Vacuna y esperanza

La vacuna estimula el sistema inmunológico del cuerpo de la persona vacunada, quien detecta esa muestra como una amenaza y la ataca.



Para lograr una vacuna se requiere un proceso científico que sigue reglas de investigación, aplicación, observación y comprobación de resultados. Si los resultados no son los esperados, es necesario volver a empezar. Este recomenzar ya no es desde cero sino a partir de la primera, segunda o “n” investigaciones anteriores. El proceso científico no es mágico donde se invoquen espíritus ni se cuelguen amuletos.

La esperanza es una virtud cuya característica es esperar. Por lo tanto, cuenta con una serie de condiciones adecuadas que producirán el efecto deseado en el futuro. La esperanza en producir una nueva vacuna ha de contar con el proceso científico. Otra vez no es cuestión de magia ni de buena suerte.

Un pueblo democrático como es participativo y plural, antes de participar y opinar, ha de conseguir un mínimo de conocimientos si es que desea ser positivo. Por eso, en este momento es pertinente tener nociones sobre lo que es una vacuna.

La vacuna requiere de un tiempo bastante prolongado para asegurar que ya responde a lo esperado. E incluso, cuando se logran resultados positivos, aún tiene que observarse a los vacunados porque hay efectos secundarios y muchas veces no son nada agradables.

La vacuna es un producto fabricado para generar inmunidad, contiene anticuerpos contra una enfermedad. A veces se trata de microorganismos muertos o atenuados en su virulencia. Otras veces son derivados de los microorganismos. En el caso del COVID-19 no hay un microorganismo sino un virus y es necesario decodificarlo, por eso, puede ser más tardado.

La vacuna estimula el sistema inmunológico del cuerpo de la persona vacunada, quien detecta esa muestra como una amenaza y la ataca. Así el organismo guarda ese registro, de tal modo que si esa persona se contagia ya tiene el programa para reaccionar con anticuerpos y combatir la enfermedad.

Las vacunas contra la influenza, contra el sarampión, contra la viruela y muchas más, llevan años de aplicación, y por lo tanto, se conocen los efectos, incluso los que resultan después de varios años. Esos mismos resultados han provocado ajustes en la fabricación. Pero esto ha llevado años de observación.

La administración de una vacuna nueva siempre está sometida a riesgos que solamente con el tiempo se pueden corregir. Por eso, hemos de agradecer a las personas que se prestan a que en ellas se hagan las pruebas. Libremente aceptan sufrir reacciones no predecibles. E incluso, aunque los resultados a corto plazo sean positivos y se aplique la vacuna aún se esperan reacciones a largo plazo. Y según sean se actuará.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene el acervo de las vacunas autorizadas y vigila el uso que se les da, así como el de la fabricación, conservación, durabilidad y calendarios de vacunaciones. Así se controla a nivel mundial la prevención y extinción de infecciones.

El nombre de vacuna y vacunación viene de variolae vaccinae (viruela de la vaca). Edward Jenner lo da a conocer el año de 1798 en su obra “Una investigación sobre las causas y los efectos de las variolae vaccinae”, donde describe la protección que da la viruela bovina para desterrar la viruela humana. En 1881, Louis Pasteur para honrar a Jenner, propuso que se generalizaran los términos de vacuna y vacunación en las sucesivas inoculaciones.

Los primeros indicios de la práctica de la inoculación con viruela se registran en China en el siglo X. La primera práctica documentada se remonta al siglo XV y consistía en una insuflación nasal de un polvo constituido por fragmentos de pústulas secas molidas, a fin de lograr la inmunización de pacientes que sufrían tipos leves de viruela. Se conocen otras técnicas de insuflación en China durante los siglos XVI y XVII.

En 1718, Lady Mary Wortley Montagu supo que los turcos acostumbraban inocularse con pus de la viruela vacuna. Ella inoculó a sus propios hijos para protegerlos.

En 1796, durante el momento de mayor extensión del virus de la viruela en Europa, el médico rural inglés, Edward Jenner, observó que las recolectoras de leche adquirían ocasionalmente una especie de viruela bovina por el contacto continuado con estos animales, y quedaban protegidas contra la viruela común. Así se pudo comprobar que esta viruela bovina es una variante leve de la mortífera viruela humana.

Hasta entonces la viruela se prevenía por inoculación deliberada de cepas débiles del virus de la viruela humana obtenidas de epidemias con baja mortalidad. Estas inoculaciones desarrollaban la enfermedad con un riesgo de muerte bajo en comparación con las muertes causadas por epidemias de cepas más agresivas.

Jenner tomó viruela bovina en la granja de Sarah Nelmes e inyectó esta sustancia en el brazo de un niño de ocho años, James Phipps. El pequeño mostró síntomas de la infección de viruela bovina. Cuarenta y ocho días más tarde, Phipps se recuperó completamente de la enfermedad. Luego el doctor Jenner le inyectó al niño infección de viruela humana, y esta vez no mostró ningún síntoma o signo de enfermedad.

Como la inoculación con la variante bovina era mucho más segura que la inoculación con viruela humana, esta última se prohibió en Inglaterra en el año 1840. Desde entonces este procedimiento de vacunación fue extendiéndose por toda Europa y América, y a Edward Jenner se le reconoce como el padre de la inmunología moderna.

La segunda generación de vacunas fue introducida en la década de 1880 por Louis Pasteur, quien desarrolló vacunas para el cólera aviar y el ántrax.

 

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