Nixon, “Watergate” y AMLO: la mentira como arma política

Estoy leyendo el libro “El Rey del Cash”, escrito por la periodista y escritora Elena Chávez (Editorial Grijalbo), en el que describe los tejemanejes del entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador (ahora Presidente de México), y todas sus técnicas para enriquecerse ilegítimamente mediante actos de corrupción, mentiras, negación de las evidencias y una presunta red de financiamiento creada en el círculo cercano del político tabasqueño. Considero que existe una gran similitud entre las conductas de Richard Nixon y AMLO porque ambos han utilizado sistemáticamente la mentira como un arma política.

Pero veamos el inicio de esta historia. El 17 de agosto de 1972 fueron detenidos cinco hombres por haber allanado el complejo “Watergate” del Partido Demócrata. Recuerdo haber leído la noticia en las páginas interiores del periódico, era una nota informativa pequeña, por su aparente falta de importancia.

Nadie sospechaba en ese entonces del tremendo impacto que alcanzaría. El F.B.I. encontró una conexión entre los ladrones y el “dinero negro” utilizado por el Comité que laboraba para la Reelección del Presidente Richard Nixon, del Partido Republicano.

Un año después, en julio de 1973, gracias a los testimonios de antiguos funcionarios y del personal de Nixon, las investigaciones realizadas por el Comité “Watergate” del Senado de los Estados Unidos revelaron que Nixon tenía unas cintas y que muchas conversaciones habían sido grabadas. En un principio, el presidente negó rotundamente la existencia de esas cintas.

Sin embargo, existían muchas evidencias y testimonios que confirmaban lo contrario. Así que se inició una batalla legal para que Nixon las entregara. El presidente recurrió a la mentira negándolo todo y oponiéndose una y otra vez, pero la Corte Suprema Norteamericana dictaminó por unanimidad que debería de ceder esas cintas a los investigadores gubernamentales, a lo cual finalmente accedió.

Ahí se descubrió con toda claridad el serial interminable de engaños, chantajes, sobornos, malos manejos que había empleado Nixon. Todo ello era material suficiente para iniciar su proceso de destitución como Presidente.

Al observar esto, Nixon optó por renunciar a la Primera Magistratura en aquel inolvidable 9 de agosto de 1974. Este suceso se televisó en muchos países del mundo. Abandonó la Casa Blanca y afuera lo esperaba un helicóptero, que abordó junto con su esposa.

Los que observábamos este hecho extraordinario, contemplábamos pasmados y nos preguntábamos: “¿Cómo es posible que el presidente de la nación más poderosa de la tierra renunciara de esta manera tan vergonzosa?”

Nunca comprendí aquella señal de la “v” -de la victoria- que Nixon hizo con sus dos manos, antes de entrar a la cabina del helicóptero, como si fuera todo un éxito el obtenido, cuando resulta que huía escandalosamente ante la opinión pública y los desconcertados ciudadanos norteamericanos.

Aquel hecho fue un verdadero “shock” que causó una profunda conmoción no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. A la vez que manifestaba una lección de la ejemplar justicia norteamericana, en la que nadie podría burlarse de la ley como lo había hecho Nixon.

Hubo dos periodistas de investigación, Bob Woodward y Carl Bernstein, reporteros del periódico “Washington Post” que, desde el inicio, fueron investigando -paso a paso- el caso “Watergate” con la ayuda de un misterioso personaje denominado “Garganta Profunda”, quien en un estacionamiento de coches les iba proporcionando pistas y nuevas líneas de investigación.

Tiempo después, este dramático suceso político, fue llevado al cine en la película “Todos los Hombres del Presidente”, con la espléndida actuación de Robert Redford y Dustin Hoffman, dirigida por el conocido cineasta Alan J. Pakula.

El resultado fue que Richard Nixon utilizó de esas sucias tácticas, como arma política, hasta que fue plenamente descubierto y renunció. Pero mientras que en el caso de Nixon las cintas grabadas delataron todas sus falsedades ante la justicia de los Estados Unidos, en el caso de México, AMLO elaboró muy bien su plan para no dejar ningún rastro que mostrara sus malos manejos. Y hasta la fecha sigue negando lo sucedido.

Como sostenía el pensador y escritor Nicolás Maquiavelo (1469-1527), en su libro “El Príncipe”, en el capítulo XVIII, dice que la moral debe estar ordenada a la utilidad. Recomienda que un príncipe o gobernante no tiene que ser virtuoso sino sólo aparentarlo. Maquiavelo es un abanderado de la política pragmática y lo que tiene que hacer el gobernante es utilizar la adulación, la mentira, el fraude, la farsa, el enmascaramiento y emplear con maestría el arte del fingimiento.

Afirma que la mentira y el poder están necesariamente asociados ya que quien miente, tiene la capacidad de manipular la realidad de tal manera que beneficie a sus propios intereses. En este célebre libro, el filósofo político lo escribió para mostrar a Lorenzo II de Médici cómo debería desempeñarse, si es que realmente quería unificar a Italia y sacarla de la crisis en que se encontraba.

Sorprende que estos consejos completamente amorales y con graves errores contrarios a la verdad y a la honestidad sugeridos por Maquiavelo, hayan permeado en muchos gobernantes y políticos hasta nuestros días.

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