México y Filipinas

A pesar de que el archipiélago filipino, compuesto por más de 7 mil islas, se encuentra muy lejos de nosotros, en pleno Océano Pacífico cerca de Japón, la realidad es que México y Filipinas están unidos por los fuertes lazos de la cultura, de la religión y –en pequeña parte- por el idioma.

Las Filipinas pasaron a formar parte del Imperio Español gracias a la expedición que, dirigida por Miguel López de Legazpi, partió del Puerto de Navidad a fines de 1564.

Junto con Legazpi iba el fraile agustino Andrés de Urdaneta.

Es de justicia resaltar que la tripulación que formaba parte de la flota en su gran mayoría estaba compuesta por mexicanos.

Meses después la flota llega a las Filipinas (así llamadas en honor al rey Felipe II de España) toman posesión de ellas y poco después Urdaneta logra encontrar la ruta de regreso que conectaría al archipiélago con la Nueva España.

A partir de entonces y a lo largo de doscientos cincuenta años Filipinas y la Nueva España estuvieron unidas por medio de la ruta que, entre Manila y Acapulco, realizaba la “Nao de la China”.

Una ruta de enorme importancia puesto que, desde el Lejano Oriente, llegaban a Filipinas valiosas mercancías que allí eran llevadas hasta Acapulco en donde, después de ser vendidas en una concurrida feria, el resto era llevado a Veracruz para desde allí enviarlas a España.

Desde Acapulco la Nao llevaba café, vainilla, azúcar, funcionarios, misioneros y soldados. Y desde Manila llegaban a Nueva España especiería, sedas, porcelanas y marfiles.

Un intenso comercio entre ambas naciones que hizo posible la afirmación de que Filipinas era más una colonia de México que de España, debido a que su contacto con la Metrópoli sólo era posible a través de México.

En un tiempo en las que hoy grandes potencias marítimas y comerciales –Inglaterra, Japón y los Estados Unidos- ni siquiera se asomaban al Océano Pacífico fue posible que a través de dos puertos mexicanos –Acapulco y Veracruz- se realizara un floreciente tráfico comercial entre Europa, América y el Lejano Oriente.

Filipinas era un trozo de Hispanidad perdido en aquellos lejanos mares.

Algo que con el paso del tiempo y debido a diferentes circunstancias se ha ido olvidando pero que historiadores modernos reconocer al decir cómo, durante un cuarto de milenio, el Océano Pacífico fue un Lago Español.

El viaje de Acapulco a Manila duraba alrededor de tres meses; en cambio el regreso duraba aproximadamente el doble.

Es muy importante dar a conocer que millones de monedas de ocho reales (los famosos pesos mexicanos de plata) se embarcaban en galeones desde Acapulco y de ahí se esparcían hasta el África Oriental y las costas de Asia, especialmente China.

Las cuartillas o monedas de un cuarto de real fueron acuñadas en México a fines del siglo XVIII con la finalidad de circular en Filipinas.

Vale la pena reflexionar en el hecho de que hubo un tiempo en que nuestro hoy devaluado peso era la moneda fuerte por excelencia y que respaldaba cualquier transacción comercial en las costas de Asia.

Hasta las Filipinas llegó, a fines del siglo XVI, aquel inquieto Felipillo que allá alcanzó la conversión que fue coronada con la gracia del martirio. Es así como actualmente veneramos en los altares a quien, durante más de un siglo, fue el único santo mexicano: San Felipe de Jesús.

Por allá llegó también –a fines del siglo XVIII- el simpático Periquillo Sarniento, personaje nacido de la imaginación de José Joaquín Fernández de Lizardi, quien de ese modo quiso recalcar la íntima relación entre México y Filipinas.

Y para acá, también a bordo de “La Nao de la China” nos llegó una princesa oriental que se estableció en Puebla y cuyo exótico atavío es fama que dio origen al mexicanísimo vestido de la China Poblana.

En 1813 las Cortes de Cádiz expidieron un decreto con el cual suprimieron el tráfico de la Nao autorizando a los filipinos a comerciar libremente con quienes quisiera.

Dicho decreto se hizo efectivo dos años después y fue así como, en marzo de 1815, el último galeón partió de Acapulco enfilando su proa hacia donde el sol se oculta.

Actualmente México y Filipinas mantienen relaciones diplomáticas y están conscientes de que los unen fuertes lazos religiosos y culturales.

Desgraciadamente –y esto será tema de otro comentario- el idioma español que une a México con los restantes pueblos hermanos de Hispanoamérica se está perdiendo en aquel rincón del Mundo Hispánico.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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