¿Quiebra moral del Estado Mexicano?

El Estado mexicano ha sido acusado de muchas cosas. Últimamente se le calificó como Estado fallido. Estuvo en otro tiempo en quiebra económica, y no hay certeza de que no pueda volver allá, dado el desmesurado crecimiento del endeudamiento público. Pero hablar de quiebra moral es algo menos tangible, pero de más fondo, algo que va a la esencia misma de la nación. Y mucho más peligroso.


 
Quiebra moral del Estado mexicano


La quiebra moral viene cuando se pierde la jerarquía de los valores. Cuando valores menores se anteponen a valores mayores. Y cuando el Estado (entendido como dice el diccionario de la RAE: “el conjunto de poderes y órganos de gobierno de un país soberano”) ya no cumple con las funciones que la sociedad le encomienda.

Hay una quiebra moral cuando la Sociedad encomienda al Gobierno cuantiosos recursos y esos se aprovechan para beneficio de la clase política y para darle poder a los partidos políticos. Hay quiebra moral cuando el Estado, que debería obedecer el mandato de la Sociedad, desobedece esos mandatos y trata de imponer a la nación criterios y valores que no son los suyos. Hay quiebra moral cuando el monopolio del uso legítimo de la fuerza que la ciudadanía confiere al Estado, no se usa para evitar la violencia. Cuando no se hacen cumplir las leyes y los niveles de impunidad son escandalosos. Cuando se vulneran los derechos de los ciudadanos en lugar de respaldarlos. Bajo estos criterios, se puede decir que nuestro Estado está en quiebra o muy cerca.

Las últimas elecciones nos muestran muchos síntomas de esta quiebra. La ineficacia de las instituciones electorales para detener auténticos delitos en el tema, la impunidad con la que los gobiernos manipulan a los Institutos Electorales Estatales, el manejo descarado de la ingeniería electoral, sin que haya quien le ponga coto, son síntomas graves. Queda todavía el recurso de los tribunales. Habrá que ver cómo funcionan.

Ante esta situación, la gran esperanza está en la ciudadanía. Su enojo, su indignación por lo que ocurre y también un escepticismo muy claro, que ya no se cree el adoctrinamiento masivo del Gobierno, disfrazado de comunicación. La brecha entre lo que se ofrece a la sociedad y lo que recibe, se hace cada vez mayor.

Si el Estado fuera una empresa, que no lo es, se despediría a los directivos, se abandonarían los asuntos que no se deben atender, se rediseñarían los procedimientos y se empezaría otra vez. Pero, claramente, eso no es gratis. Hay que asumir pérdidas, hay que traer nuevos recursos y tener mucha vigilancia y mucha paciencia para ver resultados. O, si no se está dispuesto, vender la empresa por lo que den.

Claramente el Estado no se puede vender, de modo que la única opción es una refundación, casi una reinvención del Estado Mexicano. Tampoco es cuestión de reformas legales o constitucionales. Nuestra experiencia es que, dada la inmensa impunidad, pocos resultados podemos esperar y esos pocos ocurrirán muy lentamente. Y habrá que gastar, que invertir. Probablemente dinero, sobre todo de quienes evaden su contribución al erario. Que no son pocos. Pero sobre todo una inversión en tiempo y en participación ciudadana.

Pero todo esto será muy difícil si no volvemos como Sociedad, como familias, como ciudadanos, a una correcta jerarquía de valores. Tenemos la tarea de clarificar en qué orden de prioridad tenemos los valores y modificar esa jerarquía donde sea necesario. No podemos esperar que el Estado se reforme si nosotros no vivimos según la jerarquía de valores que queremos.

¿Cuál es esa jerarquía? No lo sé. Probablemente no lo sabemos. No va a salir de los poderes de la Unión, percibidos por la ciudadanía con gran desconfianza. No puede salir de encuestas, sino de una reflexión profunda de las mejores mentes de la nación, un trabajo intenso de generar consensos y construir los mínimos que requerimos para que el Estado funcione. Nada menos.

¿Estaremos a la altura del reto? Yo estoy seguro que sí. Confío en la ciudadanía, en la “mayoría silenciosa”, en los jóvenes y sobre todo en la democracia. Nos pueden engañar, pero no todo el tiempo. Y el tiempo del engaño ya se está agotando, si no es que ya se acabó. Requerirá sabiduría, requerirá tiempo. Requerirá salir de nuestra zona de confort. Pero se puede.

* Consultor de empresas. Académico del TEC de Monterrey. Ha colaborado como editorialista en diversos medios de comunicación como el Heraldo de México, El Universal, El Sol de México y Church Fórum 

@yoinfluyo

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com


 

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