Transporte de ensueño

Siempre se ha sabido que falta mucho para que tengamos en la Ciudad de México un transporte público colectivo eficiente y ordenado, pero ahora sabemos que falta más.


Transporte


En cada parada de autobús hay un tablero electrónico que indica, por una parte, los horarios de arribo de las unidades, de acuerdo con las diferentes rutas que pasan por esa estación, y por la otra, los minutos que restan para que llegue el próximo autobús, también mencionando la correspondiente ruta.

Eso es posible porque cada vehículo de transporte público colectivo tiene un sistema de ubicación global (GPS) que hace posible monitorear sus recorridos. Gracias a esta organización, cada pasajero puede, tras consultar los horarios en una aplicación de su teléfono móvil, llegar a la parada a tiempo para esperar su transporte un par de minutos, sin riesgo de esperar horas o de llegar tarde.

En cuanto a las unidades, se trata de autobuses de última y penúltima generaciones, de combustión ecológicamente amigable, cómodos y en número suficiente para que nadie tenga que viajar de pie; conducidos por personal capacitado y supervisado permanentemente, amable y cortés, dispuesto a orientar a los usuarios nuevos y atender a los de grupos sociales vulnerables.

Además, el usuario puede comprar pasajes, desde uno hasta quince, según sus necesidades, en tiendas de conveniencia cercanas a las paradas, o en tabaquerías donde las hay. En fin, el transporte público es realmente una maravilla.

El único inconveniente para los mexicanos es que eso no ocurre en nuestra gran capital, sino en otras ciudades del mundo como Madrid, París, Nueva York, Barcelona… donde no hay “colectivos”, “microbuses” ni “peseros”, pero sí un sistema de transporte público organizado y supervisado por un gobierno que gobierna, y que gobierna para todos, fifís o no.

Aquí, en cambio, tenemos circulando por las calles (llenas de baches, por cierto) las carcachas de unos 28 500 concesionarios individuales y 10 empresas que tienen “trabajando”, unos y otras, unidades viejas, maltratadas y sin mantenimiento, conducidas por verdaderos trogloditas que tratan como si fuera ganado a la gente que, por temor, se deja tratar así; conductores irresponsables que en gran número manejan sin licencia ni capacitación, que juegan “carreritas” y toman y bajan pasaje en cualquier carril del arroyo, haya o no parada.

Unidades saturadas de viajeros a las que, sin embargo, se invita a más personas a subir (“pásele, hay lugares”) para que el conductor pueda cubrir una cuota de cobro exigida por el patrón, y además obtener su ganancia.

Siempre se ha sabido que falta mucho para que tengamos en la Ciudad de México un transporte público colectivo eficiente y ordenado, pero ahora sabemos que falta más, porque la prioridad del seudogobierno capitalino en esa materia está en encontrar la manera austera, republicana y popular de tranquilizar a los transportistas, que exigen que se aumente su tarifa y que se oponen a que se les organice, porque se acabaría el negocio.

Y el negocio no es sólo de ellos.

 

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