La verdadera vida se inventa

Con cuánta razón decía Emma Godoy que no se cambiaría por una jovencita sin experiencia.


experiencia


Ella está por cumplir un año más.

Sería un acontecimiento poco raro para una adolescente. Pero adquiere una connotación distinta cuando se llega a la madurez o, para mejor decirlo, cuando se arriba a la edad comúnmente denominada madura, porque llamarle cuarentona sonaría despectivo. La exactitud de las cifras no comulga con la intangibilidad de los sueños.

Cuando advirtió las primeras canas en su escasa cabellera y las líneas de expresión debajo de los párpados, le fue difícil admitirlos como trofeos vitales. Ya no era la misma.

Gastó tiempo en asimilarlo. Llegó a penar incluso en una cirugía que le mintiera, porque está consciente de que la vida es la misma y los días están contados en no sabe dónde.

Como un chispazo, ayer encontró nuevos destellos en una imagen que otrora llegó a darle miedo.

Por supuesto, ya no es la misma, ¿dónde quedarían entonces las experiencias de las vivencias? ¿Para qué habría vivido si no acumuló nada, sino acaso el desgaste y la holgura de los músculos?

La mirada que ha vivido la vida se nota. Adquiere brillo y profundidad, comprensión y dulzura, adquiere perdón por esas pequeñas cosas que cuando se es joven parecen grandes y sin posibilidad de disculpa.

Ella, en su madurez, puede ser adolescente sin los sufrimientos y desasosiegos que esta etapa trae consigo. Puede ser madre sin las preocupaciones excesivas y aprehensivas de su juventud. Es estudiante y sus maestros no están sólo en las aulas: deambula por la vida y desempeñan las actividades más insignificantes o más trascendentes.

También es amiga porque está aprendiendo a amar a las personas como son y no como ella desearía que fueran. La amistad con el sexo femenino le es ahora posible, porque desea y acepta que otros y otras crezcan y se alegra en sus triunfos.

En las letras encuentra momentos de su vida y no simples retóricas. Vive, sueña, sufre cuando reencarna en personajes que podrían ser ella misma en sus noches de insomnio y en días de luna.

Comparte su intimidad porque vivió y revivió su soledad. Hoy es capaz de encontrarla en otros y puede fundirlas con la suya, en un todo que se llama capacidad de perfección.

La madurez se refleja en el trabajo, lo mismo que en la mirada. Encontrar lo que hay detrás de una sonrisa, de una palabra, de un gesto, de una mirada, del ánima que anima, no es fácil. Es como traslapar lo propio y verlo de lejos. Ella lo busca, tiene ímpetu para inventar la vida, para no dejar una sola hoja sin escribir.

Y se imagina en otros y puede vivir en los muertos.

Con cuánta razón decía Emma Godoy que no se cambiaría por una jovencita sin experiencia.

Vivir con todo, entregar todo, es trascendencia que se conquista con los años.

Este mismo hoy, con sus sinrazones y con la felicidad que se roba a ratos, no podría ser igual.

Tal vez mañana tampoco lo sea. En el afán de los días, hay que ser uno mismo. Ni más viejo ni más joven. Simplemente ser, sin dejar de inventar la vida. Siempre hay motivos.

¡Feliz cumpleaños, mujer!

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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