Fue en septiembre de 2015 cuando el papa Francisco, aprovechando su visita pastoral a los Estados Unidos, canonizó a San Junípero Serra.
San Junípero Serra, mallorquín nacido en Petra (Islas Baleares) en 1713 fue uno de los misioneros más importantes que España envió al Nuevo Mundo.
Misionero incansable, a quien se le debe la cristianización de la Alta California en donde fundó 21 misiones que no solamente eran focos evangelizadores, sino que eran auténticos centros de civilización puesto que en ellas se logró que indios nómadas y semisalvajes aceptasen vivir en comunidad y convertirse en personas útiles a la sociedad.
Los indios, atraídos por la posibilidad de que mejorasen sus condiciones de vida, acudían a las misiones del fraile mallorquín e incluso le ayudaban a construirlas.
Un misionero que tenía como obsesión la defensa de sus amados indios; prueba de esta afirmación es el hecho de que hizo una caminata de 4,400 kilómetros de ida y vuelta (desde la Alta California hasta la Ciudad de México) para entregarle al virrey Antonio María de Bucareli un pliego en el que solicitaba mejores condiciones de vida para los nuevos cristianos que él y sus frailes habían catequizado.
Su Camino Real, que une las misiones fundadas entre San Francisco y San Diego es nada menos que la columna vertebral de la presencia de España en California.
Dentro de la obra civilizadora de San Junípero Serra destaca que en aquellos campos se hayan sembrado semillas de especies antes desconocidas como lo son el olivo, la higuera, el naranjo, el limonero y –de manera muy especial- la vid cuyo cultivo es el origen del vino de California, considerado por los expertos como uno de los mejores del mundo.
Ante todo esto… ¿Cómo se explica que, a los pocos días de que el Papa canonizara a San Junípero Serra, se produjeran disturbios?
Disturbios que llegaron al extremo de profanar estatuas del nuevo santo y que incluso hayan intentado destruir la capilla donde está sepultado en la misión de San Carlos Borromeo.
Quienes alentaban dichas manifestaciones de odio se justificaban diciendo que el misionero había contribuido al exterminio de los indios de California.
Afirmaciones que tienen su origen en el odio irracional que difunde la Leyenda Negra.
Las cosas ocurrieron exactamente al revés.
Como bien nos dice la historiadora Elvira Roca Barea; “Las poblaciones indígenas de California aumentaron en el tiempo de los franciscanos, no decrecieron. Desaparecieron después, durante la fiebre del oro, concretamente en la época en que Stanford era gobernador de California”
¿Y quién fue Leland Stanford?
Leland Stanford, nacido en 1824 y muerto en 1893, fue un magnate y político estadounidense que fundó la universidad que lleva su nombre y que gobernó California durante la época de la fiebre del oro.
Durante los años en que Stanford gobernó California procedió al exterminio de la población nativa; apoyándose en la frase de que “el mejor indio es el indio muerto”.
Durante aquellos años sangrientos, Stanford no solamente se dedicó a matar indios como si fuesen búfalos sino que alentó a los ciudadanos que gobernaba a que participasen de forma activa en dicha campaña.
Una campaña genocida, en la cual se calcula que en el espacio de veinte años la población indígena disminuyó de 150,000 a 30,000 personas.
Un ser terrorífico digno de ser protagonista de una sangrienta novela negra de asesinatos.
Un sujeto, el tal Stanford, al cual muchos consideran que contribuyó al progreso porque fundó una universidad pero que, después de hacer un balance objetivo, se ve como sus crímenes y maldades superan con creces los posibles beneficios materiales que haya podido traer.
En cambio a San Junípero Serra a quien una estatua suya representa a California en el Capitolio de Washington muchos le consideran perseguidor de los indios.
Todo forma parte de una Leyenda Negra que tiene como objetivo calumniar a España y a la Iglesia.
Tarde o temprano la verdad acabará imponiéndose y, al igual que ocurre con un diamante cubierto por una capa de lodo, será necesario ir quitando la suciedad que impide que la piedra preciosa brille en todo su esplendor.
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