AMLO, ¿admirador sincero del papa Francisco?

Recuerdo ya haber publicado en el pasado unas reflexiones sobre este tema, pero la fervorosa expresión de AMLO en alabanzas al papa Francisco -“el mejor Papa en la historia de la Iglesia” según él- en el contexto de la acerba crítica presidencial a Javier Milei, me movieron a volver a pensar en ello, y preguntarme hasta qué punto esa admiración de López Obrador por el actual Sumo Pontífice es real, o sea, si las referencias del presidente al pensamiento papal significan una acogida sincera y una aceptación práctica de las enseñanzas papales, o si es sólo una técnica retórica de AMLO para presentar sus ideas como si estuvieran apalancadas en la voz del papa.

Ha sido evidente desde el inicio del pontificado de Francisco su énfasis en la necesidad de no olvidarse de los pobres. En su encíclica “Fratelli Tutti” el Papa pone por escrito de modo detallado sus pensamientos en torno a esa motivación nuclear de su pontificado. Y este mismo tema ha sido utilizado efectivamente como slogan central del gobierno federal actual. Quien lea dicha encíclica encontrará, en varios momentos, que las palabras pontificias suenan muy cercanas a los discursos del Presidente de la República. Éste puede, en ese sentido, justificar su admiración por el Papa. Pero es evidente, por otra parte, que AMLO o no ha leído la encíclica en su totalidad, o únicamente admira a Francisco cuando este último le proporciona material a modo para sus discursos mañaneros.

Quisiera citar textualmente algunos párrafos de “Fratelli Tutti” dirigidos por el Papa a los gobernantes preocupados -según ellos- por los pobres, que parecen haber sido ignorados por López Obrador.

“Hoy en muchos países se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar. Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte. La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación.” (Num. 15)

“Hay líderes populares capaces de interpretar el sentir de un pueblo, su dinámica cultural y las grandes tendencias de una sociedad. El servicio que prestan, aglutinando y conduciendo, puede ser la base para un proyecto duradero de transformación y crecimiento, que implica también la capacidad de ceder lugar a otros en pos del bien común. Pero deriva en insano populismo cuando se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder. Otras veces busca sumar popularidad exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población. Esto se agrava cuando se convierte, con formas groseras o sutiles, en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad.” (Núm. 159).

“Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta línea dije claramente que «estoy lejos de proponer un populismo irresponsable». Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, «los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras» (Núm. 161)

“El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo»… Porque «no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo» (Núm. 162).

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