Durante décadas, el salario mínimo en México fue sinónimo de precariedad. En los años ochenta y noventa perdió más del 75 % de su poder adquisitivo, convirtiéndose en una cifra simbólica que servía para calcular multas, pero no para sostener una vida digna. Hoy, tras un giro histórico en la política laboral, el panorama cambió radicalmente: los incrementos al salario mínimo entre 2018 y 2024 lograron sacar de la pobreza a 6.6 millones de personas, sin que ello implicara pérdida de empleos.
Así lo revela el más reciente estudio de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (CONASAMI), que actualiza su estimación sobre el efecto del salario mínimo en la pobreza multidimensional. Los resultados son contundentes: de las 13.4 millones de personas que salieron de la pobreza en ese periodo, el 49 % lo hizo directamente gracias a los incrementos salariales.
“Por cada 10 % de aumento en el salario mínimo real, la pobreza se redujo en 4.5 %”, señala el documento.
“Los incrementos no afectaron significativamente el empleo, pero sí elevaron el ingreso laboral en más de 31 %.”
Un cambio estructural en la política salarial
El punto de inflexión comenzó en 2016, con la desindexación del salario mínimo respecto a otros pagos oficiales. Por primera vez en décadas, en 2017 el salario creció por arriba de la inflación, aunque de forma moderada. A partir de 2019, la política salarial dio un viraje: se buscó que el salario mínimo superara la línea de pobreza por ingresos y se creó la Zona Libre de la Frontera Norte (ZLFN), donde el salario mínimo se duplicó como parte de una estrategia de desarrollo regional y contención migratoria.
Los resultados fueron medibles. Entre 2018 y 2024, la pobreza multidimensional se redujo del 41.9 % al 29.6 %, una caída de 12.3 puntos porcentuales, el mayor avance en la historia reciente del país. Según la CONASAMI, el salario mínimo real se incrementó 116.4 % durante ese periodo, generando un efecto directo sobre los ingresos laborales de millones de familias.
Un mito desmontado: no hubo pérdida de empleo
Uno de los mayores temores respecto al aumento del salario mínimo ha sido su posible impacto en el empleo. Sin embargo, los modelos de estimación aplicados —incluyendo los de efectos fijos y los métodos de momentos generalizados (SGMM)— demostraron que no existió una relación significativa entre los aumentos y la pérdida de empleos.
El informe lo expresa con claridad: “Una vez controlando por la heterogeneidad de tendencias temporal y espacial, la elasticidad del empleo deja de ser significativa; no se encuentra un impacto del salario mínimo en el empleo.”
En otras palabras, el país logró subir el ingreso sin destruir puestos de trabajo, una combinación que pocas economías emergentes han conseguido.
El salario que dignifica: historias que lo demuestran
En el mercado de abastos de León, Guanajuato, Lucía Ramírez, trabajadora de empaque, lo resume en una frase: “Antes tenía que decidir entre pagar la renta o llenar la despensa. Ahora, con el aumento, alcanza para las dos cosas y todavía ahorro un poco.”
Casos como el de Lucía son el rostro humano detrás de las cifras. Para millones de familias, el aumento al salario mínimo significó poder comer mejor, invertir en educación o reducir la deuda cotidiana.
La CONASAMI estimó que cada incremento de 10 % en el salario mínimo elevó el ingreso laboral promedio de los hogares en 2.67 %, lo que se tradujo en una mejora real de 31.1 % en el ingreso laboral total durante el periodo analizado.
Programas sociales: complemento, no sustituto
El estudio también comparó el efecto del salario mínimo con el de los programas sociales. Aunque estos últimos tienen incidencia, su impacto fue menor en comparación. Por ejemplo, la Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores (PBAM) mostró una reducción de la pobreza de 6.8 % por cada 10 % de aumento en su monto, mientras que las transferencias y remesas tuvieron una elasticidad de -0.64, reflejando su efecto positivo.
Sin embargo, advierte la CONASAMI, muchos programas sociales presentan problemas de endogeneidad, es decir, tienden a concentrarse en quienes ya se encuentran en pobreza, por lo que su impacto agregado es más limitado.
El documento subraya que el verdadero motor de reducción de la pobreza fue el aumento en el ingreso laboral, y que los programas sociales, aunque útiles, deben entenderse como un complemento, no un sustituto, de un salario digno.
Entre la evidencia y la dignidad
Desde su creación en 1917, el Artículo 123 Constitucional establece que los salarios mínimos “deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe o jefa de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación de los hijos”. Sin embargo, durante casi un siglo esa promesa fue letra muerta.
Los hallazgos de la CONASAMI devuelven vigencia a esa aspiración. “El salario mínimo ha tenido efectos muy positivos: redujo la pobreza, aumentó el ingreso y el consumo interno, sin poner en riesgo el empleo”, concluye el informe.
No obstante, advierte también que no puede seguir aumentando indefinidamente. Existe un punto óptimo en el que el salario sigue siendo digno sin generar efectos adversos. Alcanzarlo requerirá de equilibrio fiscal, productividad empresarial y políticas sociales complementarias.
La pobreza: un desafío que no termina
Aunque los resultados son alentadores, la CONASAMI subraya que la pobreza multidimensional —que considera no sólo el ingreso, sino el acceso a salud, educación, vivienda y seguridad social— sigue afectando a casi 30 % de la población mexicana.
El propio estudio reconoce que los efectos del salario mínimo son decrecientes con el tiempo, y que para sostener los avances se requerirán políticas públicas que reduzcan las carencias estructurales. En otras palabras: no basta con aumentar el salario; se necesita mejorar el entorno social y económico.
En Ciudad Juárez, frontera norte, Roberto López, obrero de maquila, comparte su experiencia: “Cuando anunciaron que el salario se iba a duplicar, pensé que no era cierto. Pero sí cambió. Pude pagar la universidad de mi hija. No salimos de pobres de un día para otro, pero ya no vivimos al día.”
Roberto representa a miles de trabajadores de la Zona Libre de la Frontera Norte, donde los efectos fueron más notorios por el incremento diferenciado. La mejora salarial tuvo un impacto doble: redujo la pobreza y desincentivó la migración interna hacia Estados Unidos.
El estudio de la CONASAMI ofrece una conclusión clara y alentadora: México logró reducir la pobreza sin sacrificar el empleo. La política de incrementos sostenidos al salario mínimo probó ser una herramienta eficaz de movilidad social y fortalecimiento económico interno.
Más allá de los números, los resultados reflejan una transformación moral y social: la revalorización del trabajo como vía para la dignidad. En un país donde la desigualdad aún persiste, el salario mínimo se ha convertido en símbolo de justicia y esperanza, recordando que el desarrollo verdadero comienza cuando las personas pueden vivir con el fruto de su esfuerzo.
“No se trata sólo de ganar más —dice Lucía, la trabajadora de León—, sino de vivir con dignidad. Y eso vale más que cualquier cifra.”
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