2 de cada 3 adultos en México viven con estrés financiero

En un país donde se habla mucho de salud física, de enfermedades contagiosas o crónicas, existe otra pandemia que avanza silenciosamente: la del estrés financiero. En México, según la última Encuesta Nacional sobre Salud Financiera (ENSAFI) 2023 impulsada por la Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (CONDUSEF), 36.9 % de los adultos reportaron un nivel de estrés financiero alto y 34.6 % moderado, lo que significa que dos de cada tres adultos lo experimentan

Este fenómeno no es solo cuestión de cifras: tiene rostro, efectos concretos y repercusiones profundas en la salud mental, en las relaciones personales y en la productividad laboral. Viéndolo desde los valores de humanistas  —que nos invitan a la dignidad humana, la solidaridad y la justicia social— sobran los motivos para ponerlo en la agenda pública y privada.

Nuestro país opera con una combinación de factores que alimentan este estrés financiero: salarios estancados, empleo informal, inflación persistente, deudas crecientes y gastos imprevistos que alteran la cotidianidad. Según ENSAFI 2023: el 48.4 % de la población señaló como “mucha preocupación” la acumulación de deudas; el 45.4 % consideró “mucha preocupación” tener que hacer frente a gastos imprevistos

Por su parte, la CONDUSEF resume las causas principales así: “Deudas acumuladas (48 %); gastos imprevistos (45 %); préstamos (39 %)”. 

La encuesta distingue además que la población que tiene algún tipo de deuda representa el 36.2 % de los adultos. 

Un problema transversal

Un dato que llama la atención: este estrés financiero no está reservado solo para los sectores de ingresos bajos o sin empleo. Como destacó el presidente de la Condusef, Óscar Rosado, “el estrés financiero se presenta aún entre las personas que más ganan” y “esto a su vez disminuye la productividad y rentabilidad de las personas en sus trabajos”. 

Así, el fenómeno es transversal: jóvenes, adultos de mediana edad, trabajadores formales, informales, mujeres y hombres, están expuestos. Por ejemplo, la encuesta muestra que el porcentaje de mujeres con nivel alto de estrés es de 42.2 % versus 30.7 % de los hombres. 

Desde la óptica del bien común el que una mayoría de la población viva con esta tensión económica plantea una cuestión ética: la economía al servicio de la persona no está cumpliendo su cometido pleno.

El impacto real: salud, relaciones y productividad

Cuando se vive con incertidumbre financiera constante, el cuerpo y la mente pagan el precio. ENSAFI 2023 reporta que 34.9 % de la población experimentó consecuencias físicas, tales como dolores de cabeza, trastornos gastrointestinales o cambios en la presión arterial. Además, 30.7 % mencionó impactos psicológicos como problemas de sueño o alimentación. 

“Me despertaba pensando en si alcanzaba a pagar la renta y la tarjeta. Tenía gastritis, no dormía bien y evitaba salir con amigos para no gastar. A veces sentía que no dormía porque el ‘dedo en rojo’ de mi cuenta me perseguía.” —María, 29 años, CDMX

Desde los valores cristianos del cuidado de la persona —mente, cuerpo y espíritu— es claro que este tipo de estrés mina la dignidad humana y el derecho al descanso, al bienestar y al florecimiento personal.

El estrés financiero también mina la armonía en el hogar y en las relaciones. Si una de cada diez personas (10.3 %) reportó tener “problemas sociales o familiares” como consecuencia del estrés financiero, según ENSAFI 2023, queda claro que el impacto se expande más allá de la economía individual. 

Las discusiones por dinero pueden volverse frecuentes, la comunicación se resiente, la ansiedad o la culpa se filtran. En ese sentido, la solidaridad y la subsidiariedad —principios de la Doctrina Social de la Iglesia— pueden ofrecer luz: cuando la familia, la comunidad y las instituciones se activan para acompañar, se construye una mayor resiliencia.

Productividad laboral

Un principio básico: cuando una persona llega al trabajo cargando la mochila del estrés financiero, su rendimiento se ve afectado. Estudios señalan que los empleados con preocupaciones económicas pueden ‘desconectarse’ hasta tres horas por semana en pensamientos financieros. 

