Salvar al general

Salvar al rey es un documental que se puede encontrar en la plataforma de HBO. Trata de los enormes esfuerzos que hizo el Estado español para proteger la imagen del rey Juan Carlos I de todas sus andanzas, excesos y tropelías. No fue cualquier cosa. Incluso la ley impedía poder investigarlo y llevarlo a juicio, pedirle cuentas, cosas por el estilo. Cierto, la figura del rey fue vital para los inicios de la vida democrática en ese país, y cuando hubo que jugársela por la democracia, lo hizo. Por esa razón también era querido, y más que eso: era cuidado. Los medios de comunicación tenían –nos dice el documental– una suerte de acuerdo en el que no se ‘tocaba al rey’, toda vez que se trataba de una figura de unidad que estaba por encima de partidos y pleitos políticos, una suerte de balanza para los acuerdos y el ánimo nacional.

Pasaron los años y el rey hacía de las suyas: negocios, escapadas de parranda, amantes, fiestas, yates, negocios por aquí y por allá, chismes y apariciones en revistas del corazón. La cosa creció conforme pasó el tiempo. La impunidad –esa sensación de poderlo todo– lo llevó a una debacle absolutamente patética en la que fue sorprendido cazando elefantes en África con una amasia, mientras la crisis económica azotaba a su país. El escándalo público catapultó la conducta de hace años y pronto se empezó a saber todo del rey. Al final se le pedía que cortara su romance al que le había destinado millones de euros. Ya en su necedad se tuvo que operar en contra para salvar la institución de la monarquía, lo poco que quedaba, de la mano de su hijo. Juan Carlos tuvo que abdicar y su hijo Felipe ahora es el rey. Vale la pena el documental.

Esto viene a colación porque el presidente López Obrador y su gobierno han echado a andar toda una operación política que bien podría llamarse Salvar al general. En nuestro país, desde hace mucho, había también una suerte de acuerdo de no meterse con el Ejército. Se le cuidaba para que no se sintiera agredido, se le protegía porque nos protegía, porque en el mar de la política traicionera –que lo es en todos lados–, la lealtad uniformada tenía un valor referencial para todos. Ese acuerdo, ese pacto, lo ha roto este gobierno a fuerza de exponer al Ejército en todos los frentes. Por supuesto ha contado con la colaboración alegre y decidida de un titular de la Defensa que ha mostrado una fuerte inclinación por las veleidades de la fama y la vanidad pública.

En su afán de demoler todo lo que se hizo en décadas, el presidente López Obrador pensó que solamente valía la pena dejar al Ejército a salvo de su guadaña infestada de resentimiento y veneno. Pero tanto mangonear a la milicia terminó por ponerlos en la mirada pública y se les empezó a pedir que rindan cuentas, y pues el general dijo que no y se acabó. Entonces le llovió. No recuerdo ningún otro secretario de la Defensa Nacional que haya sido sometido a tal cantidad de críticas. Su silencioso –pero voluntario– paso por el Senado solamente dejó en el recuerdo lo que le dijeron, valiente y puntualmente, Lilly Téllez y Germán Martínez –con un discurso al que no le sobró una sola palabra–. De él, ni el brillo de sus botas. Entró general y se fue, como bien le dijo Martínez, como el señor Sandoval.

Ahora el presidente y su porro en Bucareli quieren apagar el fuego de la militarización, pero fueron ellos los que pusieron la paja y aventaron el cerillo. Ahora tratan de salvar al general. Parece que ya es tarde.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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