacer que las nuevas generaciones comprendan que la historia no siempre se escribe en las armas, sino también en la diplomacia y la estrategia.
El 27 de septiembre no es solo la consumación de la independencia: es la prueba de que México nació como nación gracias a un pacto incluyente, no a una matanza. Agustín de Iturbide fue el artífice de esa transición, un libertador olvidado, pero indispensable.
En tiempos en que el país enfrenta polarizaciones y divisiones, recordar aquel momento debería inspirar a los jóvenes a valorar los acuerdos, la unidad y la paz como verdaderos motores de cambio.
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