Libertad de creer, un derecho irrenunciable

En México, el legado de los laicos mártires de la Guerra Cristera sigue vivo: su sacrificio revela luchas por la libertad de conciencia que van más allá de lo religioso. El Día del Laico, instaurado para honrar a quienes defendieron sus creencias, invita a reflexionar sobre la esencia de una sociedad democrática: el derecho a creer, o no creer, sin miedo a la persecución.

La Guerra Cristera (1926-1929) fue mucho más que un conflicto armado: representó un choque profundo entre un Estado posrevolucionario que buscaba afirmarse y una población que veía en ciertas políticas oficiales un intento de supresión de sus convicciones. La aplicación estricta de la llamada “Ley Calles”, que reforzaba los artículos anticlericales de la Constitución de 1917, detonó una resistencia que incluyó expresiones pacíficas, civiles y también armadas.

Esta etapa reveló tensiones fundamentales sobre el papel del Estado en la vida privada: ¿hasta dónde puede intervenir? ¿cómo se equilibra la laicidad sin caer en la persecución? La Cristiada dejó claro que un Estado que intenta regular creencias enfrenta resistencia social y erosiona su legitimidad.

Dentro de ese escenario convulso, la figura de Anacleto González Flores destaca por su liderazgo civil y su defensa pacífica de la libertad de conciencia. Abogado y maestro originario de Tepatitlán, Jalisco, Anacleto no tomó las armas ni encabezó grupos insurgentes; su lucha fue desde la organización, la palabra escrita y la formación comunitaria.

A través de semanarios críticos y desde organizaciones civiles como la Unión Popular, promovió la resistencia no violenta frente a las políticas estatales que buscaban restringir prácticas religiosas. Su activismo se centró en el derecho de los ciudadanos a expresar y vivir sus creencias sin miedo a la intervención estatal.

Esta postura lo convirtió en un objetivo para las autoridades. Fue detenido, torturado y ejecutado en 1927. Su muerte no solo marcó un episodio doloroso, sino que simbolizó cómo la libertad de conciencia estaba estrechamente ligada a la defensa de derechos civiles. En Anacleto, la historia reconoce a un ciudadano que puso por delante la dignidad humana frente al poder político.

El Día del Laico también recuerda a otros ciudadanos que, sin ser clérigos ni combatientes armados, defendieron su derecho a creer. Entre ellos se encuentran jóvenes, profesionistas, campesinos y líderes comunitarios. Historias como las de José Sánchez del Río, Manuel Morales, David Roldán Lara, Salvador Huerta o Miguel Gómez Loza muestran que la resistencia civil tuvo múltiples rostros.

Muchos de ellos murieron no por participar en combate, sino por negarse a renunciar a su fe o por negarse a colaborar con fuerzas del Estado. Sus muertes evidencian el nivel de confrontación que alcanzó la política anticlerical cuando dejó de ser una norma y se convirtió en persecución.

El valor del Día del Laico no reside únicamente en el homenaje a quienes murieron, sino en la lectura histórica que esa memoria obliga a realizar. La Guerra Cristera mostró que la laicidad, entendida como neutralidad del Estado, no puede confundirse con un intento de controlar las creencias de la ciudadanía.

Tras el fin del conflicto y los acuerdos de 1929, México inició un proceso gradual en el que las libertades religiosas recuperaron espacio y el Estado moderó su postura. Décadas después, la reforma constitucional de 1992 redefinió la relación Iglesia-Estado y dejó atrás los elementos más difíciles del anticlericalismo institucional.

Ese recorrido histórico demuestra que la laicidad no nació de la imposición, sino del aprendizaje. La convivencia democrática depende de un equilibrio entre un Estado que no favorece a ninguna confesión, pero tampoco impide su práctica.

Recordar a Anacleto González Flores y a los laicos martirizados no es, en esencia, un acto religioso. Es un ejercicio de memoria cívica. En un país donde conviven múltiples creencias, o la ausencia de ellas, la libertad de conciencia forma la base de una ciudadanía capaz de disentir sin temor.

En la actualidad, los debates sobre símbolos en espacios públicos, la libertad educativa, la autonomía moral y la intervención del Estado en la esfera privada siguen presentes. La historia de la Cristiada y de sus laicos recuerda que la libertad de creencias no puede darse por sentada: debe protegerse, revisarse y ejercerse en cada generación.

El Día del Laico, más que una conmemoración, es un recordatorio de que México aprendió por la vía del conflicto que el pensamiento libre es un derecho irrenunciable y que cualquier intento de restringirlo reabre heridas profundas en su historia.

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