El aeropuerto de las “otras horas”

El pasado sábado 25 de marzo, en un comunicado conjunto de la Marina, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes y el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), se dio a conocer que en éste último a partir del día siguiente se inauguraba un “nuevo horario” que no tenía que ver con las necesidades de los viajeros sino con los problemas internos del gobierno con las aerolíneas.

Las aerolíneas han enfrentado una especie de bullying por parte del gobierno, primero cuando durante la pandemia no hubo ningún apoyo, a diferencia de otros países, para ayudar a que el sector pudiera sortear de mejor manera el desplome de los vuelos por el encierro. Posteriormente, se inició un ataque más activo por la negativa de la mayor de ellas de pasar sus operaciones al Aeropuerto Felipe Ángeles.

De hecho, está pendiente la aprobación de modificaciones a la Ley de la Aviación Civil para permitir el cabotaje, que es una práctica prohibida en casi todos los países del mundo, porque se convierte en competencia desleal para las aerolíneas nacionales. Pues esta práctica abre la posibilidad de que una nave de una aerolínea extranjera llegue al país y desde ahí complete otro vuelo a un destino nacional, sin embargo, las líneas mexicanas no podrían hacer eso en otros países. En pocas palabras las aerolíneas extranjeras se pueden “apropiar” de rutas en México y las mexicanas no se benefician de nuevas rutas en otro lugar que les compensen. Las protestas del sector han sido muchas y han detenido el tema por lo pronto.

Como si eso no fuera suficiente, la compra del nombre “Mexicana” —cuyo elevado costo resulta inexplicable en términos de austeridad— para que eventualmente las Fuerzas Armadas operen una aerolínea propia financiada por impuestos de todos, y a la que seguramente se le darán mayores concesiones y facilidades que a las privadas es otra manera de vulnerar a la industria.

La medida de poner en las pantallas los “horarios reales” según las autoridades y dejar de lado el llamado “horario comercial” que es el que el usuario conoce porque es el que la aerolínea maneja es una medida de presión a la industria y no una que vaya a mejorar el servicio o la viabilidad del aeropuerto. Es verdad que las aerolíneas han recurrido a “jugar” con los horarios asignados por la autoridad y así suelen cubrir también sus deficiencias; sin embargo, la máxima de “la ropa sucia se lava en casa” debió haber prevalecido, después de todo el gobierno está para buscar acuerdos no para “balconear” a las empresas para que queden mal con los pasajeros.

Por supuesto, que esto huele a otra táctica para que los pasajeros se enojen con las aerolíneas y desesperados las presionen para que corran a los brazos del Felipe Ángeles. Asimismo, se puede ver que es mala idea que sea la Marina la encargada de la operación de un aeropuerto civil, porque por naturaleza, las fuerzas armadas se manejan bajo esquemas de autoridad/obediencia, lo que es incompatible con las necesidades del libre mercado.

Después de todo, tanto cada aeropuerto como las aerolíneas ofrecen un servicio conjunto, o por lo menos, eso es lo que debería ser, pero tanto el afán por entorpecer a las aerolíneas, el deseo de imponer al inviable AIFA y el poner tareas civiles en manos militares tienen el fondo el mismo origen: la aspiración regresiva del Ejecutiva de tener un Estado fuerte, autoritario y centrado en una sola persona.

Para bien o para mal, el titular del Ejecutivo está olvidando; primero que para tener algún éxito que resuene en la población hay que ser eficiente y ese no es el fuerte del actual gobierno, porque para bien o para mal, el libre mercado que ha regido en México desde hace varias décadas sí tuvo ciertos buenos resultados y digamos que se atisbó que sí se puede tener buenos servicios y que los privados suelen ofrecer mejores.

En segundo lugar, olvida que ni el mundo ni México son los mismos que hace cuarenta años simplemente porque hoy las redes sociales han hecho mucho más horizontal y distributiva la información, y han barrido fronteras internas y externas. Aspirar a gobernar como si una versión oficial única pudiera imponerse—y como ejemplo concreto las aerolíneas tienen modos de informar a sus clientes con apps y en redes— está muy lejos de ser un buen camino para este o cualquier otro gobierno.

En tercer lugar, parecería que la ciudadanía, especialmente la de la ancha y autodefinida “clase media”, está dispuesta a soportar con gran paciencia las incomodidades del AICM, así como las fallas en otros servicios como el IMSS, la escasez de medicamentos, los problemas en las aduanas, el mal estado del Metro, sin rebelarse abiertamente más que si le tocan su última línea de esperanza: la democracia.

Y eso, aunque algunos desearían que hubiera una explosión social desde ya, es una buena noticia para la nación porque muestra madurez ciudadana. Esta madurez pasa por el silencioso arrepentimiento de muchos de que su voto bien intencionado hace cinco años fue traicionado, pasa por la primacía del ejercicio del voto como solución al problema, y pasa también por la creciente consciencia de que los ciudadanos tenemos una voz propia que los partidos de oposición deben oír y que el partido en poder ojalá subestime para que cuando suene se imponga más clara y diáfana que cualquier “tigre suelto”.

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