Mexicanos, extranjeros en su propia ciudad

Durante el pasado fin de semana, el debate sobre la gentrificación en México alcanzó su punto más alto en lo que va sobre el descontento de la población mexicana. El pasado 4 de julio de 2025, habitantes de la colonia Condesa en Ciudad de México encabezaron la primera marcha organizada contra este fenómeno urbano. La manifestación, centrada en el rechazo al alza desmedida en las rentas, la transformación cultural y la pérdida del acceso a la vivienda, terminó empañada por disturbios provocados por encapuchados que saquearon cafeterías y tiendas. Sin embargo, el fondo de la protesta abrió un espacio necesario: cuestionar hacia dónde va la ciudad y a quién le pertenece.

¿Qué es la gentrificación y por qué preocupa?

La Organización de las Naciones Unidas define la gentrificación como el proceso en el que una zona es renovada o reconstruida, atrayendo a nuevos residentes con mayor poder adquisitivo y provocando el desplazamiento de poblaciones con menos recursos. En México, este proceso ha adquirido características propias: se manifiesta en el aumento drástico de rentas, la transformación de la vida comercial tradicional, la exclusión social de habitantes originarios y una pérdida progresiva de identidad barrial y cultural.

Los llamados “sobrevivientes urbanos” — quienes permanecieron en colonias populares cuando las clases altas migraron a los suburbios — han visto cómo su entorno se vuelve inaccesible. La llegada de cafeterías extranjeras y comercios gourmet ha reemplazado a los talleres, tiendas de abarrotes y librerías locales. En ciudades costeras como Mazatlán, se han generado incluso conflictos culturales entre habitantes locales y turistas, particularmente estadounidenses, que han pedido restricciones a la música regional. Lo mismo ocurre con la gastronomía: en zonas con alta afluencia de extranjeros, los menús cambian para complacer paladares internacionales, desplazando sabores y toques tradicionales.

Las afectaciones en México

La gentrificación se ha extendido por distintas regiones del país, particularmente en centros históricos, playas y zonas turísticas. En Oaxaca, los barrios de Jalatlaco, Xochimilco y el centro histórico han sufrido aumentos drásticos en rentas. En la costa, casos como Puerto Vallarta y Mazatlán han sido foco de tensión por demandas de residentes extranjeros hacia comerciantes locales. En Mazatlán justamente ocurrió con la prohibición de la música de banda.

En Ciudad de México, las colonias Roma, Condesa, Hipódromo, Juárez, Doctores, San Pedro de los Pinos, Guerrero y Escandón han vivido procesos intensos de transformación. En la colonia Juárez, por ejemplo, organizaciones vecinales estiman que más de 4 mil personas han sido desplazadas en los últimos 15 años. El uso creciente de plataformas digitales como Airbnb ha reducido la disponibilidad de vivienda tradicional y disparado los precios de renta.

El fenómeno de la gentrificación no es nuevo. En 2001, Ricardo Monreal, entonces jefe delegacional de Cuauhtémoc, impulsó un programa de rehabilitación e inversión en el Centro Histórico. Aunque promovido como revitalización urbana, el proyecto desplazó a residentes de bajos recursos y a comerciantes tradicionales, abriendo paso a una nueva ola de inversión inmobiliaria y turística.

¿Cuál es el motor de la gentrificación en México?

El turismo es uno de los principales factores que detonan la gentrificación. Con la ayuda de redes sociales, zonas antes olvidadas se revalorizan rápidamente ante la mirada de visitantes nacionales e internacionales. La presencia de turistas dispuestos a pagar más por rentas bien ubicadas incentiva a los propietarios a desalojar a arrendatarios mediante el alza de precios.

La dinámica también responde a plataformas digitales como Airbnb, donde las viviendas se ofrecen a precios inalcanzables para los residentes locales, sin embargo, atractivas para quienes no lo son. ¿El resultado? colonias enteras con menús en inglés, servicios orientados al turista y habitantes originarios desplazados a zonas periféricas.

Desde el gobierno, se han promovido proyectos para embellecer zonas urbanas con el objetivo de atraer inversión y visibilidad internacional. Este tipo de intervenciones, aunque presentadas como avances, contribuyen a la transformación del espacio público y a la expulsión indirecta de sus comunidades.

La primera marcha contra la gentrificación

Durante la movilización del pasado 4 de julio, los manifestantes expresaron su rechazo al aumento de rentas, al encarecimiento del costo de vida y a la transformación radical del entorno comercial en sus barrios. Entre las demandas más destacadas estuvo el llamado a preservar los dialectos originarios y rechazar la predominancia de idiomas extranjeros en señalética, menús y servicios. También se exigió la regulación del turismo, el control de la especulación inmobiliaria y la promoción de políticas de vivienda accesible.

