Sistema de salud, ni gratuito ni universal

Uno de los aspectos más sensibles para cualquier persona es la salud, ya que se le considera la condición indispensable para soportar cualquier situación por más adversa que sea. En contraste, la falta de salud —ya sea temporal, ya sea crónica, ya sea física, ya sea mental— tiene un costo relevante en la dinámica de cada persona, de su familia e incluso en la sociedad. Por ello, en las campañas políticas, y claro, en el ejercicio del poder es uno de los temas centrales.

En el actual sexenio es uno de los sectores en los que en lugar de haber avanzado o, de perdida, continuar con algún movimiento inercial, vamos peor. El principal indicador de esto, curiosamente, es que el titular del Ejecutivo lleva más de cinco años posponiendo la fecha gloriosa en que contaremos con un sistema de salud como en Dinamarca.

Nadie, ni el titular del Ejecutivo, atina a explicar bien a bien qué es sistema de salud, aunque se puede adivinar que significa lograr que la población lo perciba como “gratuito” y “universal”.

En el primer caso, se ha instruido a que en el sector público se difunda, se insista, se verifique que los pacientes no pagan nada nunca. E incluso, el personal médico o de enfermería puede perder su trabajo si llega a sugerir que algún medicamento o material de curación faltante sea traído por los pacientes o sus familiares, lo que sí llegaba a ocurrir en años anteriores. Lo cual podría parecer una maravillosa medida si no fuera porque el abasto de medicinas en este sexenio ha sido el peor en años —la famosa “farmaciota” que se está haciendo en la Ciudad de México es prueba de ese fracaso— y de todas maneras los pacientes acaban por comprar por sí mismos muchas de esas medicinas que hoy no reciben; pero sus tratamientos en las instalaciones hospitalarias muchas veces no pueden ser completados hasta que los insumos lleguen, quedando así a merced de la buena o mala suerte en cuanto al abasto.

Esa insistencia en la “gratuidad” tiene una faceta que pasa desapercibida para muchos, pero que ha jugado a favor del gobierno actual con mucha efectividad. Lo “gratis” lo percibimos como “regalado” y lo regalado lo aceptamos tal cual nos lo dan, sin exigirle nada a quien lo da. En cierta medida, que este tema que impacta a toda la población en mayor o menor grado no parezca levantar más enojos o protestas quizá se debe a esa sencilla razón.

Evidentemente, el sistema de salud no es “gratis” de ninguna manera, se mantiene gracias al presupuesto que sale de los impuestos de los mexicanos. Y más aún, los derechohabientes del IMSS y del ISSSTE pagan mes con mes cuotas que además se les exigen a los empleadores. Sin embargo, se ha desvinculado ese esfuerzo colectivo para mantener el sistema y mágicamente se le presenta como “gratuito”, pervirtiendo el sentido de la gratuidad para amortiguar la exigencia de buenos servicios.

Este es uno de los matices más importantes relacionados con la desaparición del Seguro Popular. Este instrumento que arrancó en 2005 justamente para lograr la meta de universalizar la atención a la salud de la población que no contaba seguridad social. El modelo nunca se basó en la gratuidad total, sino que establecía cuotas diferenciadas —que podían ser cero— para recibir atención médica y hospitalaria de variable calidad, pero que especialmente en caso de enfermedades crónicas tuvo buenas tasas de efectividad.

El Seguro Popular sin duda generó vicios, sobre todo en relación con las transferencias de recursos a los estados; pero llenó un vacío en la atención a la población que llevaba décadas desamparada. El Estudio sobre el derecho a la salud 2023: un análisis cualitativo del Coneval señala que de 2000 al 2015, la carencia de acceso a servicios de salud se redujo en 42 puntos porcentuales (de 58.6 a 16.7), y esa reducción se detuvo en 2018 (había llegado a 16.2). Y entre 2018 y 2020, regresó a 28.2 por ciento del total de la población, redondeando, hay más de 50 millones de mexicanos sin atención médica. Además, un 48.8 por ciento de la población ha tenido que pagar de su bolsillo atención médica incluso los afiliados al IMSS y al ISSSTE.

Este revés se debe en gran medida al fracaso del INSABI para sustituir al Seguro Popular. Es de tal magnitud el fracaso que se le desapareció en menos de 4 años y para salvar ese error se reaviva una figura creada en 1979 (sexenio de José López Portillo) llamada en su momento IMSS Coplamar, hoy IMSS Bienestar.

Es necesario subrayar esa ironía que de nuevo ubica a este gobierno como una versión en tono de farsa de los gobiernos de los años 70. Es que el cambio a IMSS Bienestar no apunta a que tendrá mejores resultados que el INSABI; aunque en el presupuesto para 2024 se le destinen recursos tan grandes que incluso implican la reducción hasta en el 50% del presupuesto de la Secretaría de Salud.

Esta redistribución de los recursos será doblemente perniciosa porque no dará mejor resultado que el lNSABI y, además, la Secretaría de Salud se quedará corta en los servicios que le seguirán tocando. Una muestra de ello se puede ver en la negativa rotunda a adquirir vacunas bivalentes para la población —Pfizer, Moderna y otras— que son más caras y optar por aplicar la Abdala (cubana) o la Sputnik (rusa) que sólo atacan las primeras cepas del COVID o sea ya son obsoletas por la evolución de virus, por no decir nada de los gobiernos a los que se financia con su compra.

Si ninguna campaña electoral esquiva este tema, en la de la elección 2024, definitivamente, la salud tendrá una presencia estelar. El sector presenta retrasos muy importantes respecto a 2018, pero eso no jugará a favor de la candidatura del Frente Amplio por México en automático.

Es necesario contar con una propuesta que en verdad logre, con equilibrio presupuestal, reencaminar al sector para garantizar el derecho a la salud consagrado en la Constitución. Además, se debe lograr comunicarla de una manera articulada, sencilla y emotiva para conectar especialmente con esa población vulnerable con la que se ha jugado, pues sí se les ha vendido que tienen derecho a salud; pero en los hechos se les ha hecho creer que ese derecho se limita a lo que el gobierno “generosamente” les hace llegar “gratis”. Además, debe hablarle a los millones de derechohabientes del IMSS Y del ISSSTE que —recuerden o no que contribuyen con sus cuotas—, hoy tienen servicios muy inferiores a lo que deberían tener. Si no se establece ese vínculo de claridad permeado de emoción por parte del Frente Amplio ni en este tema ni en otros se logrará moverá el voto a favor de un México más sano.

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