Todas las miradas llevan a Roma

En este momento, el acontecimiento más importante a nivel mundial es la elección del siguiente papa. Este evento, como todo en la Iglesia, debe entenderse con un pie en este mundo y el corazón en el Cielo, porque existe en la Tierra como Iglesia militante; pero también en su dimensión de Iglesia Purgante, así como Iglesia Triunfante, y un día (porque los humanos no podemos abstenernos de entender los eventos de forma cronológica) sólo existirá ésta última, porque esa fue la promesa de su Fundador.

La Iglesia resulta entonces la institución más singular de la humanidad porque también es cierto que su realidad histórica se expande por cerca de dos mil años, los cuales no han sido siempre iguales, sino que acumulan una serie de cambios, adaptaciones y evoluciones que, a veces, escapan a los ojos de los contemporáneos que sólo alcanzan a ver el momento actual. Sin embargo, esa historia tan amplia le provee de una serie de formas que sí son protocolarias; pero cuya raíz está tanto en la profundidad espiritual que le da vida como en los mecanismos prácticos que le permiten ser operativa en el mundo entero.

Esos actos protocolarios en torno al cónclave suelen por sí mismos llamar la atención, y también requieren la explicación de los mismos, así como un seguimiento puntual por parte de los medios de comunicación actuales que buscan mantener la atención del gran público; pero que también pueden, con facilidad, caer en despojarlos de su dimensión profunda y trascendente su narrativa de los hechos, y dejarla sólo en lo humano, o peor, aún en reducirlo a espectáculo equivalente a concurso de popularidad o a un evento político-electoral. 

Por otro lado, es verdad que la elección del nuevo papa suscita de manera especulaciones sobre la persona que resulte “ganadora”, porque su historia de vida, su personalidad, su formación humana y académica conformarán su estilo particular de comunicar, marcarán sus maneras para negociar, modelarán su forma de catequizar; en pocas palabras, será la materia sobre la que el Espíritu Santo se hará presente para que cumpla su función de Cabeza de la Iglesia. 

Si en las elecciones particulares de cada nación siempre hay un “círculo rojo” muy activo en la opinión, el juicio, la reflexión (con buenas y malas intenciones) en contraste, en la comunidad católica más extendida es común que el cónclave se viva como algo ajeno o de las cúpulas cardenalicias que hacen sus acuerdos cupulares, que entre ellos deciden quién ser “el nuevo”. 

Esta desvinculación casi siempre es fruto del olvido de una realidad sencilla: la Iglesia somos todos los bautizados y, por tanto, la elección de nuestra cabeza aquí en la Tierra es trascendente; ya que es nuestra Guía en esta dimensión terrenal en la que nos jugamos la salvación eterna. Nuestro Pastor importa porque es verdaderamente el sucesor de Pedro, es quien ayudará a iluminar el camino del seguimiento a Cristo en este momento de la historia con sus características únicas, como fueron únicas las de los primeros cristianos, la Edad Media, el Renacimiento, etc. Promover la oración por los participantes en él debería hacerse remarcando nuestra realidad de bautizados en este momento histórico particular.

Por todo lo anterior, el cónclave en Roma siempre atraerá todas las miradas; pero al final, la mirada a la que más debemos poner atención es la mirada infinitamente amorosa de Cristo sobre su Esposa, la Iglesia; a la cual prometió que a pesar de todo lo que pueda suceder, nunca será derrotada, puesto que el triunfo ya está dado con su Muerte y Resurrección, por ello, las puertas del Infierno no prevalecerán. Con esa confianza vivamos este nuevo cónclave.

@yoinfluyo

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