El amor duele

La dignidad de la persona se realiza en un entorno digno. Toda persona es un fin en sí misma por eso resulta incongruente lo que degrade, desfigure o atente contra cualquier ser humano. No hay excepción para transgredir el trato digno que merece. Por eso la explotación, la marginación, el desprecio, la calumnia son inaceptables sin ningún tipo de excusa.

El adecuado trato digno es aquel que encierre alguna manifestación de amor. El entorno para desarrollar a una persona ha de estar impregnado por el amor en sus variadísimas manifestaciones. Los valores humanos están orientados al amor, la libertad -uno de los valores humanos más apreciados- requiere del amor para su ejercicio.

La persona está hecha para el amor. Se desarrolla en el amor. Los destinatarios del amor son los demás seres humanos. La muestra más alta del amor es donarse a los demás y si es preciso dar la vida por ellos. El afecto hacia las demás criaturas es una consecuencia del amor entre las personas. Sólo el amor interpersonal es la cima del amor.

Dar la vida por los demás pocas veces es un intercambio como puede suceder cuando una persona se adelanta en una riña y recibe la bala mortal destinada a otro. El dar la vida por los demás, en el día a día, puede ser detenerse a escuchar los problemas de alguien cuando podríamos disfrutar de un paseo. O muchas otras circunstancias semejantes que se nos presentan sin esperarlas.

Hay desviaciones en el amor debidas a los defectos que nos encierran en nuestra comodidad, y en vez de luchar contra ellos, preferimos dejarnos dominar. Otras veces nuestra sensibilidad no detecta los problemas de otros y mostramos una sensibilidad egocéntrica, acaparamos la atención y nos volvemos egoístas.

También es frecuente marginar a algunos por sus deficiencias físicas o psíquicas o por provenir de otros grupos sociales que consideramos inferiores. Actitudes semejantes provocan auténticas injusticias y empobrecimiento social pues toda persona tiene algo que aportar y en estos casos nos privamos de sus colaboraciones y ayudas.  

Todo tipo de exclusión manifiesta carencias personales profundas que siempre fomentarán resentimientos, envidias o planteamientos vindicativos que dañan a las personas y las inclinan a buscar el desahogo, a veces con otras personas. Éstas generalmente no los han excluido. De ese modo a la revancha se une la injusticia.

Las características del auténtico amor las detalla San Pablo en su primera Carta a los corintios 13, 4 y siguientes. Y señala: es paciente, benigna, no es envidiosa, no es soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra con la injusticia, cuenta con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Estas características no se ejercitan con personas que vemos esporádicamente. Se viven con aquellas que son cercanas. La paciencia no es necesaria si alguien tiene una falla de vez en cuando o la tratamos poco. La paciencia se necesita cuando convivimos con alguien a quien conocemos. Esperamos algún cambio y sabemos será difícil. Quien ama, en ese lapso no se irrita, excusa y no piensa mal.

Esa actitud deseamos la tengan con nosotros. Por lo tanto, hemos de procurarla con los demás pues también la desean. Una lógica así produce bienestar y agradecimiento. Despierta en los otros buenos deseos y energía para disponerse a la mejora personal para beneficio del prójimo.

Excusar a otro es un hermoso acto de misericordia. Es encontrar justificación a las fallas, con la esperanza de que desaparecerán las causas que impiden la mejora. Quien recibe un trato de este tipo se remueve interiormente y generalmente se llena de agradecimiento y desea corresponde al trato confiado y esperanzado que observa. 

El amor duele no con quienes vemos de vez en cuando sino con los cercanos. Duele porque a veces la cotidianeidad lo desgasta. Damos por hecho que los demás saben que los queremos y dejamos de manifestarlo. Además, duele porque la convivencia nos hace darnos cuenta de que la reciprocidad nunca es igual y si no aceptamos la diferencia aparecen las recriminaciones. Al inicio sólo internas, pero poco a poco salen a relucir y peor si se acompañan de reproches.

Con esos modos propiciamos lo contrario a nuestros deseos. Hacemos difícil la relación y la convivencia se fractura. Todo eso duele, pero el dolor aumentará con la acumulación de reproches. Las muestras de cariño se espaciarán hasta desaparecer.

La reciprocidad mal asumida consiste en no comprender la velocidad de respuesta del otro. Cuando uno busca la reconciliación y al otro le parece que es demasiado pronto, se deja ir esa oportunidad y tal vez ya no se dará. La postura del amor en estas circunstancias consiste en no buscar lo propio, sino admitir los modos del otro.

Cuando no se entienden los modos y la reciprocidad de alguien a quien aún se quiere, la fractura anunciada será muy dolorosa. Es el entierro del amor a punto de morir. Pero como esa persona sigue viva, se hará destinataria del odio, del desprecio, de todo lo contrario a lo que les unió. Pero esos sentimientos no van únicamente al otro, también quedan en el alma propia.

¿Qué remedios se han de poner para no llegar a esas situaciones límite? Revisar con sinceridad las características del amor que se han deteriorado y ponerlas en práctica de inmediato. Esperar con paciencia el tiempo de corresponder de la otra persona. Nadie resiste a las manifestaciones del amor

verdadero. Paciencia, paciencia. Benignidad, benignidad. Y no a la irritación.

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