Cada aniversario de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano invita al mundo a mirar hacia 1789, cuando Francia ardía en las llamas de la Revolución. El 26 de agosto de ese año, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó un documento que marcaría un antes y un después en la historia universal: la proclamación de que todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos.
La filósofa francesa Dominique Rousseau recuerda que “la Declaración fue el acta de nacimiento del constitucionalismo moderno, la primera vez que se reconoció que los derechos no provenían de un rey ni de una iglesia, sino de la naturaleza misma del ser humano”.
El eco del Iluminismo
Francia en 1789 era un hervidero. La monarquía absoluta de Luis XVI enfrentaba una crisis financiera, un pueblo hambriento y una élite burguesa cada vez más crítica. Inspirados por el Iluminismo, por pensadores como Rousseau, Voltaire y Montesquieu, los revolucionarios buscaron cimentar un orden nuevo.
El historiador francés François Furet afirma que “la Declaración de 1789 fue más que un texto político: fue una promesa moral a las generaciones futuras”. La influencia de la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y de los escritos de John Locke se hizo evidente en sus artículos.
Los pilares de la libertad
La Declaración se compone de 17 artículos que encierran principios que aún resuenan:
- Igualdad: todos los hombres nacen libres e iguales en derechos.
- Libertad: el derecho de hacer todo aquello que no dañe a otro.
- Soberanía popular: el poder reside en la nación, no en el monarca.
- Seguridad y propiedad: el Estado existe para proteger los derechos ciudadanos.
- Resistencia a la opresión: un principio que inspiraría a innumerables movimientos sociales.
Un joven estudiante de derecho en la Universidad de la Sorbona, entrevistado durante la última conmemoración en París, lo resumía así: “No es un texto viejo. Cada vez que protestamos contra la injusticia, estamos repitiendo el espíritu de 1789”.
La Revolución en papel
El documento fue integrado a la Constitución de 1791, convirtiéndose en la columna vertebral del nuevo orden francés. Pero su eco rebasó fronteras.
En Europa, inspiró los movimientos liberales del siglo XIX y fue referencia en las revoluciones de 1830 y 1848. En América Latina, los insurgentes que luchaban por la independencia leyeron sus artículos con fervor. Miguel Hidalgo, en México, aludía a “la libertad e igualdad natural de los hombres”, ideas que llegaban de Francia.
Legado global: de París a la ONU
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), adoptada por la ONU tras la Segunda Guerra Mundial, reconoció explícitamente su inspiración en el texto francés. Eleanor Roosevelt, presidenta de la comisión redactora, decía: “Los derechos del hombre de 1789 se convirtieron en los derechos humanos de 1948”.
Hoy, más de 160 constituciones nacionales incluyen principios heredados de aquel documento. En México, la Constitución de 1917 incorporó ideas como la soberanía popular, la igualdad ante la ley y la resistencia a la opresión.
Una brújula en crisis
El aniversario de la Declaración se conmemora cada año en Francia con actos solemnes en la Asamblea Nacional, conferencias académicas y debates públicos. Sin embargo, también surgen críticas: ¿qué tan vigente es un documento que hablaba solo de “hombres” y excluía a mujeres y esclavos?
La historiadora Joan Scott, experta en género, recuerda que “Olympe de Gouges denunció en 1791 la exclusión de las mujeres con su Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”.
En México, organizaciones como el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez destacan que los ideales de libertad e igualdad siguen siendo desafíos frente a la violencia, la corrupción y la desigualdad social. Como expresó una madre buscadora de desaparecidos en Guanajuato: “A veces sentimos que esos derechos solo existen en los libros, no en nuestra vida diaria”.
El Papa Juan Pablo II, en su visita a Francia en 1980, señaló que “los derechos del hombre no son dádivas del Estado, sino exigencias de la dignidad humana que tiene su raíz en Dios”. Esta visión conecta el texto de 1789 con los valores que defiende la dignidad de la persona, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad.
Para México, país profundamente marcado por la tradición cristiana, esta conmemoración es también un recordatorio de que los derechos no pueden desligarse de la responsabilidad ética y social.
Han pasado más de dos siglos y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano sigue siendo una brújula moral. Aunque imperfecta y nacida en un contexto histórico específico, sus artículos siguen inspirando a quienes luchan por libertad, justicia y dignidad.
El reto del presente es hacer que esos principios dejen de ser letra muerta y se traduzcan en políticas reales: acceso a la justicia, igualdad ante la ley, respeto a la vida, educación y paz.
Como dijo un joven manifestante en París durante el aniversario: “No celebramos un texto viejo, celebramos la idea de que ningún poder es más grande que la dignidad humana”.
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