En México, el problema se vuelve estratégico: la fuerza laboral más productiva, los jóvenes de 18 a 35 años, están diciendo que no solo es falta de ingresos, sino falta de control, estructura y bienestar financiero lo que los frena. Aquí entran los valores de la legalidad y del bien común: un trabajador digno debe contar con condiciones que no le impongan vivir en tensión constante.

Jóvenes adultos: generación expuesta

Aunque los datos globales del estrés abarcan a toda la población mayor de 18 años, vale la pena destacar la situación de los jóvenes de 18–35 años, porque es a este público al que te interesa llegar.
La encuesta muestra que el grupo de 18 a 29 años tiene un nivel de estrés alto de 28.6 %, menor que otros grupos de edad, pero aún considerable. 

Para muchos millennials y centennials, la combinación de empleo precario, economía de gig-jobs, inflación, deudas estudiantiles o de tarjetas, hace que el estrés financiero sea casi una normalidad. El mensaje no es alarmista, sino movilizador: reconocer que “no estoy solo” y que esto es un contexto compartido, pero también que hay caminos.

Propuestas hacia una salida

Para revertir esta epidemia invisible se requieren acciones conjuntas: de la persona, de la familia, de la empresa y del Estado. La encuesta indica que solo el 20.3 % de los adultos dicen sentirse “completamente y muy bien” asegurando su futuro financiero 

Promover la educación financiera desde la escuela, acompañar a los jóvenes en su primer empleo, apoyar el ahorro de emergencia (idealmente tres meses de ingresos) y fomentar la claridad en el manejo de deudas son medidas concretas.

Las compañías que quieran fomentar el bien común y cuidar a su talento deben considerar programas de “bienestar financiero” como parte del paquete de valor. Tal como destacan los analistas, la inversión en salud financiera del colaborador rinde en productividad, retención y clima laboral

Desde el Estado debe promoverse un entorno que favorezca la estabilidad: empleo digno, salarios reales que no se pierdan ante la inflación, regulación del endeudamiento predatorio, acceso a servicios financieros responsables. Aquí también se articula la legalidad: garantizar que el sistema financiero cumpla con normas que protejan al deudor y fomenten la resiliencia financiera.

La economía debe servir a la persona y no al revés. Cuando un trabajador vive con miedo al mañana, cuando una familia se divide porque el dinero gobierna sus decisiones, se vulnera la dignidad humana y el tejido social. Promover la solidaridad, la subsidiariedad (la familia, la comunidad, la empresa intervienen antes que solo el Estado) y la responsabilidad personal son claves para reconstruir la salud financiera colectiva.

El estrés financiero en México ya no es un problema aislado: es una epidemia silenciosa que afecta a dos de cada tres adultos. Con tasas de 36.9 % en nivel alto y 34.6 % en nivel moderado de estrés financiero, los datos de la ENSAFI 2023 dejan clara la magnitud. Este fenómeno impacta la salud física y mental, las relaciones personales, la productividad laboral y la dignidad de la persona.

El enfoque exige que este tema deje de ser tratado como asunto íntimo o vergonzante, para convertirse en riesgo colectivo, en reto de política pública, en cuestión de ética empresarial y en proyecto personal.

El mensaje para los jóvenes de 18 a 35 años es doble: reconocer la carga (no estás solo) y actuar con propósito (puedes construir una relación diferente con tu dinero). Cuando el ahorro ya no es un lujo y la educación financiera ya no es opcional, estaremos abonando al bien común, al respeto a la legalidad y al fortalecimiento de los valores de nuestra comunidad.

La invitación final: haz un alto. Revisa tus finanzas. Pregúntate: ¿Estoy viviendo con estrés por el dinero? ¿Qué puedo cambiar? ¿Puedo buscar ayuda? Y recuerda que, como ciudadanos conscientes, Yo sí influyo en el bienestar propio y en el de quienes me rodean. #YoSiInfluyo

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