De creer que se puede ganar, a hacer que se pueda

En nueve meses habrá elecciones en nuestro país: el de 2 junio de 2024 se elegirá, a nivel federal, al próximo titular del Ejecutivo y se renovarán las dos cámaras del Poder Legislativo. A nivel estatal, habrá variedad de elecciones según cada entidad. Y cada que se conjuntan todas esas elecciones se habla de la más grande elección de la historia o de una elección histórica.

Dado que el padrón electoral va creciendo conforme crece la población, cada elección es más grande que la anterior y la de 2024 no será la excepción. Por otra parte, el calificativo de histórico puede ser discutible en el sentido de que simplemente por ocurrir en un país democrático entran en el entramado de nuestra Historia. Además, este sexenio se ha caracterizado por usar ese adjetivo con tanta frecuencia que ha perdido fuerza. Sin embargo, en 2024 sí viviremos una elección histórica pues se definirá el futuro de varias generaciones y con esa seriedad hay que enfrentarla.

Hasta hace unos meses, la continuidad de Morena al frente no sólo del Ejecutivo sino del Legislativo federal y en muchos estados que lleva 6 años gobernando parecía inevitable, si no con la inflada mayoría del 2018 —la mayoría aplastante en el Legislativo no corresponde a los votos emitidos, se construyó con trucos legaloides— sí con la suficiente fuerza para consolidar la destrucción del frágil equilibrio de poderes y la supervivencia de las instituciones que hacen de contrapeso.

Esta narrativa quizá no era del todo cierta porque los resultados de encuestas o de sondeos no siempre reflejan la realidad y los niveles de disgusto con los gobiernos federales y locales a veces son muy callados sólo en un ambiente propicio ya sea de confianza o, al contrario, de extrema desesperación afloran. Sin embargo, era la narrativa preponderante.

Hoy no es así. El surgimiento de la figura de Xóchitl Gálvez más el avance en la participación ciudadana y, entre estiras y aflojas, el compromiso del PRD, PAN y PRI de ir con ella en bloque se ha concretado al tenerla como representante del Frente Amplio por México y eso ha roto aquella narrativa derrotista y de inercia.

Además del aparato partidista y ciudadano que hoy está apostando por Gálvez, debe resaltarse que cuenta con una personalidad propia que además de ser un activo político en sí mismo, viene muy al caso para hacer de fuerte contraste no sólo con quien quede de Morena sino con el mismo titular del Ejecutivo.

Movimiento Ciudadano que lleva, desde su dirigencia, apostando a jugar a ser la opción “independiente y pura”, adjudicándose sin sustento el que son “la segunda fuerza electoral”, también se ha visto sacudido internamente por el cambio de narrativa que hoy estamos viendo. Algunos se muestran aferrados al escenario de “a río revuelto ganancia de MC” que pudo haber sido válido en el escenario derrotista o con una candidatura tradicional en el Frente; incluso, las posibilidades de arropar a quien resulte perdedor del proceso interno de Morena no le daría el rédito al que le apostaban hace unos meses porque Xóchitl no ninguno de los que contendieron con ella en el proceso del Frente.

Contar con una candidata que tenga tantos positivos es, como se ha dicho, un primer requisito; pero esa candidata debe ofrecer algo más que su personalidad. Guste o no, el actual titular del Ejecutivo hace seis años planteaba un diagnóstico muy claro y certero de muchos de los problemas de México como son la corrupción, la falta de oportunidades, un desarrollo desequilibrado de las regiones, y los cinco que lleva gobernando no resolvió ninguno y complicó todo aún más. Su ejercicio del poder ha fracasado pues ha permitido el avance del crimen organizado; ha vulnerado a los cuerpos civiles policiales y militarizado cientos de tareas civiles; ha arrasado con el sistema de salud; ha debilitado la educación a un grado verdaderamente alarmante; ha retrasado la inversión energética en general y en energías renovables en particular; ha puesto en jaque las finanzas públicas por la presión de las pensiones y becas dadas sin ton ni son y el creciente endeudamiento… así se podría continuar por páginas.

En pocas palabras el país estará peor que hace seis años, por ello se debe empezar desde ya a plantear qué se hará, cómo se hará, cuánto costará hacerlo y qué pasos se deben tomar para lograrlo no sólo para ahorrar tiempo en 2024, sino que además ayudará a que Xóchitl no sea solamente un personaje alegre, dicharero u ocurrente con una historia de vida conmovedora, sino que además ofrezca los cómos efectivos que apuntalarán una campaña que mueva a más gente.

Es que el abstencionismo sigue siendo el mayor enemigo de la democracia mexicana. Y en otras elecciones era lamentable, hoy que se corre el riesgo real de que el crimen organizado copte a zonas enteras del país en cientos de localidades, sólo una abundante ¡e histórica! participación electoral en las todavía muchas otras zonas donde le sería más difícil operar al crimen organizado podría compensar ese lastre. Esa movilización al voto debe entenderse no sólo para la presidencia sino para los miles de puestos que estarán en juego en 2024, porque incluso si no se gana la presidencia se puede hacer mucho por el país con un avance real y contundente en el Congreso y en los estados.

Por ello, es vital emplear cada uno de los días de estos siguiente nueve meses en difundir, convencer, hablar, motivar a todas las personas de nuestro círculo cercano para que el 2 de junio de 2024 sin falta acudan a las urnas a ejercer el voto, entendiendo que cada voto es necesario. Eso se hace con jóvenes, con los familiares, con los amigos, con los compañeros de trabajo, con los conocidos y hasta con los de adelante en cualquier fila. Si ya transitamos a “creer” que puede ganar; empecemos a “hacer” que se pueda ganar promoviendo la participación en las elecciones para hacerlas en verdad históricas.

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