La inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser un concepto de ciencia ficción para convertirse en una fuerza real que moldea la economía global. Lo que antes se asociaba con robots en fábricas ahora se extiende al ámbito cognitivo: análisis de datos, redacción de textos, diagnósticos médicos o creación artística. Según un informe de World Economic Forum (2023), la IA generará 97 millones de nuevos empleos en la próxima década, pero al mismo tiempo eliminará cerca de 85 millones. La pregunta no es si habrá cambios, sino cómo nos preparamos para enfrentarlos.
Jensen Huang, CEO de NVIDIA, sintetizó la realidad en una frase provocadora: “No vas a perder tu trabajo a una IA, sino a alguien que use IA”. En otras palabras, el riesgo no está en la tecnología en sí, sino en la falta de adaptación a ella.
De la secundaria al doctorado: la velocidad del cambio
Uno de los datos más sorprendentes en el campo de la inteligencia artificial es la rapidez con la que mejora. En solo tres años, los modelos de lenguaje pasaron de tener un nivel equivalente al de un estudiante de secundaria a mostrar capacidades comparables a las de un candidato a doctorado. Esta curva de crecimiento no tiene precedentes en la historia de la tecnología.
El economista Erik Brynjolfsson, de la Universidad de Stanford, lo resume así: “Nunca hemos visto una tecnología que aprenda tan rápido como la IA. Ni la electricidad, ni el internet tuvieron este nivel de escalada en tan poco tiempo”.
Esta aceleración implica que tareas que hoy consideramos seguras podrían ser automatizadas en menos de una década. Profesiones como la traducción, la contabilidad básica o la gestión de información ya están siendo asumidas por sistemas inteligentes.
Nuevos roles: supervisar, entrenar y complementar
Aunque se habla mucho de la sustitución de empleos, la realidad es más compleja. El McKinsey Global Institute señala que la IA no elimina necesariamente el trabajo humano, sino que lo transforma.
Las personas están pasando de ejecutar tareas repetitivas a asumir funciones de supervisión, entrenamiento y creatividad. En la industria tecnológica de Estados Unidos, por ejemplo, los puestos vinculados directamente a IA crecieron un 448% en siete años, mientras que los roles de TI no relacionados con IA cayeron un 9%, según datos de CompTIA.
Esto confirma que el futuro del empleo no está en competir contra la máquina, sino en aprender a trabajar con ella.
La transformación no es solo un tema de estadísticas: tiene rostro humano.
Mariana López, traductora freelance en la Ciudad de México, relata su experiencia: “Hace cinco años vivía de traducir manuales y documentos legales. Hoy, muchos clientes me piden que use primero un traductor automático y luego yo revise el resultado. Mi trabajo cambió: ya no traduzco línea por línea, ahora corrijo, adapto y doy el toque humano. Gano menos por palabra, pero más por hora porque hago el trabajo más rápido”.
El caso de Mariana refleja un patrón global: la IA reduce el tiempo de ejecución de tareas, pero exige nuevas competencias. La capacidad de edición, criterio y sensibilidad cultural se vuelven más valiosas que la mecanicidad del trabajo.
Riesgos éticos y sociales
La encíclica Laborem Exercens de san Juan Pablo II que “el trabajo es para el hombre, no el hombre para el trabajo”. Esta premisa cobra fuerza en el contexto de la IA: la tecnología debe estar al servicio de la dignidad humana y no al revés.
Sin una regulación ética, la IA puede generar desigualdad. Un estudio del MIT (2024) advierte que las personas con menor acceso a educación tecnológica corren el riesgo de quedar marginadas del mercado laboral. La brecha digital se convierte así en una nueva forma de exclusión social.
Además, los algoritmos no son neutrales. Si son entrenados con datos sesgados, reproducen prejuicios y discriminaciones. De ahí que la supervisión humana siga siendo indispensable.
México frente al desafío
En México, la discusión sobre IA y trabajo apenas comienza. El Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) estima que el 52% de los empleos actuales tiene algún grado de automatización posible en los próximos 20 años.
Sectores como manufactura, logística y servicios financieros están a la vanguardia de la adopción. Sin embargo, la falta de inversión en capacitación limita la posibilidad de una transición justa.
Jorge Medina, ingeniero en Querétaro, lo expresa con preocupación: “En mi planta empezamos a usar sistemas de IA para el control de calidad. Los más jóvenes se adaptaron rápido, pero muchos trabajadores de más de 40 años tienen miedo de no poder actualizarse. No hay suficientes programas de capacitación”.
La realidad mexicana demanda políticas públicas que prioricen la educación digital, la reconversión laboral y la protección de derechos de los trabajadores.
Perspectiva global: colaboración o competencia
El dilema no es exclusivo de México. En Europa, la Comisión Europea impulsa la llamada AI Act, la primera ley integral sobre inteligencia artificial en el mundo. Su objetivo es garantizar que el desarrollo tecnológico no ponga en riesgo los derechos fundamentales.
En contraste, Estados Unidos ha apostado más por la innovación acelerada, confiando en que el mercado regule los impactos. China, por su parte, invierte masivamente en IA aplicada a vigilancia, comercio y defensa, lo que abre debates sobre libertad y control.
El padre Paolo Benanti, asesor del Vaticano en temas de ética digital, lo resume en un principio clave: “La inteligencia artificial debe ser gobernada por la inteligencia ética”.
Prepararnos para el futuro del trabajo
La inteligencia artificial no es un fenómeno distante: ya está en nuestras vidas, transformando cómo producimos, aprendemos y nos relacionamos. El reto es asumirla con responsabilidad, asegurando que no se convierta en una herramienta de exclusión, sino en una oportunidad de crecimiento.
Para los jóvenes mexicanos, el mensaje es claro: aprender a usar IA no es opcional, es parte de la alfabetización del siglo XXI. Y como recordó Jensen Huang, los trabajos no los perderán frente a la IA, sino frente a quienes sepan aprovecharla.
Pongamos al centro la dignidad de la persona, asegurando que la innovación tecnológica se traduzca en un futuro más justo, humano y solidario. En palabras de Mariana, la traductora: “Al principio pensé que la IA era mi enemiga, pero aprendí a verla como una herramienta. Mi valor no está en hacer lo que hace la máquina, sino en lo que la máquina nunca podrá hacer: ser humana”.
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