El ejercicio del gobierno lopezobradorista ya no convence ni a sus bancadas legislativas, que han sido de una mansedumbre pavorosa.
Porfirio Muñoz Ledo ha destacado en estos años de la cuatroté por su lucidez. Sus declaraciones de talante democrático y republicano son una muestra de que en estos días la inteligencia está sola y marginada en el ejercicio del poder.
Las ocurrencias de ayer son el desastre de hoy. Hacer razonar a los diputados y diputadas de Morena debe ser un reto mayúsculo, sino es que imposible. Esto es parte del resultado de las famosas tómbolas por los puestos públicos, que antes organizó el ahora presidente.
Con claridad, Muñoz Ledo lo dijo en una entrevista con René Delgado (Reforma 29/04/20): “Desgraciadamente, la tómbola no tiene ideología”. Y en efecto, quién sabe qué resortes pueden mover a los que llegaron como producto de una kermese. Las tómbolas han tomado la forma de desgracias.
No olvidemos que el director del IMSS, Zoé Robledo, nombró a los delegados del instituto de esa manera ¿Qué podía salir mal? Ahora culpa a la delegada de Hidalgo de haber comprado el ventilador más caro de la pandemia al hijo del corruptazo Bartlett.
Las cosas están descompuestas en la cuatroté. No van a sacar la reforma del presupuesto, como quería el presidente. Recordemos que este es el último presupuesto que aprueba la presente legislatura, y parece que su aplanadora no les será muy útil.
Hay que reconocer el papel digno y valiente que tuvieron los legisladores de oposición, que rechazaron la posibilidad de un periodo extraordinario por órdenes presidenciales. Lo sucedido el viernes fue un gran episodio de la oposición en el siglo XXI. Así como uno no se tienta el corazón para decir que la oposición está en el suelo, hay que reconocer que en esta ocasión estuvieron a la altura de las circunstancias. Eso habla de que no todo está perdido y que hay futuro más allá del lamentable lopezobradorismo que inundó la vida política. Bien por las mujeres y hombres de oposición que supieron resistir.
En ese escenario también jugó la descomposición por la que atraviesa el morenismo. Es obvio que no tenían ni siquiera los votos al interior de su grupo para sacar adelante el berrinche presidencial. La desesperación de Mario Delgado solamente fue opacada por su abyección. Demostró que no es un legislador, sino un simple esbirro cuyo talento ignorado consiste en que toma café con tapabocas como mostró una fotografía. En tono con el lenguaje vulgaroide del presidente, Delgado advirtió a los opositores: “después no vengan llorando”. Ese es el nivel.
Lo cierto es que el ejercicio del gobierno lopezobradorista ya no convence ni a sus bancadas legislativas, que han sido de una mansedumbre pavorosa. A los gritos y el entusiasmo, a las mentadas y las burlas, a las porras ofensivas, le ha seguido el silencio vergonzoso sobre las pifias presidenciales y la desgracia económica que ya abrió la puerta.
Defender los excesos y los desmanes del presidente se está volviendo difícil para todos los que lo quieren hacer. Hay peticiones que atentan contra el respeto institucional y a la dignidad personal, pero a López Obrador no le importan. Su desprecio por la labor legislativa no es reciente, por eso su debilidad de gobernar con decretos. En la última reunión que tuvo con legisladores de su partido, la cosa acabó a gritos. El presidente les dijo que no les iba a dar moches y sugirió que tenían prácticas corruptas. Los ofendió como a todos. La reunión terminó entre chiflidos al presidente y le gritaron corrupto y mentiroso, según los reportes periodísticos.
A saber cómo va a quedar el último presupuesto de una legislatura mayoritariamente morenista. Lo más seguro es que esa mayoría no se repita en las elecciones que vienen, lo cual augura más pleitos con el presidente, pues si con los suyos hacen rabietas, berrinches y pataleos, a ver qué pasa cuando tenga que negociar.
Por lo pronto ahí está el resultado de sus tómbolas: desorden y corrupción. Síganle con las ocurrencias.
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