Vivimos en un entorno cuya velocidad de cambio, sobre todo a los mayores nos sorprende y en ocasiones nos supera, hace no tanto tiempo que las comunicaciones se limitaban con suerte a tener un teléfono en casa y en la oficina, con alcance muy restringido a menos de pagar cuotas extras hasta para llamar a ciudades o poblaciones muy cercanas al lugar donde habitamos, luego el telex y el fax eran medios muy socorridos para comunicaciones de negocios. Las herramientas de trabajo se limitaban a enormes calculadoras, máquinas de escribir que en el mejor de los casos eran eléctricas. Muchos equipos y maquinaria requerían de obreros especializados pues no había la electrónica para la automatización de las mismas, y hasta curiosidades que hoy parecen imposibles de realizar como que se podía fumar hasta en los aviones.
Estos cambios generaron que se requiera una mayor preparación profesional para enfrentar los requisitos laborales cada vez más exigentes y obtener el mayor grado de títulos, maestrías, certificaciones y hasta doctorados con lo que además de tener mejores oportunidades de trabajo se obtiene un estatus social más relevante.
Con todo lo anterior parecería que deberíamos estar viviendo una edad dorada, y sin embargo vemos que nuestra realidad está muy lejana de ese sueño, y es más, nos encontramos sumergidos en medio de una crisis muy profunda en muchos aspectos no solamente económicos y políticos, sino de realización personal.
Pero dentro de este mundo científico y tecnológico que nos rodea, tenemos que aceptar que las condiciones básicas de los seres humanos se mantienen intactas, nacemos indefensos y necesitamos de una ayuda total para atender no solamente las necesidades físicas sino también las emocionales, y está comprobado que desde recién nacidos es muy importante que se le proporcione al bebé mucha ternura y amor y conforme va creciendo apoyo y orientación a lo que llamamos educación.
El reto de la educación es enorme, porque no solamente significa llenar de conocimientos a los hijos, sino generar en ellos sentimientos de confianza en ellos mismos y en los demás, de generosidad, solidaridad, respeto, disciplina, empatía, perdón, humildad, de gratitud y de fe que siempre ha sido una enorme ayuda para guiar en el cultivo y arraigo de los valores y que actualmente en muchos casos se ha dejado de lado o al menos disminuido.
Quien por naturaleza y vocación desempeña esas actividades es sin dudas, la madre, sin dejar de lado que la colaboración activa del padre es esencial para lograr un sano equilibrio en los niños, y que según su sexo se vayan desarrollando de la mejor forma posible.
Muchas mujeres conscientes de la importancia de esta actividad han decidido dedicar la mayor parte de su vida a esta tarea tan trascendental, son las mujeres que decimos que están dedicadas al hogar, sin que esto quiera decir que no tengan formación en muchos aspectos técnicos y culturales y se conviertan en verdaderas expertas en su labor, y sin embargo esta dedicación recibe un cierto menosprecio de la sociedad que subvalúa esta labor tan relevante.
Hace falta empezando por los esposos que se dé un amplio reconocimiento y respeto a quienes han elegido el difícil camino de concentrar todos sus esfuerzos en la educación de sus hijos, pues su contribución es seguramente esencial para la formación de personas plenas que son las que pueden ayudar a recomponer la situación actual, generando en ellos el deseo de llegar a cumplir con algún ideal que se formen durante esa etapa de formación, y esperemos que toda la sociedad les del mérito que tienen y su decisión deje de ser subvaluada por la sociedad.
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