División de poderes

Es hora de exigir respeto a las decisiones judiciales, a la independencia entre poderes y al acotamiento de las arbitrariedades.



Dice el viejo axioma que el poder a los listos los atonta y a los tontos los vuelve locos. Pero para validar esa aseveración es preciso distinguir claramente entre listos e inteligentes.

El poder, en algunos casos es capaz de convertir al más humilde y esforzado servidor de los demás en un personaje mesiánico, omnipresente, ególatra y con una soberbia de tal tamaño que desde la cumbre sería imposible mirar el piso.

Y en esa embriaguez, cuando falta inteligencia, el “empoderado”, como les gusta decir por estos días, se cree de verdad que no solo puede, sino que todo lo puede y tiene razón incluso cuando no tiene razón.

Surgen así las decisiones dictatoriales, arbitrarias y unilaterales. Lo bueno es lo que yo sé que es bueno. Lo que hace falta es lo que yo digo que hace falta y lo que hay que hacer es lo que yo ordeno que se haga. Si el resto del mundo piensa distinto a mí, peor para el resto del mundo.

De esa turbia y arrebatada fuente de ideas surgen las actitudes de bravuconería y prepotencia que caracterizan a quien ha sido afectado por el poder, a falta de inteligencia (emocional, sobre todo) para usarlo.

Incapaces de mirar hacia el futuro, quizá porque no lo tienen y la vida se les ha ido entre las manos, voltean al pasado para restablecer estados de cosas que la historia ha superado, que demostraron ya su obsolescencia y que contradicen a todo el que no piensa como ellos.

Proponen, por ejemplo, volver a esquemas de producción que son antiecológicos, antieconómicos, antisociales y a menudo nocivos para la mayoría, pero que hay que restablecer porque los derribaron “los adversarios”.

En nuestro sistema democrático existen, por fortuna, mecanismos que, si bien son endebles, permiten defender las leyes, los mandatos y las reglas que a lo largo de la historia nos hemos dado como nación plural, no mesiánica; diversa, no sometida, y con poder de decisión propio.

El intento por destrozar la naturaleza, la economía y la libre competencia sin más objetivo que rescatar una estructura que se desmorona, como la de la Comisión Federal de Electricidad, es uno de esos ejemplos de autocracia que es necesario acotar, y para ello son necesarios dos factores:

Que los jueces, como ya lo han hecho, tengan la valentía de exhibir la arbitrariedad y declararla anticonstitucional, por una parte, y que los ciudadanos respaldemos con fuerza, abiertamente y sin reservas las decisiones judiciales que defienden la división de poderes y la justicia social y económica de México.

Le decisión de suspender la contrarreforma eléctrica no es un asunto solamente de jueces: es de todos. Como la necesidad de restablecer el equilibrio entre poderes. Ambos son asuntos que nos competen a todos. Es hora de entenderlo así y exigir respeto a las decisiones judiciales, a la independencia entre poderes y al acotamiento de las arbitrariedades.

Si no lo hacemos los mexicanos, nadie lo hará por nosotros.

 

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