“¡Viva Cristo Rey!”. Con ese grito se enfrentaron campesinos, mujeres, niños, seminaristas y soldados improvisados a uno de los gobiernos más represivos que ha conocido México en tiempos de paz. Era el 1 de enero de 1927 cuando estalló formalmente la Guerra Cristera, una revuelta popular armada provocada por la radicalización laicista del Estado mexicano, empeñado en borrar toda expresión pública de la fe católica. El conflicto no solo dejó más de 90 mil muertos, sino que reveló las consecuencias devastadoras de vivir sin libertad religiosa.
Orígenes: de la persecución legal a la resistencia armada
Tras la Revolución Mexicana, la Constitución de 1917 estableció un marco abiertamente anticlerical. Sus artículos 3°, 5°, 24°, 27° y 130° limitaron el culto público, la enseñanza religiosa, la participación política del clero y la propiedad eclesial. Pero fue en 1926, con la promulgación de la Ley Calles —impulsada por el presidente Plutarco Elías Calles— que el Estado declaró una guerra jurídica, ideológica y operativa contra la Iglesia Católica.
“La religión debe ser erradicada de las conciencias mexicanas como se erradica la viruela”, dijo Calles en su diario en junio de 1926 (Archivo Plutarco Elías Calles, AGN).
La ley prohibía que los sacerdotes usaran hábito, que salieran en procesión, que hablasen de política, que fundaran escuelas, y exigía su registro ante el Estado. Muchos fueron expulsados, encarcelados o asesinados. La respuesta fue primero pacífica, con el boicot económico católico, y luego militar.
La revuelta de los fieles: el alma del movimiento cristero
El 1 de enero de 1927 comenzó la insurrección armada, impulsada por la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDR) y apoyada por miles de católicos —laicos y sacerdotes— de Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Colima y Zacatecas, entre otros estados.
Entre sus líderes civiles y espirituales destacaron:
- Anacleto González Flores, abogado y mártir, conocido como “el Gandhi mexicano”, asesinado brutalmente por soldados federales el 1 de abril de 1927.
- José Sánchez del Río, niño mártir de 14 años, torturado y ejecutado por negarse a renunciar a su fe. Fue canonizado por el Papa Francisco en 2016.
- Victoriano Ramírez, “El Catorce”, líder cristero de combate, símbolo de resistencia y audacia campesina.
La traición del gobierno… y de algunos pastores
El conflicto alcanzó su punto más sangriento en 1928. El ejército federal, superior en armas y recursos, utilizó tácticas de exterminio: incendió pueblos, fusiló a civiles, colgó sacerdotes de postes y torturó catequistas. La Iglesia sufrió más de 5 mil sacerdotes expulsados o asesinados.
En 1929, bajo mediación del embajador estadounidense Dwight Morrow, el presidente Emilio Portes Gil negoció una tregua con la jerarquía eclesiástica. Pero el acuerdo fue traición para muchos cristeros, pues no les garantizaba el respeto a su fe ni les ofrecía amnistía. Muchos fueron ejecutados tras deponer las armas.
“Nos dejaron solos. La paz fue para los obispos, no para nosotros”, escribió Jesús Degollado Guízar, último jefe cristero, en sus memorias.
Además, algunos clérigos, temiendo la radicalización del movimiento o por presiones políticas, desacreditaron a los combatientes, sembrando una división interna que aún resuena en la memoria católica mexicana.
Las consecuencias de vivir sin libertad
El drama de la Guerra Cristera no solo fue el número de muertos, sino el silencio impuesto. Durante décadas, la historia fue excluida de libros de texto, la memoria de los mártires fue borrada, y el discurso oficial presentó a los cristeros como fanáticos reaccionarios.
Pero la libertad religiosa, lejos de ser un privilegio, es un derecho humano. Cuando el Estado persigue la fe, erosiona el alma de un pueblo.
Como ha dicho el Papa Francisco:
“La libertad religiosa no es solo la libertad de culto. Es el derecho de cada persona a buscar la verdad, a vivir su fe públicamente, a formar conciencia sin imposición.”
(Audiencia General, 20 abril 2016)
Santos cristeros: mártires por la libertad
Entre los más de 20 santos canonizados por Juan Pablo II y Francisco destacan:
- San Cristóbal Magallanes y compañeros mártires, sacerdotes ejecutados por fidelidad a su ministerio.
- San José Sánchez del Río, símbolo de la infancia valiente que no claudica ante la injusticia.
- Beato Anacleto González Flores, testimonio de la fuerza de los laicos en defensa de la libertad.
Recordar para no repetir
La Guerra Cristera fue más que un conflicto armado: fue la reacción legítima de un pueblo creyente ante un Estado que traicionó su derecho a vivir su fe. Recordarla no es reabrir heridas, sino sanarlas con verdad. Porque una sociedad que no respeta la libertad religiosa está destinada a repetir los errores del autoritarismo. Hoy más que nunca, estar consciente del derecho que tenemos a vivir en libertad, nos permitirá defender vivir en libertad, porque como dijo Anacleto antes de morir:
“Yo muero, pero Dios no muere. Y la libertad por la que luchamos, tampoco”.
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