Responsabilizarnos

Hay una pregunta que no tiene una fácil respuesta: en temas de la Sociedad ¿quién se hace responsable? Es claro que todos somos muy capaces de encontrar culpables en ese tipo de asuntos. Lo que no es tan frecuente es que estemos dispuestos a asumir nuestras responsabilidades en los temas sociales, políticos, económicos y, en general, en todos los que tienen que ver con la Sociedad en su conjunto.  La respuesta más común es decir que todos somos responsables.  Pero, como decía un antiguo profesor mío, “Cuando se dice que todos son responsables, nadie se hace responsable”.  Y tenía mucha razón.

La Sociedad se estructura de manera que haya un reparto de tareas. A todos nos toca una parte de labores. Los padres de familia, ciudadanos, instituciones educativas, gobernantes en distintos niveles, empresarios y muchos otros componentes de la Sociedad tenemos responsabilidades en nuestro campo de participación.  Pero, tristemente, muy pocos verdaderamente se hacen responsables. Entendiendo por responsable quién responde por los resultados en el campo que se le ha confiado.  Todos somos muy buenos para exigir, pero muy malos para rendir cuentas de nuestros compromisos.

Con lo cual estamos en un medio donde hay muchos que no nos hacemos responsables, confiando en unos pocos qué pensamos que deben de rendirnos cuentas de los resultados de la Sociedad. Vivimos en un mundo infantilizado, donde pedimos mucho y respondemos poco. Donde esperamos que los demás nos den resultados, sin estar dispuestos a hacer nuestra parte.

En nuestro medio nos encontramos una gran cantidad de dirigentes que no aceptan su responsabilidad. Cuando algo falla, siempre hay otros que son los culpables: los que estuvieron anteriormente en su puesto, los que no comparten sus ideas, los que se atreven a criticar y muchísimos otros más. Lo que no se ve es que alguno de nuestros dirigentes acepte que no estuvo a la altura de su responsabilidad. Como dicen algunos, el éxito tiene muchos padres y padrinos, las fallas siempre son huérfanas.

Y la verdad es que no es nada fácil encontrar quien acepte sus errores.  Esa aceptación es una señal muy clara de madurez. Y, tristemente, la madurez no abunda, no es nada fácil. Como dije antes, vivimos en una situación de infantilismo en el aspecto de lo social. Es claro que el único modo de progresar es ser capaz de decir: “Me equivoqué”.  Esas dos palabras son las más difíciles de pronunciar en nuestro idioma y en nuestro ambiente.

Si verdaderamente creyéramos que para progresar hay que aceptar nuestras fallas, todos buscaríamos la oportunidad de explorar nuestros errores, conocer cuáles fueron las razones para cometerlos y encontrar la manera de que no se repitan.  Pero, cuando no hacemos el análisis de nuestras fallas, estamos condenados a repetirlas una y otra vez.

En una casa de consultoría que conocí a profundidad, al terminar cada encargo se hacía una sesión dónde se llevaba a cabo una “autopsia del proyecto”. Y dicha autopsia consistía mayormente en responder la pregunta: “Si tuviéramos que volver a hacer este mismo proyecto, ¿qué haríamos de un modo diferente?” Un ingrediente importante de esa autopsia era evitar cuidadosamente personalizar las fallas. Cuando el evento se vuelve un torneo de señalamientos tratando de quitarse las culpabilidades y asignándole las equivocaciones a los demás, el método falla, genera una gran cantidad de culpabilidades y muy poco progreso.

En nuestro medio el error conlleva un estigma. Quien falla tiene una carga de culpabilidad.  Ese concepto de culpa hace que ocultemos los errores y no aprendamos de ellos. Una novela vieja, El Padrino de Mario Puzo, que no es un manual de conceptos sociales, se decía del protagonista, como un gran elogio, que era un hombre que había cometido pocos errores y había aprendido de todos ellos.  Ése es el punto.  El problema no es estar libre de cometer errores.  Ningún ser humano lo está.  El verdadero asunto es poder utilizar las equivocaciones cómo oportunidades de aprendizaje, hacerles un análisis profundo y evitar que la falla se repita.

En nuestro ambiente social, pero sobre todo en los aspectos sociopolíticos, nuestro gran problema es que no estamos aprendiendo de nuestros errores. Seguimos manteniendo una relación de falla-castigo.  Y claramente todos estamos cargados de razones para haber cometido esas fallas. Y mientras no las entendamos a fondo, estaremos condenados a repetirlas.

 ¿Significa esto que no debamos de criticar los errores?  Yo creo que no, pero deberíamos adoptar un método que se usa en las mejores prácticas de las tormentas de ideas: si crees que alguna propuesta está equivocada, propón una idea mejor.

Varias décadas de crítica a nuestros dirigentes han traído poca mejora. Ya es tiempo de que cambiemos de método. ¿Se imaginan cuanto hubiera progresado nuestro país si hubiéramos aprendido de todos nuestros errores?

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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