El mensaje central fue contundente: la ciudad debe pensarse desde la justicia social. Parte de las críticas se dirigieron directamente a figuras políticas. Claudia Sheinbaum, ex jefa de gobierno, fue señalada por su respaldo en 2022 a la alianza con Airbnb y la UNESCO para convertir a la Ciudad de México en “la ciudad del turismo creativo”. Esta alianza fue presentada como una oportunidad de crecimiento, pero es considerada por grupos vecinales como una acción que aceleró el fenómeno gentrificador, al promover la capital como destino ideal para nómadas digitales.

Tras la marcha, Sheinbaum respondió en la ya cotidiana conferencia matutina que “no se puede permitir el encarecimiento de la ciudad que expulsa a quienes han vivido por años”, y subrayó que la inclusión, más que la tolerancia, debe ser el eje de convivencia. A pesar del discurso, las críticas continúan por lo que activistas consideran contradicciones entre los discursos actuales y las decisiones políticas del pasado.

¿La ley nos protege?

A nivel federal, no existe en México una legislación específica que regule la gentrificación ni que proteja de manera directa el derecho a la vivienda frente al capital inmobiliario. En la CDMX, la actual jefa de gobierno, Clara Brugada, ha impulsado desde su gestión en Iztapalapa programas de vivienda social en zonas gentrificadas, así como líneas de crédito para mejoramiento de viviendas. Brugada ha expresado públicamente su preocupación por el desplazamiento de habitantes originarios y ha propuesto acciones que garanticen el “derecho a la ciudad” para quienes la han construido con su vida diaria.

En Oaxaca, el Congreso analiza una iniciativa de ley con 22 artículos que reconoce a la gentrificación como una amenaza al bienestar comunitario. Entre sus propuestas está limitar los aumentos de alquiler, exigir cuotas de vivienda asequible en nuevos desarrollos, evitar desalojos injustificados y regular plataformas de alojamiento como Airbnb. Esta última implicaría la creación de un padrón oficial de anfitriones, con requisitos y licencias específicas para operar.

¿Cómo afecta al mexicano?

Los efectos en el acceso a la vivienda son profundos. En tres décadas, las zonas centrales de la capital han perdido 300 mil habitantes, mientras que el sur de la ciudad ha ganado más de 1.3 millones, declaró el profesor Víctor Delgadillo de la Universidad Autónoma de México. Zonas como la Roma y la Condesa han perdido hasta un 20% de su población original.

Actualmente, el 80% de la población de la CDMX está excluida del mercado de vivienda. Los precios promedio superan los 4 millones de pesos por unidad. En colonias como Roma Norte, Roma Sur, Condesa, Hipódromo, Juárez y Escandón, la renta ha aumentado hasta un 118% en los últimos años.

De acuerdo con datos del portal propiedades.com, tan solo en abril de 2025, la colonia Del Bosque, en Miguel Hidalgo, duplicó el costo promedio de renta: de 18 mil a más de 36 mil pesos mensuales. La Tabacalera subió 29%, y la Roma Norte, un 56%.

Las alcaldías con mayor precio de renta por departamento en promedio son:

  • Cuauhtémoc: $25,910
  • Miguel Hidalgo: $24,929
  • Cuajimalpa: $19,028
  • Benito Juárez: $18,983
  • Álvaro Obregón: $18,346

¿Una lucha contra nosotros mismos?

La marcha contra la gentrificación evidenció un problema real: el encarecimiento del suelo, el desplazamiento de comunidades, la marginación de los dialectos, y la transformación cultural de las ciudades. Sin embargo, la irrupción de encapuchados y la xenofobia desmedida, desviaron la atención del fondo hacia la forma. La protesta se tornó frágil frente al mismo sistema que cuestiona.

México a lo largo de su historia es un país de migraciones. Desde la época prehispánica hasta hoy, ha sido tierra de tránsito y mestizaje. La gentrificación no comenzó con turistas o nómadas digitales, sino con mexicanos que migraron en busca de oportunidades y ocuparon territorios que hoy también enfrentan presión inmobiliaria. El problema no es la movilidad urbana, sino la desigualdad que la enfrenta.

Culpar a lo extranjero sin atender la raíz del fenómeno — la especulación, la falta de regulación, el abandono federal y estatal — puede ser una nueva forma de exclusión disfrazada de resistencia. La pregunta no es si la gentrificación debe frenarse, sino cómo hacerlo sin convertir la lucha por la vivienda en un nuevo discurso de intolerancia y odio. Discursos que sobran en nuestro país.

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