Desorden

La desesperación es mala consejera, dice el refrán. Todo parece indicar que el desorden en que se ha movido este gobierno está generando acciones francamente desesperadas por parte de sus representantes. El propio presidente es principal generador del desorden. Dice una cosa o la otra sin problema alguno, hace y deshace sin empacho; no se entiende ya el supuesto proyecto de gobierno que se ha convertido en una conducta esquizoide, que lo mismo enarbola textos marxistas para la educación que aplica austeridad thatcheriana en la burocracia gubernamental.

El fracaso en el sistema de salud será, sin duda, una marca de este gobierno. Un verdadero desastre que inició con buenas intenciones, pero rápidamente evidenció lo inepto de funcionarios y de las políticas gubernamentales. Solamente, como en muchas otras materias, traían discurso. A la ineptitud como sello de la casa hay que sumarle la corrupción y la anarquía administrativa. La carencia de medicinas, el desabasto de las mismas, la irresponsabilidad mortal del subsecretario Gatell en el manejo de la pandemia, los remedios caseros que receta el secretario del ramo; en fin, una serie de elementos que resultan en un verdadero retroceso en la materia. Lo de tener un sistema de salud “como en Dinamarca”, según ha dicho el presidente desde que inició su mandato, es una burla, un mal chiste. Muy probablemente ni él sepa en qué consiste el sistema danés, pero lo dice como si se tratara de comprar un tractor. La semana pasada en el pueblo de Juchitán, Oaxaca, el presidente comentó a los habitantes de ese municipio que “ahora sí habrá un sistema de salud como el de Dinamarca”. Mencionó que sus adversarios se burlan de él porque dice eso y abundó: “Ya lo pensé bien, va a ser mejor que el de Dinamarca”. A saber qué pensaron los pobladores juchitecos que lo que querían era que funcionara el IMSS. Le queda poco más de un año para mostrar a los daneses su superioridad.

En los delirios contra sus enemigos, el presidente le armó un pleito desde el inicio a los españoles por muchos motivos. Uno de los objetivos, entre otros, fue la empresa Iberdrola, a la que no se cansó de señalar como símbolo del saqueo extranjero y el abuso de los países poderosos. El pleito con esa nación ha llegado a niveles verdaderamente ridículos, al exigirles pedir perdón por lo sucedido hace 500 años. Pero la crítica contra Iberdrola terminó haciéndoles un gran negocio a los españoles que obtendrán miles de millones de dólares de los mexicanos y que, como ya anunciaron, invertirán en Brasil. Solamente el presidente piensa que les ganó, que les quitó el negocio y que ahora sí México será supersoberano: “Es como si fuera una nacionalización”, dijo rebosante de alegría.

En su pleito con los españoles no parece haber límite. Los denuncia, les grita, les reclama, les manda cartas, dice que las relaciones con ese país están básicamente suspendidas, acosa a sus empresas y luego les paga millonadas para que se vayan muertos de la risa con los bolsillos llenos. En el desorden y la histeria gubernamental, mientras el presidente ha llamado a la furia antiespañola, su corcholata favorita decide traer al Zócalo, para que dé un concierto pagado por el gobierno, a la española más pop del momento. Sheinbaum hace gala de saberse las canciones de Rosalía, lo que la hace sentirse muy cool, muy alivianada. ¿Cuánto cobrará la Motomami por el concierto? No lo sabemos, pero, para ser un gobierno antiespañol, lo único que queda claro es que, entre Iberdrola y Rosalía, los españoles, como gritaban en los toros: se siguen llevando el oro.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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