Para el gobierno mexicano, tocar la imagen del presidente Andrés Manuel ya borda en lo intolerable y es motivo suficiente para la unión nacional en contra de “masiosare”.
Normalmente, cuando el mandatario de un país insulta o increpa a otro, quien responde mide bien la dimensión y el alcance de lo que va a contestar; si quien insulta tiene un tamaño menor o la agresión está no sólo fuera de lugar, sino que no se puede quedar bien sin entrar en un juego ridículo, se minimiza la respuesta. Así le hizo España cuando Ya Saben Quien les exigió disculpas por lo sucedido hace 500 años, lo tiraron de a loco y se negaron a participar en un intercambio a todas luces desquiciado.
Pero ese no es el caso de nuestros gobernantes. Una vez que el gobierno de México ha decidido meterse en un problemón con Bolivia –país que es una potencia internacional como es de todos conocido– no queda más que esperar una reacción de fuerza por parte de nuestros gobernantes. Esto se desprende de los llamados de los subordinados del presidente López Obrador para defenderlo ante las agresiones del exterior (que se tratan de un par de orates del nuevo gobierno boliviano). Para el gobierno mexicano, tocar la imagen del presidente Andrés Manuel ya borda en lo intolerable y es motivo suficiente para la unión nacional en contra de “masiosare”, el extraño boliviano que quiere profanar a nuestro líder. Para empezar el año con ánimo propositivo y no sentirnos conservadores apátridas, van algunas sugerencias de ciertas opciones que nuestro gobierno podría tomar para cobrarse la afrenta infligida por el poderoso y prepotente enemigo.
Mandar a la Marina. Esto sería ideal, toda vez que en vez de tener a los marinos resanando las tuberías de huachicol, se les podría mandar a invadir la tierra de los agresores, para que realizaran un espectacular desembarco con sus comandos de alta precisión en operativos de combate criminal. Esto sin duda sembraría el pánico en las fuerzas del mal. Desgraciadamente no se puede hacer porque Bolivia no tiene salida al mar porque se las quitaron los chilenos hace muchos años.
Mandar a Ovidio y a sus huestes. Famosos a nivel internacional por haberse mofado y puesto en ridículo –ellos sí– al gobierno mexicano hace pocos meses, el hijo del Chapo podría pagar los favores recibidos del gobierno de la cuatroté y mandar a un contingente de patriotas similar al que tomó Culiacán en octubre pasado para que invadan en cuestión de horas la capital boliviana, hagan retroceder a las fuerzas del orden boliviano –si es que hay–, secuestren a miembros del gobierno y hagan salir a los fascistas de los puestos de gobierno, no sin antes pedir una disculpa pública al magnánimo López Obrador.
Mandarles a Alfonso Durazo. En un acto de falsa amistad, que en realidad encierra un desplante de odio profundo, se les dice a los bolivianos que como gesto de buena voluntad se manda a un cercano del presidente López Obrador para que les ayude a restaurar el orden en aquel país, además de un combate frontal a la criminalidad. Por supuesto, se trata de un acto de una perversidad monstruosa, pero, por otro lado, se garantizaría propinarle una herida desgarradora al país enemigo, pues en cuestión de semanas aquello sería un desastre del que no se recuperarían fácilmente. Recordemos que Bolivia tiene casi cien millones menos de pobladores que nuestro país, así que la misión concluiría en un plazo breve.
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